EL ESTADO NATURAL DE LAS COSAS
Alejandro Morellón
Madrid, Ed. Caballo de Troya,
2016, 133 págs.
Premio Gabriel García Márquez de cuento de 2017.
Nacido en Madrid (1985), Alejandro Morellón
es autor de numerosos relatos que han aparecido en revistas como Quimera, Prosa inmortal, Eñe o Energehia.
En 2013 publicó un libro de cuentos que logró el premio “Fundación Monleón”, La noche en que caemos, y en 2016 la
editorial Caballo de Troya editó El
estado natural de las cosas que acaba de obtener el premio hispanoamericano
de cuentos “Gabriel García Márquez” convocado por el Ministerio de Cultura y la
Biblioteca Nacional de Colombia, cuyo jurado estuvo presidido por Alberto Manguel (y han logrado escritores
como la venezolana Magela Baudoin o el colombiano Luis Noriega).
En los siete relatos del libro asistimos a
una radical transformación de una realidad a la que estamos habituados, un vuelco que nos
introduce en un mundo fantástico, repleto de hallazgos, en que una pareja joven
asiste atónita a un insólito “embarazo” que sucede en un testículo del marido, en
que los habitantes de un pueblo esperan expectantes y esperanzados la llegada
cíclica del huracán o en que unos desdichados aceptan la amputación de su mano
izquierda a cambio de unas monedas.
Reproducimos un fragmento del relato que da
título al libro, en el que una desdichada noche un hombre cae bruscamente de la
cama golpeándose violentamente contra el techo del dormitorio: será el comienzo del fin de su pequeño mundo.
“Él acaba de despertar. Tiene el recuerdo
del vértigo en mitad de la noche y esa sensación amnésica de después del
desmayo. Le duele algo bajo las costillas cuando vuelve a toser, como si se le
clavaran en la carne. Abre y cierra una mano y con la lengua se palpa los
dientes por ver si le falta alguno. Su cuerpo está tumbado sobre una superficie
dura y fría. Gira la cabeza hacia un lado y hacia el otro y se alegra de no
haberse partido el cuello. Alguien ha encendido la luz y lo primero que ve es
la cama en el otro extremo. No al otro extremo sino arriba, en el firmamento
del cuarto, allí donde están también las demás cosas: la lámpara de noche, los
cojines, los pantalones doblados encima de la silla, el reloj de pulsera y las
gafas sobre el velador, todos los objetos que él ve desde la parte superior,
desde un plano cenital que no comprende. Y luego la ve a ella.
-¿Por qué estás en el techo?
-Eh… Hola –La voz le nace rota y débil desde la garganta.
-¿Qué haces ahí? ¿Cómo te has caído?
-Tranquila, Blanca, no te asustes… No sé qué ha pasado, pero
estoy bien… No me he roto nada. Sí, estoy bien”. [pp. 35-36].
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