martes, 28 de noviembre de 2017

El estado natural de las cosas


EL ESTADO NATURAL DE LAS COSAS

Alejandro Morellón
Madrid, Ed. Caballo de Troya, 2016, 133 págs.
Premio Gabriel García Márquez de cuento de 2017.

   Nacido en Madrid (1985), Alejandro Morellón es autor de numerosos relatos que han aparecido en revistas como Quimera, Prosa inmortal, Eñe o Energehia. En 2013 publicó un libro de cuentos que logró el premio “Fundación Monleón”, La noche en que caemos, y en 2016 la editorial Caballo de Troya editó El estado natural de las cosas que acaba de obtener el premio hispanoamericano de cuentos “Gabriel García Márquez” convocado por el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia, cuyo jurado estuvo presidido  por Alberto Manguel (y han logrado escritores como la venezolana Magela Baudoin o el colombiano Luis Noriega).
   En los siete relatos del libro asistimos a una radical transformación de una realidad a la que estamos habituados, un vuelco que nos introduce en un mundo fantástico, repleto de hallazgos, en que una pareja joven asiste atónita a un insólito “embarazo” que sucede en un testículo del marido, en que los habitantes de un pueblo esperan expectantes y esperanzados la llegada cíclica del huracán o en que unos desdichados aceptan la amputación de su mano izquierda a cambio de unas monedas.
   Reproducimos un fragmento del relato que da título al libro, en el que una desdichada noche un hombre cae bruscamente de la cama golpeándose violentamente contra el techo del dormitorio: será el comienzo del fin de su pequeño mundo.

   “Él acaba de despertar. Tiene el recuerdo del vértigo en mitad de la noche y esa sensación amnésica de después del desmayo. Le duele algo bajo las costillas cuando vuelve a toser, como si se le clavaran en la carne. Abre y cierra una mano y con la lengua se palpa los dientes por ver si le falta alguno. Su cuerpo está tumbado sobre una superficie dura y fría. Gira la cabeza hacia un lado y hacia el otro y se alegra de no haberse partido el cuello. Alguien ha encendido la luz y lo primero que ve es la cama en el otro extremo. No al otro extremo sino arriba, en el firmamento del cuarto, allí donde están también las demás cosas: la lámpara de noche, los cojines, los pantalones doblados encima de la silla, el reloj de pulsera y las gafas sobre el velador, todos los objetos que él ve desde la parte superior, desde un plano cenital que no comprende. Y luego la ve a ella.
         -¿Por qué estás en el techo?
         -Eh… Hola –La voz le nace rota y débil desde la garganta.
         -¿Qué haces ahí? ¿Cómo te has caído?
         -Tranquila, Blanca, no te asustes… No sé qué ha pasado, pero estoy bien… No me he roto nada. Sí, estoy bien”. [pp. 35-36].


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