En una de
sus conferencias sobre poesía popular (que tanto influiría en su propia obra),
Federico García Lorca recordaba un par de versos de una estrofa anónima:
“Cerco tiene la luna,
mi
amor ha muerto”.
“En estos
dos versos populares -comentaba- hay mucho más
misterio que en todos los dramas de Maeterlinck, misterio sencillo y
real, misterio limpio y sano, sin bosques umbríos ni barcos sin timón donde no
pueden llegar sino contadísimos poetas”.
Recordé
esta conocida anécdota cuando me encontré con Félix Grande en Don Benito, el
primer escritor invitado al Aula Guadiana cuando esta comenzó su actividad en
otoño de 2002. Por la noche, en la Casa de Cultura, el poeta recitó en las
fronteras del susurro, como si fuera un único poema, haciendo un notorio silencio
entre composición y composición, Las rubáiyatas
de Horacio Martín (1978, Premio Nacional de Poesía). Cuando finalizó y
antes de que comenzara el coloquio, que a la postre no tuvo lugar, se
levantaron del fondo de la sala un guitarrista y Miguel de Tena que interpretó
varios palos de su repertorio. Premio Nacional de Flamencología y miembro de la
Cátedra de Flamencología y Estudios Folklóricos, el poeta, a quien no le
habíamos dicho nada, quedó muy impresionado.
Por la
noche, en el hotel ante un par de copas trabamos conversación sobre asuntos
dispares. Por entonces, yo era ponente de un taller del relato y la poesía y
andaba preocupado por el escaso interés que mis alumnos mostraban por la
lectura (uno de ellos, un poeta muy prolífico, me repetía ufano que no había
leído en su vida un libro de poemas), asegurando que era imposible que pudiera
escribir algo legible una persona no lectora. Siguiendo con la lógica de este
argumento, afirmé que solo alguien conocedor de la tradición y de la literatura
contemporánea se encontraba en disposición de componer un texto digno y,
desbarrando ya por completo, dije que, en sentido estricto, el perfil idóneo
para escribir sería el del catedrático de literatura vocacional, pues él era
quien mejor podría conocer las soluciones formales, los pertrechos retóricos
que todas las corrientes literarias, desde los narradores del mester de
clerecía hasta los creadores de vanguardia o los profesores poetas el
Veintisiete, habían puesto en juego para la expresión literaria
Félix me
miró con seriedad y me dijo: Chiss, chiss, escucha:
“En la torre está el reloj,
el
mochuelo en el olivo,
en mi
corazón la pena:
Cada
cosa está en su sitio”.
Y añadió: “A
ver, Simón, ¿dónde quedan al lado de este poema tus dámasos y tus salinas
y tus guillenes?". No pude por menos de darle la razón mientras
pensaba que había perdido una inmejorable oportunidad de quedarme callado, y
fue entones cuando recordé los versos citados por Lorca en su conferencia, al
tiempo que la copla me hizo evocar otros versos del poeta granadino que él citaba
para ejemplificar que “todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el
misterio que tienen todas las cosas”, y añadía: “en alguno de mis poemas ni
siquiera yo sé lo que pasa, porque el misterio también lo es para el poeta, que
lo comunica pero no lo comprende:
“Verde que te quiero verde.
Verde
viento. Verdes ramas.
El
barco sobre la mar
y el
caballo en la montaña”.
Entonces, a
la luz, de la copla de Francisco Moreno Galván, citada por Félix Grande, creí entender
estos versos del poeta granadino por sus analogías que llegaban incluso a la
expresión (“el caballo en la montaña” / “el mochuelo en el olivo”): cada cosa
está en su sitio; esto, es cada realidad acaba sometida a su propio destino
(como el amante despechado condenado a la melancolía, como el bandolero herido
en una de sus correrías nocturnas).
Nos
encontramos en todos estos ejemplos en el territorio de la poesía popular (o
neopopular) en que la extraordinaria concisión formal y la sencillez de los
recursos retóricos ni impiden ni perturban la expresión lírica de temas
universales, a la vez que exigen un lector avispado atento a lo que el texto
dice pero también a lo que sugiere. ¿De qué habla, por ejemplo, este poemita de
Manuel Machado?
“Tu calle ya no es tu calle,
que
es una calle cualquiera
camino
de cualquier parte”.
Bajo la
aparente banalidad de una simple oración causal se esconde, en realidad, la
“narración” de una ruptura amorosa y lo hace aludiendo al lugar en que esta
transcurrió (los amantes conversando en la reja, el galán rondando la calle de
la joven): esa calle, nos dice el poema, ha perdido para el amante su
particularidad y se ha convertido, al término de la relación, en el camino de
cualquier otra historia de amor que la vida pueda depararle, un buen ejemplo, como recordaba Borges, del
peso semántico de las palabras no expresadas. El poema “cuenta” una historia y
oculta otra que es preciso reconstruir en
la lectura.
Algo
parecido ocurre con esta quadra
portuguesa en que la novia pone fin a una cita de amorosa, pero ¿en verdad está
despidiendo a su amante? ¿Qué sutiles sugerencias ocultas sus palabras?
"El candil se está apagando.
La
alcuza no tiene aceite.
No te
digo que te vayas…
ni te
digo que te quedes”.
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