NO OIGO TU PALPITAR
Miguel Ángel Sánchez Rafael
Madrid, Ed. Villa de Indianos, 2022, 173 págs.
Miguel Ángel Sánchez Rafael nació en Llerena
(Badajoz) en 1967. Diplomado en Enfermería por la Universidad de Extremadura,
forma parte de la Unidad de Hospitalización de Salud Mental de su localidad. Actor
y director en el grupo teatral Susurro Teatro, ha publica-do narraciones cortas
y algunos artículos de opinión en diversas revistas y periódicos. Varios de sus
textos aparecen recogidos en Once cuentos
de cuaderno y un enxiemplo popular, publicado en 2007. En 2020 salió a la
luz Lady Galatea, que aúna
metaliteratura y realismo psicológico. Ahora ve la luz su segunda novela publicada
por la editorial Villa de Indianos, No oigo tu palpitar (verso de un tango que
recuerda con frecuencia el protagonista) cuya trama sigue la trayectoria
biográfica del abuelo del narrador, Estalinao, hombre de condición humilde que
sobrevive junto con su familia durante las décadas convulsas del siglo pasado en
un área pobre y periférica por donde pasan, tras el ventarrón de la guerra
civil, los años de la penuria de la “victoria” y del abandono institucional que
solo dejan abierto a los más desfavorecidos el camino del exilio. Impulsado por
el amor y la admiración a su abuelo, por preservar su memoria (“para que
después de muerto no se muera nunca”), Gabriel, el narrador, construye junto
con la memoria de su abuelo un terrible testimonio social de un entorno de
gentes humildes sometidas a los poderosos en unas aldeas abandonas por sus
habitantes en busca de sustento, como sostiene el abuelo: “Al final solo quedarán
piedras y cruces”. Reproducimos un fragmento que refleja la dificultad para
sobrevivir con un oficio digno.
“En Trovarranas a mi abuelo nunca le faltó el trabajo para ahorrar y emprender una nueva vida junto a mi abuela, pero sus pretensiones de ahorro no le alcanzaban con las cuantías de los jornales ni con la suma prometida de don Ramiro para el día que se licenciase. Cuatrocientos duros y otros cuatrocientos más que ganase le parecían poco para ofrecerle a mi abuela cuando se casaran. Así que se agenció otras garnachas con las que incrementar los ahorros. Se instruyó en la poda de olivos y viñedos, elaboraba ciscos con la leña sobrante de la poda, aprendió a cocer la piedra de cal y voceaba por las calles del pueblo y por los de alrededor la venta tanto del cisco como de la cal. También se ofrecía para herrar mulas y cortarles las pezuñas a las vacas y para capar lechones y hebillar marranos. De un panal de abejas que extrajo del hueco de un olivo, que le costó más de cien pica-duras, armó un apiario de hasta medio centenar de colmenas de las que sacaba sus buenas arrobas de miel. Luego las enfrascaba en tarros de arcilla que él mismo confeccionaba con un torno casero que improvisó con una rueda, algunos listones viejos de madera y de hierro y un tablero de expremijo para escurrir los quesos”. [p. 67].
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