miércoles, 16 de noviembre de 2016

La pasión de escribil


LA PASIÓN DE ESCRIBIL
Relato de tres viajes a Hispanoamérica

Sevilla, La isla de Siltolá, Col. Levante, 303 págs.

   Eduardo Moga (Barcelona, 1963) es autor de una dilatada trayectoria poética que arranca con Ángel mortal (1994) y La luz oída («Premio Adonáis», 1996) y ha sido recogida en una antología reciente El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014). Pero Moga es también un notable prosista que ha cultivado el libro de viajes en títulos como La pasión de escribil (2013), una selección de entradas de su bitácora, Corónicas de Ingalaterra, con el título de Corónicas de Ingalaterra. Un año en Londres (con algunas estancias en España) (2015), y los ensayos De asuntos literarios (2004), Lecturas nómadas (2007), La poesía de Basilio Fernández: el esplendor y la amargura (2011) y La disección de la rosa (2015). Ha codirigido la colección de poesía de DVD ediciones desde 2003 hasta 2012. Mantiene el blog Corónicas de Españia. En la actualidad, es director de la Editora Regional de Extremadura y coordinador del Plan de Fomento de la Lectura.
   La pasión de escribil [sic], una expresión oída casualmente a una hablante hispana, relata, como indica el subtítulo del libro, tres viajes a Hispanoamérica (Venezuela, República Dominicana y México) invitado a lecturas poéticas. Reproducimos un fragmento del texto prologal (“Haciendo las maletas”), un espléndido poema en prosa sobre la condición del viaje que no es representativo del tono general del libro, en el que con un registro de crónica viajera traza “una irónica fotografía de la sociedad literaria de hoy y un ácido recuento interior, en el que confluyen la fascinación por los lugares que se conocen y el horror que esos mismos lugares inspiran, la ternura y la sátira, la soledad de uno y la historia de todos. Y ello narrado con la prosa exigente, pero llena de naturalidad, de un poeta esencial” [Texto de contraportada]

Haciendo las maletas

   Viajar supone acrecentar la vida, o alumbrarla de nuevo: como la poesía, el viaje vulnera el pacto que hemos establecido con las cosas, por costumbre, conveniencia o desidia, y nos devuelve siquiera sea transitoriamente, el sentimiento primigenio de existir. Por el viaje, los cuchillos son más cortantes que nunca, el sol sale como un gran cráter de oro, que jamás nos había parecido tan amarillo, y se pone como una gran sangría estelar, inconcebible de sombras y púrpuras; los transeúntes pasan con una movilidad desconcertante, hecha de brazos que bracean, y cabezas que cabecean, y caras turbulentas de ojos y tristeza; y los árboles pasan, también, con las raíces estremecidas, meneando el pelo y sacudiéndose los pájaros. Todo se afirma en lo que es, como si rebrotara después de un largo estiaje, como si, despojado de la espectralidad de lo cotidiano, naciese a la materia, ensangrentada, significante. La repetición de la caricia anula el placer de la caricia. Y su renacimiento solo puede provenir de  los sentidos: en los viajes, las cosas, aun las más ásperas, nos acarician, el mundo nos ausculta, el aire nos huele, nos duele. Los viajes son una experiencia táctil: alcanzamos el conocimiento por la piel, y ese aprendizaje nos descubre también a nosotros: somos más quienes somos –o lo averiguamos, al fin- cuando los objetos dejan de ser amables, cuando nos niegan su solidaridad, cuando sus signos han de ser descifrados. Para comprenderlos, debe haber un yo que comprenda: es necesario hacerse cuando está todo por hacer. El viaje disipa  la niebla de  lo evidente. El viaje nos permite dialogar con quien se esconde en nosotros” [pp. 11-12]

1 comentario:

  1. Muchas gracias por la entrada, Simón: por tu interès y cordialidad por lo que hago.

    Un gran abrazo.

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