martes, 16 de mayo de 2017

Mañanitas en México y otros ensayos


MAÑANITAS EN MÉXICO Y OTROS ENSAYOS

D. H. Lawrence
Madrid, Abada Editores, 2014, 276 págs.
Edición de Miguel Ángel Martínez-Cabeza.

   Novelista, ensayista e impenitente viajero, David Herbert Lawrence (1885-1930) recorrió, acompañado de su esposa Frieda Weekley, numerosos lugares  con estancias en la Toscana (de donde surgiría Italia a media luz, 1916), Sicilia, Sri Lanka, Australia o México. En esta ocasión, Miguel Ángel Martínez-Cabeza ha reunido ensayos escritos entre 1920 y 1928 relacionados con su visita a México, pero también a Nuevo México y otros lugares de Estados Unidos. “El volumen –afirma el editor literario- está dividido en dos partes: la primera, Mañanitas en México, es una nueva traducción de Mornings in México (1927) […] Los otros ensayos aparecen aquí reunidos por primera vez en una edición española. El propósito  de esta colección es dar una visión más completa de la obra ensayística de Lawrence relacionada con América” [Introducción, pp. 6-7] Como en obras anteriores, pero de un modo más acentuado, el viajero inglés parte de un paisaje natural o humano, descrito con precisión y una marcada simpatía artística, para levantar sobre él unas reflexiones ensayísticas personales de notable interés. Reproducimos un fragmento de uno de los capítulos titulado “Día de mercado” (aparecido en la revista Travel en abril de 1926).

    “Lentos bueyes con las cabezas agachadas y el morro casi en el suelo se mecen balanceando los grandes cuernos igual que si fueran serpientes mientras al yugo de madera maciza les aprieta el cuello como una gubia. Avanzan entre la hierba quemada y el verde sólido y monumental de las pitahayas. Pasan las rocas y las flores flotantes del paloblanco, pasan el enmarañado  polvo de los mezquites. Aunque una vez más el polvo, con más prisa que nadie, avanza alto y rápido por la carretera sofocando  y ocultado a los pequeños humanos como un cataclismo.
   Son en su mayoría gente menuda de raza zapoteca: hombres bajos que sacan el pecho y levantan rápidamente las rodillas avanzando con una intensa energía en medio del polvo, y calladas y pequeñas mujeres de cabeza redonda que corren descalzas sujetando firmemente sus rebozos azules alrededor de los hombros, muchas veces con un bebé entre los pliegues. Las ropas de algodón blanco de los hombres son tan blancas que sus rostros resultan lugares invisibles de oscuridad bajo los grandes sombreros. Oscuridad vestida, rostros de noche que avanzan rápida y silenciosamente con una energía inagotable hacia la ciudad”. [pp. 90-91].

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