miércoles, 25 de octubre de 2017

Formas de volver a casa


FORMAS DE VOLVER A CASA

Alejandro Zambra
Barcelona, Anagrama. Col “Narrativas Hispánicas”, 2011, 164 págs.

   Nacido en Santiago de Chile en 1975, Alejandro Zambra inició su trayectoria con un libro de poemas (Bahía inútil, 1998), al que siguieron otros dos poemarios (Mudanza, 2003, y Facsímil, 2014) y una recopilación de ensayos (No leer, 2010). Además de dos volúmenes de relatos (Mis documentos, 2013, y Fantasía, 2016), Zambra publicó en 2006 su primera novela, Bonsai (Premio de la Crítica de Chile y Premio del Consejo Nacional del Libro, ambos de ese mismo año). Le siguió La vida privada de los árboles (2007), y en 2011 la editorial Anagrama publicó Formas de volver a casa, una narración en primera persona en que el narrador evoca su niñez y su juventud y los entornos familiar y emotivo en que esta se desarrolla. Si bien abundan las referencias al lento paso de la dictadura pinochetista y las distintas formas de sobrevivir en ese medio autoritario (la militancia comunista, la complicidad con la represión, la indiferencia igualmente cómplice…), la narración se mantiene dentro de los límites del intimismo, deteniéndose en las relaciones afectivas, siempre difíciles, en las rupturas y en los regresos, en las segundas oportunidades, abocadas igualmente a la soledad (como recuerda melancólicamente el narrador con el título de una canción de Gilbert O’Sullivan: “Alone again (naturally)”), y en la reflexión sobre cómo convertir esas experiencias en una material narrativo. Reproducimos un pequeño fragmento en que alterna la observación de la realidad con la reflexión del narrador.
  
   “Esta mañana vi, en un banco del parque Intercomunal, a una mujer leyendo. Me senté enfrente para verle la cara y fue imposible. El libro absorbía su mirada y por momentos creí que ella lo sabía. Que alzar el libro de esa manera –a la estricta altura de los ojos, con ambas manos, con los codos apoyados en una mesa imaginaria- era su forma de esconderse.
   Vi su frente blanca y el pelo casi rubio, pero nunca sus ojos. El libro era su antifaz, su preciada máscara.
   Sus dedos largos sostenían el libro como ramas delgadas y vigorosas. Me acerqué en un momento lo bastante como para mirar incluso sus uñas cortadas sin rigor, como si acabara de comérselas.
   Estoy seguro de que sentía mi presencia, pero no bajó el libro. Siguió sosteniéndolo como quien sostiene la mirada.
   Leer es cubrirse la cara, pensé.
   Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla” [p. 66].

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