sábado, 7 de octubre de 2017

La uruguaya


LA URUGUAYA

Pedro Mairal
Barcelona, Libros del Asteroide, 2017, 142 págs.


   Nacido en Buenos Aires en 1970, Pedro Mairal es poeta, articulista y narrador cuya primera novela, Una noche con Sabrina Love recibió el premio Clarín en 1998 y fue llevada al cine. Como poeta, es autor de Tigre como los pájaros (1996), Consumidor final (2003) y una trilogía titulada Pornosonetos (2002, 2005, y 2008). Su labor periodística ha sido recogida en El equilibrio (2013) y Maniobras de evasión (2015). A su faceta de narrador, en fin, corresponden un volumen de cuentos (Hoy temprano, 2001) y las novelas El año del desierto (2005) y Salvatierra (2008).
   Ahora, la editorial barcelonesa Libros del Asteroide publica La uruguaya, aparecida en Argentina en 2016, que fue bien acogida tanto por el público como por la crítica. La novela relata en un tiempo inferior a un día un viaje de Lucas Pereyra, profesor de universidad y escritor con acceso a editoriales foráneas, a Montevideo para cobrar quince mil dólares en un banco uruguayo (y evitar así el cambio oficial que le detraería la mitad de los anticipos) y convertir por fin en su amante a una joven que había conocido en un viaje anterior. Consigue cobrar sus emolumentos, reserva una habitación en un hotel céntrico y lujoso, pasea complacido por las calles de la ciudad esperando la hora de la cita… Todo parece ir sobre ruedas cuando la joven que espera se presenta con un pitbull descomunal. Será el comienzo de una serie de episodios ingobernables, marcados, como ciertas pesadillas, por la postergación, narrados con lucidez y un humor melancólico, que enfrentarán al protagonista con su propia fragilidad.

   “No podemos entrar con el perro. Fue lo primero que pensé. Y menos con ese perro. Años y años de manipulación genética lo habían empujado a ser lo que era: un perro mandíbula, violento, amontonado, una maza compacta de mordiscos letales, un demonio de Tasmania con la cabeza enorme y cuadrada. El bozal anulaba su esencia. Era Tyson esposado. Cada tanto me miraba de reojo.
   ¿Quién quería tener un perro así? ¿Qué hueco afectivo emocional venía a llenar semejante monstruo en una casa? ¿Era metáfora de qué? ¿Prolongación de qué? ¿Doble animal, nahual, de quién? ¿Por qué carajo me traía esta mina a su novio convertido en perro y me dejaba cuidándolo un ratito? ¿O me estaba vigilando el perro a mí? Serví cerveza en los dos vasos. Y apareció Guerra. Qué guapa era, Dios mío.
         -Estás más flaco, Pereyra –dijo sentándose.
         -Y vos estás distinta. El peinado, ¿no?
         -Me saqué el cerquillo.
         -¿El qué? ¿El flequillo?
         -Cerquillo se dice acá”.

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