martes, 19 de marzo de 2019

Las cunas torcidas



LAS CUNAS TORCIDAS

Rui Díaz
Mérida, De la Luna Libros, Col. Lunas de Oriente, 2018, 62 págs.
Accésit del certamen “25 años / Lunas de Oriente”, julio de 2018

   Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Lengua y Literatura, Rui Díaz (Badajoz, 1980) publicó su primera novela, Los turistas, en 2013 y un año más tarde vería la luz la narración corta El aniversario, incluida en la antología Fantasmas, ambas publicadas por la editorial El verano del cohete. En 2018 gana el accésit del XV premio de textos teatrales “Raúl Moreno FATEX” con la obra El jardín botánico. En ese mismo año resultó ganador del accésit del certamen convocado por la editorial emeritense De la Luna Libros para conmemorar su vigésimo quinto aniversario, “25 años /Lunas de Oriente” con Las cunas torcidas que vio la luz el pasado mes de diciembre.
   Los seis relatos del libro se mueven por el territorio del intimismo: interiores domésticos, niños que pueden convertirse en motivo de rupturas y reconciliaciones…, pero este entorno está marcado tanto por la verosimilitud como por el misterio: cartas enterradas que florecen, escritos que se acrecientan y mejoran con el tiempo, cajas de música de comportamiento errático… Reproducimos unas de las “nanas” del libro.

LA NANA DEL CEMENTERIO

   Habían pasado casi cuatro años desde que Héctor enterró su última carta de amor en el jardín de aquella casa en ruinas, utilizando como herramienta su propio despecho. Cuando regresó, de mano de su nueva pareja, fue incapaz de recordar si aquel rosal había estado siempre allí.
-Mira. Las flores. Parecen tener algo escrito.
   Ella arrancó una, asegurándose de que nadie la viera, y abrió los pétalos hasta extenderlos como una sábana, como si la misma primavera se dispusiese a recitar un poema.
-Ahí –señaló, con la flor abierta en forma de agujero-. ¿Entiendes algo?
   Héctor se sintió abrumado. En aquellos caracteres imprecisos reconoció su letra, pero no pudo comprender nada salvo palabras sueltas, sin sentido. Como si hubieses perdido el olfato de repente y el lenguaje de  las flores se le resolvieses incierto.
-No entiendo nada –alcanzó a decir, sin haber comprendido realmente la pregunta.
-Deben de ser manchas. Pero… -barbotó ella para sí-. Qué flor tan rara.
   Inmerso en una honda melancolía, Héctor profirió un gañido de desgana, lanzó la flor al suelo y amagó con marcharse. Volvió a sentirse tan pequeño como cuando le rompieron el corazón, pero ni siquiera desde el odio pudo entender lo que una vez hubo escrito. Como si hubiese perdido el olfato de repente y el lenguaje  incierto no fuese únicamente el de las flores.
   Al final, fue esa la única certeza que en él floreció: cada relación perdida no es más que un cementerio de palabras.

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