EL DESORDEN DEL QUE TE QUEJAS
Chelo Sierra
Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2023, col.
Vincapervinca, 119 págs.
Nacida
en Madrid, Chelo Sierra estudió publicidad y como creativa publicitaria trabajó
durante más de quince años. En 2009 se trasladó a vivir a Torremenga (Cáceres)
dedicándose desde entonces a la literatura (fue durante dos años columnista
de El periódico de Extremadura). Además de un reciente volumen de
artículos literarios (De nada. Ediciones Torremozas, 2017), ha
publicado tres novelas cortas (Los collares
azules de bleubaie. Ayuntamiento de Toledo, 2015), El efecto avispa (Col. Hécula, Yecla, 2018), Bonsáis (Premium,
2019, finalista del Premio Encina de Plata) y La mala intención, 2023, premio de novela corta Ramiro Pinilla), y
los libros de relatos El síndrome de Peter Pan (Cuatro
Péndolas, Jaraíz de la Vera, 2012), La teoría de Polch (Ediciones
Torremozas, Madrid, 2012), Desencuentos (Ediciones Torremozas,
2014) y La mirada del orangután (2016), con el que consiguió
el XXVI premio de cuentos
“Ciudad de Coria”, y fue, además,
finalista del prestigio premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en
España, un galardón que venía a sumarse a otros numerosos
reconocimientos (premio Ana María Matute de narrativa de 2012, premio Amboades
de 2013, premio de novela corta Princesa Galiana de 2014, entre otros). Ahora la Editora
Regional de Extremadura publica en su colección Vincapervinca El desorden del que te quejas, un
conjunto de dieciséis relatos que desde distintas personas narrativas capturan
fragmentarias instantáneas del presente que en ocasiones tienen un desarrollo
realista (una pareja trata de
liberar a su hija adolescente del laberinto digital que la está destruyendo,
una mujer endeudada sustituye a la cuidadora de un anciano, aceptando las mimas
condiciones de trabajo y la misma humillación…) y en ocasiones derivan hacia un
desenlace fantástico e imprevisto. Nos encontramos ante vidas (con frecuencia,
femeninas) ni aleccionadoras ni ejemplares, sumergidas
en entornos conflictivos, narradas con una imaginería actual (urbana, pero
seducida por el mundo rural), una aguda capacidad de observación y una
innegable simpatía artística. Reproducimos el arranque de un relato (“Mentiras
piadosas”) en que dos hermanas afrontan la muerte de la madre y a la sugerencia
de un consuelo ilusorio y falaz.
“Mamá acababa de morir. Las enfermeras
entraron en la habitación y nos pidieron que saliéramos; tenían que hacer algo,
ni siquiera quisimos saber qué. Dejamos de acariciar esas manos que ya eran
potencialmente ceniza, y obedecimos la orden con una sensación de
derrumbamiento, como si se acabara de desplomar un andamiaje que nos hubiera
sujetado, firme y silenciosa, desde la infancia. Notamos, antes de abandonar la
estancia, la grieta de silencio que produjo el monitor cardíaco, aquel trasto
con números flúor: los pitidos que tanto habíamos odiado durante los últimos
días desaparecieron como fugitivos infames, culpables de la desgracia. No nos
alejamos mucho, empeñadas como estábamos en vigilar la puerta de la habitación
en donde mamá ahora era apenas un objeto de atrezo, como si su cuerpo hubiera
pasado a formar parte de la tramoya en la que ya no quedaban actores, ni
orquesta, ni apuntador; tan solo un decorado polvoriento y un halo de misterio tan
falso como los bolsos que vende un mantero. La dentadura postiza envuelta en
una servilleta de papel sobre el alféizar de la ventana, las zapatillas a los
pies de la cama, el neceser abierto en una repisa de la taquilla oxidada, un
vaso de agua medio vacío en la mesilla. Y mamá. Desnuda. Descalza. Tan solo
materia inanimada. Eso era lo único que habíamos dejado ahí dentro. No sé por
qué insistíamos tanto en mirar hacia la puerta. No tenía sentido. Quizá aún
esperábamos un truco de magia –recuperar sus cosas por si, uniéndolas,
conseguíamos reconstruirla- o andábamos en busca de respuestas: ¿era la muerte
de mamá la que nos asustaba o era más bien la certeza de que habíamos
abandonado para siempre nuestra condición de hijas, ese estatus que te salva
del ocaso?”. [pp. 79-80].
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