domingo, 28 de diciembre de 2025

El retrato de grupo en l apintura extremeña


 EL RETRATO EN GRUPO EN LA PINTURA EXTREMEÑA

Román Hernández Nieves

Editora Regional de Extremadura, col. Cuadernos populares, nº 71, 2025, 85 págs.

   Román Hernández Nieves (Torre de Miguel Sesmero, 1949) es doctor en Historia del Arte. Ha desarrollado una extensa trayectoria docente en distintos niveles educativos y durante más de dos años fue profesor de Historia del Arte en la UNED de Mérida. Entre 1997 y 2014 dirigió en Museo de Bellas Artes de Badajoz, donde comisarió numerosas exposiciones. Autor de treinta y cinco libros y de numerosos artículos científicos, ha participado en congresos, jornadas y proyectos de investigación sobre arte y patrimonio extremeño. Tras su jubilación, ha continuado vinculado a la docencia universitaria, colaborando en másteres, tribunales y tesis doctorales. Ahora la Editora Regional de Extremadura publica El retrato de grupo en la pintura extremeña, en donde, situándolo en el contexto más general del retrato español, traza un recorrido por la evolución del retrato en pintura regional desde las primeras muestras de Francisco Zurbarán. Reproducimos un fragmento del estudio.

   “En estas obras, el pintor acude a gente próxima, personas de su entorno o de las que tiene referencias precisas, por ello los representados pueden ser considerados como auténticos retratos. Así Zurbarán pinta a los monjes cuyas virtudes eran bien conocidas en Guadalupe, al igual que eran conocidas las imágenes de los monarcas españoles Carlos V, Felipe II o Alfonso XII. Eugenio Hermosos pintó repetidamente a las mujeres de su localidad de Fregenal de la Sierra, muchas identificadas con sus nombres. Lo mismo hizo Adelardo Covarsí con los monteros de la zona de Alpotreque, con los que solía salir de caza y conocía no sólo sus nombres y apellidos sino sus habilidades concretas y motes. Pérez Jiménez conocía bien el nombre de los pobres de su pueblo, al igual que Vázquez Poblador a los tertulianos de las tabernas pacenses. Un último ejemplo puede ser el de los niños y niñas del santeño Alejandro Tinoco, sus inconfundibles ‘cazurros’ como los llamaba”. [p. 84].

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