21 RELATOS CONTRA EL ACOSO ESCOLAR
Fernando Marías y Silvia Pérez [coords]
Madrid, Ediciones SM, 2008, 262 págs.
Prólogo de Fernando Marías
Textos de César Mallorquí (“Chico Omega”), Espido Freire (“Aprende”), Lola Beccaria (“La diferencia”), Monserrat del Amo (“En tierra de nadie”), Marta Rivera de la Cruz (“¿Conocéis a Silvia?”), Andreu Martín (“Pasarse de la raya”), Elena O’Callaghan i Duch (“Las dos caras de la moneda”), Lorenzo Silva (“Un poco de simetría”), Martín Casariego (“Tú, no”), Carlos Jiménez (“No lo entiendo”), Alfredo Gómez Cerdá (“Figura de Cartón”), Ana Alcolea (“Martina”), Gustavo Martín Garzo (”El protector”), Carlos Frabetti (“Fidel Castro y el Coronel Moscardó”), Ana Alonso (“Sueño cumplido”), Elia Barceló (“La luciérnaga”), Gonzalo Moure (“Moraíto como un lirio”), Rosa Regás (“Pelo Paja”), Jordi Sierra i Fabra (“Memoria”) y Care Santos (“Marcar un gol”).
Publicado en 2008, 21 relatos contra el acoso escolar es un proyecto colectivo coordinado por Fernando Marías y Silvia Pérez cuya vigencia no ha disminuido un ápice desde entonces ni, nos tememos, decaerá en los próximos años. En él, escritores de reconocido prestigio, vinculados en algún caso con la literatura juvenil y al ámbito de la enseñanza, han abordado uno de los problemas más graves de la educación en España, acentuado además por la entrada en las aulas de esos alumnos, doblemente indefensos, que no conocen el idioma (asunto, por cierto, de uno de los relatos, “¿Conocéis a Silvia?”).
El alto número de colaboraciones logra reflejar el problema desde perspectivas distintas (el agredido, el agresor, el testigo complaciente o atemorizado, padres intranquilos, padres desentendidos, tutores ineptos....) y las diversas situaciones permitirían recomponer una “escala del acoso”: ignorar y hacer el vacío, poner un apodo, zancadillas, empujones furtivos, insultos, escupitajos, libros y cuadernos rotos, anónimos y amenazas, difamaciones, grabaciones ocultas que se cuelgan en la red, llamadas y e-mails obscenos, palizas...
Si en los casos graves el diagnóstico no presenta dificultades, sí es complicado, sin embargo, fijar el origen del acoso, porque el tránsito de la broma al agravio es gradual y porque los insultos son palabras lexicalizadas que han perdido su contenido semántico originario de modo que solo el chico sabe cuándo uno de esos calificativos lo humilla. Damos por supuesto que si un niño le dice a otro: “No me pillas, tortuga” no merece reprensión alguna, que si el dueño del balón decide rechazar a un compañero (“Tú, no”, como se titula el relato de Martín Casariego) no pasa de ser algo anecdótico, pero puede que estemos ante el inicio de un caso de marginación que se agrave a medida que esa promoción de niños escale por el sistema escolar.
Una barrera invisible separa en estos casos a los adultos (padres, profesores, tutores) de los alumnos y sus problemas, más opaca aún por cuanto ante cualquier requerimiento ambos, acosador y acosado, mienten, el primero para conservar su posición de dominio, el segundo porque tiene asumidos, como algo natural, la postergación o el desprecio, y porque ya se siente lo bastante débil como para hacerlo público buscando la protección de los mayores.
En estos relatos nos encontramos con diversas modulaciones del acoso. En “Chico omega” el alumno hostigado oye de labios de un profesor la exposición precisa de su infortunio: “El lobo omega ocupa el último puesto en la manada y es el blanco de todas las agresiones sociales. Víctima del desprecio de sus congéneres, el lobo omega adopta una actitud de sumisión permanente y puede acabar abandonando el grupo para convertirse en un lobo solitario”. En “Aprende”, Espido Freire dibuja a una familia desestructurada en cuyo seno una joven llega a situarse, sin trabas de ningún tipo, en el límite de la delincuencia. Rosa Regás (“Pelo Paja”) traza el perfil de una niña acosada que descubre en la violencia un medio de redención: ha llegado la hora de la venganza. Marta Rivera de la Cruz (“¿Conocéis a Silvia”?) relata cómo la líder de un grupo de alumnas consigue someter a una niña bielorrusa al aislamiento de los demás y al desprestigio...
Acomodados al lema horaciano “dulce et utile”, estos relatos, de una notabilísima calidad literaria, pueden ayudar a muchos lectores, juveniles o adultos, a reconocer un problema, con frecuencia “invisible”, que ha empujado a tantos adolescentes a la pérdida de autoestima, a la soledad, a la depresión.
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