miércoles, 15 de julio de 2009

El peligro islámico




EL HOMBRE MÁS BUSCADO


John Le Carré

Barcelona, Plaza & Janés, 2009, 393 págs.


Pocas lecturas recuerda uno tan absorbentes como la de El espía que surgió del frío (1963), cuya compleja trama y sorprendente desenlace estamos deseando olvidar para releer la novela. En estos mismos años de la “guerra fría”, ambientó John Le Carré (Poole, Inglaterra, 1931) otros títulos como El amante ingenuo y sentimental (1971), El topo (1974) o La gente de Smiley (1979). Con la caída del muro de Berlín en 1989 el autor británico ha dado entrada a tramas y personajes que reflejan un contexto internacional distinto al de los dos bloques, en que los espías de la KGB han sido sustituidos por políticos predadores, directivos de empresas farmacéuticas sin escrúpulos, mandatarios soviéticos reconvertidos en empresarios mafiosos, políticos corruptos de la Sudáfrica del “apartheid” o terroristas islámicos.

El hombre más buscado es, según todos los indicios, Isa (Jesús en árabe) Karpov, hijo de un coronel ruso y una joven chechena, encarcelado y torturado en Turquía e inmigrante ilegal en Alemania. Sobre este muchacho ensimismado y piadoso se acumulan los enigmas: ¿cómo pudo escapar de una cárcel turca y penetrar en Alemania? ¿Cómo es que este musulmán en las fronteras de la mendicidad lleva encima una gran cantida de dinero? ¿Por qué el director del banco Brue Fréres de Hamburgo accede a entrevistarse con él?

Mientras tanto, los servicios de inteligencia de tres países siguen sus pasos, pero el desarrollo de la acción nos permitirá conocer a otro personaje clave en la novela, el doctor Adbullah, líder religioso de la comunidad islámica alemana, un hombre de paz respetado por todos del que dependen numerosas organizaciones humanitarias islámicas. ¿Tiene algún fundamento la teoría del “cinco por ciento” manejada por los servicios secretos; esto es, el porcentaje que, calculan, acaba detrayéndose de las obras benéficas para la compra de armamento?

En las novelas de Le Carré, como muy bien saben sus lectores, nada es lo que parece. Puesto que sus tramas no pueden analizarse sin dañar la lectura, nos limitaremos a subrayar una de las numerosas cualidades de la novela: la extraordinaria calidad de los diálogos al servicio de una precisa caracterización de los personajes. Pondremos una muestra. En la siguiente escena, el banquero británico Tommy Brue recibe de su esposa la noticia de que piensa divorciarse e irse a vivir con su amante, Bernhard. En este momento, se produce el siguiente diálogo entre la “cándida” esposa y su flemático marido:


“-Últimamente Bernhard está pesadísimo -comentó mientras Brue leía, absorto, su Financial Times-. Hildegard va a dejarlo.

Brue bebió un poco de café y se limpió los labios con la servilleta. En sus juegos, la primera regla de la vida era no mostrarse nunca sorprendido por nada.

-En ese caso, debe de ser Hildegard la que está pesadísima últimamente -afirmó.

-Hildegard siempre ha sido pesadísima.

-¿Y qué ha hecho el pobre Bernhard para resultarte tan pesado? -preguntó Brue, tomando partido por el hombre.

-Me ha propuesto matrimonio. Tengo que dejarte y pedir el divorcio y pasar el verano con él en Sylt mientras decidimos dónde vivir el resto de nuestras vidas -explicó, indignada-. ¿Te imaginas, compartir la vejez con Bernnhard?

-Para serte sincero, compartir cualquier cosa con Bernhard es algo que escapa a mi imaginación.

-Y Hildegard está pensando en demandarte.

-¿A mí?

-O a mí, ¿qué más da? Por apartar a su marido de ella con mis encantos. Cree que eres rico. Así que tendrás que demandar a Bernhard para hacerla callar. Voy a preguntar a tu amigo Westerheim quién es el mejor abogado.

-¿Se ha parado Hildegard a pensar en la publicidad?

-Adora la publicidad. Se regodea en ella. Nunca había oído nada más vulgar.

-¿Has aceptado la propuesta de Bernhard?

-Me lo estoy pensando.

-Ah. ¿Y hasta dónde has llegado en tus reflexiones?

-No sé muy bien para qué nos servimos el uno al otro, Tommy.

-¿Tú y Bernhard?

-Tú y yo”.

(Pág. 317)

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