EL COMISARIO BORDELLI
Marco Vichi
Salamanca, Tropismos, 2004, 217 págs.
Trad. de Cristina Zelich
El comisario Bordelli ha sido una agradable lectura de verano, uno de esos libros con los que nos topamos por azar en cualquier tenderete y leemos sin noticia alguna de su autor (en este caso, en la playa, donde muere el Guadalquivir, y la arena “sorbe la baba del mar amargo”). La solapa de portada afirma que Marco Vichi nació en Italia en 1957 y ha publicado L’Inquilino (1999), Done Done (2000) y El comisario Bordelli (2002).
En una Roma abrasada por el sol de agosto, el comisario Bordelli visita, tras la llamada de una sirvienta alarmada, la villa de la señora Pedretti, una anciana asmática. En su dormitorio, el cadáver está tendido en la cama con los pies descalzos, ligeramente fuera del colchón. Tiene las manos en el cuello y la boca entreabierta. Un vaso y un libro caídos en el suelo. En la mesilla, un frasco tapado de un medicamento antiasmático. No hay signos de violencia. El forense confirma las previsiones de todos: la mujer ha muerto por un ataque agudo de asma, pero... ¿se molestaría un enfermo agonizante en tapar el frasquito de Asmaden después de utilizarlo?
Además de presentar un enigma que comisario y lector, con las mismas posibilidades, han de elucidar, la novela es un reflejo de una Italia violenta que, por otra parte, no acaba de olvidar las heridas de la guerra.
Una de las conclusiones de la última “Semana Negra de Gijón” fue que la novela negra está abordando con insolente realismo lo que el periodismo oculta o maquilla [...] Constreñida por la obligación de publicar informaciones contrastadas y por lo políticamente correcto, la prensa de calidad no puede contar de la misa la mitad” [Javier Valenzuela]
En la siguiente escena, irrelevante para la trama, el cocinero Totó ameniza la comida del comisario con historias de ajustes de cuentas de la Italia profunda.
“El comisario se había arremangado la camisa hasta los codos. Totó limpiaba las sepias en el fregadero. Estaba a mitad de un discurso. Como siempre, explicaba una historia truculenta de su pueblo. Resultaba difícil detenerlo.
- ...y al día siguiente, hablando con respeto, le encontraron con un pez en el culo, uno de esos peces con espinas en el dorso, de esos que entran bien pero se sacan mal, no sé si me explico.
-Totó, ¿tienes un poco más de bacalao?
-Claro, comisario.
-Sólo un trocito. -Totó fue en busca de la cazuela y le sirvió un plato entero con abundante salsa. Era como volver a empezar el almuerzo desde el principio, con vino y todo. Bordelli no intentó siquiera protestar, sabía que era inútil. El único modo de salvarse era no pidiendo nada. Totó siguió pelando las sepias y reanudó su relato.
-Necesitaron toda la noche para sacarlo, comisario, no le cuento qué gritos. -Explicó todos los detalles de la operación de la a a la zeta, con mucho respeto hacia la víctima. Después siguió con otra historia sobre un tipo al que le habían cortado una oreja.
-Y después se la hicieron comer cruda. Tuvo que tragársela entera.
El comisario engulló el último bocado de bacalao.
-¿No sabes ninguna bonita historia de amor, Totó?
-Claro que sí, comisario. -Extrayendo el hueso de las sepias explicó la historia de un tal Antonio, un pobre hombre que quería casarse con la hija de un rico propietario. Fue a la villa y pidió la mano de la muchacha. Naturalmente le dijeron que se mantuviese alejado y le cerraron la puerta en las narices. Así que, por la noche, Antonio se metió en los terrenos del propietario y le prendió fuego al trigo”.
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