martes, 25 de abril de 2017

Muerte y amapolas en Alexandra Avenue



MUERTE Y AMAPOLAS EN ALEXANDRA AVENUE

Eduardo Moga
Madrid, Vaso Roto Ediciones, 2017, 131 págs.
  
   Licenciado en Derecho y licenciado y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, Eduardo Moga (Barcelona, 1962), es autor, como poeta (ha cultivado también géneros como el ensayo literario, la crítica o el libro de viajes) de los poemarios Ángel mortal (1994), La luz oída («Premio Adonáis», 1996), El barro en la mirada (1998), Unánime fuego (1999; 2ª edición, 2007), El corazón, la nada (1999), La montaña hendida (2002), Las horas y los labios (2003), Soliloquio para dos (2006), Los haikús del tren (2007), Cuerpo sin mí (2007), Seis sextinas soeces (2008), Bajo la piel, los días (2010), El desierto verde (2011; 2ª edición, 2012), Insumisión (premio al mejor poemario del año de la revista Quimera, 2013; Latino Book Award, EE. UU., 2014), Décimas de fiebre (2014) y Dices (2014). Este mismo año publica una selección de sus textos en Amargord Ediciones, con prólogo de Jordi Doce, El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014).
   Ahora, la editorial madrileña Vaso Roto publica Muerte y amapolas en Alexandra Avenue, que agrupa las composiciones, en verso y en prosa, en cinco apartados: “Correspondencias”, “Estampas del exilio”, “Clamor cuchillo” y “Otros exilios”, bloque que incluye cinco poemas en prosa inspirados por otros tantos escritores exiliados en Gran Bretaña (José María Blanco White, Pedro Garfias, Luis Cernuda, Arturo Barea y Jesús Alviz).
   Reproducimos un fragmento de la tercera composición del libro que, como las demás del primer bloque, se compone de un extenso poema en verso libre y de una estampa en prosa sobre el mismo motivo; en nuestro caso, el de la multitud inundando por completo las calles y los locales públicos de Londres, contemplada desde la mirada del exiliado (el motivo que atraviesa todos los bloques del poemario: el extrañamiento, la soledad, el desarraigo). En este “enjambre” de seres solitarios, el observador, contempla (o imagina) a gentes a quienes definen sus carencias, que conforman un universo humano especular (y, por tanto, similar) al mundo subterráneo de las ratas, en donde todas las asociaciones metafóricas son envilecedoras, desde el primer símil del observador como un “grajo” ensimismado en su graznido (personas que conversan en distintos idiomas, poetas que escriben novelas, trajes deshabitados, gentes que se golpean a sí mismas, que ignoran la inocencia…) para describir un entorno ajeno y adusto del que se siente excluido.
  
Multitudes

I

[Fragmento]

En el espejo que soy
este fragor se vuelve silencio.
Es el ruido de un fuego con muchos brazos,
de ojos engarzados en una cadencia medusina
pero indiferente,
de sexos y espíritus y columnas vertebrales
que comparten lo informe del enjambre,
la trepidación ilimitada
de cuanto carece de cuerpo, pero se aúna,
se endurece,
y me insta a respirar.
Abrazo este asfalto
que me expulsa: me sumo a él como el grajo
se entrega a su graznido.
Y abrazo a quienes lo pisan
como si espesamente levitaran,
o como si no aplastasen otra uva
que los racimos inalcanzables de los muertos.
El que pasa hablando en francés con otro que habla un idioma incomprensible.
El mendigo cuya única elevación es la cabeza que se alza sobre el suelo
        para pedir educadamente una moneda.
El carnicero que corta la carne como si cortara un río.
El taxista que se enamora de un pasajero tuerto.
El que arroja piedras al recuerdo y descalabra la nada.
El que golpea y nunca yerra el golpe: da en sí.
El que amenaza con estrangular un gorrión con la corbata.
El que pisa creyendo que ha subido un peldaño al cielo y no oye mi reniego
       porque nunca oye nada.
El que escala montañas, porque las montañas tienen sed.
El poeta que escribe novelas.
El novelista cuyo principal desafío es seguir escribiendo
        sin saber si lo que lleva escrito es una mierda.
El que no habla inglés y aún espera que amanezca cada día.
El que se asombra de que exista la inocencia.
       El que acapara                       [bibliotecas y humillaciones.
El que solo escucha la ferocidad fluvial del tiempo, el ensañamiento
         maquinal de su pasar.
El policía que languidece bajo un casco de piedra.
El saltimbanqui que toma prozac.
El traje que pasa sin hombre.
La familia de campo abrumada por la grandeza de los edificios y lo incomprensible
          de los símbolos.
Las ratas que corren por debajo de donde pisamos.
(Las ratas han construido una ciudad especular, en la que se desdoblan
nuestros chillidos y nuestras enfermedades. Pero las ratas
también somos nosotros, que sobrevolamos
esa ciudad).

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