martes, 9 de abril de 2019

Soñamos que vendrían por el mar


SOÑAMOS QUE VENDRÍAN POR EL MAR

Juan Diego Mejía
Bogotá, Ed. Alfaguara, 2018, 272 págs.

   Nacido en Medellín (Colombia) en 1952, Juan Diego Mejía es uno de los escritores colombianos más representativos de la segunda mitad del siglo veinte. Formado en Matemáticas por la Universidad Nacional, Mejía fue productor de cine y televisión, director del Canal Universitario (Canal U), Secretario de Cultura Ciudadana de Medellín y, en la actualidad, Director de la Feria Internacional del Libro de Medellín. Como escritor, ha publicado los volúmenes de cuentos Rumor de muerte (1982) y Sobrevivientes (1985) y las novelas A cierto lado de la sangre (1991), El cine era mejor que la vida (1997), Camila Todoslosfuegos (2001), El dedo índice de Mao (2003) y Era lunes cuando cayó del cielo (2008).
   Su última novela, Soñamos que vendrían por el mar, sigue las andanzas de Pável Vlasov (un seudónimo tomado del nombre de un personaje de La madre, de Máximo Gorki) y un grupo de jóvenes correligionarios que han decidido abandonarlo todo (familia, estudios, trabajo…) para sumarse a la guerrilla. Actor y director de teatro, Pável monta obras de trasfondo revolucionario (La masacre de Santa Bárbara, sobre un asesinato masivo ocurrido en febrero de 1963, El rehén…, pero también clásicos como La tempestad de Shakespeare) y entra en contacto con grupos de Bogotá, Cali, Medellín o Santa Bárbara, ciudades por donde acompañamos a estos jóvenes idealistas que sueñan con recibir armas de Las Antillas (este es el sentido del título) y marchar a las sierras o a la selva para sublevar al campesinado (luego, llegará el momento de tomar las ciudades). Ambientada en el tránsito de los años setenta a los ochenta, la obra recoge la efervescencia revolucionaria de una juventud (artistas, intelectuales, estudiantes universitarios…) impulsada por unos nobles ideales políticos que se proponen una transformación radical de unas estructuras sociales injustas siguiendo el modelo cubano. Su proyecto inmediato será conmemorar en la ciudad de Ciénaga la masacre bananera ocurrida en febrero de 1928 (a la que se refiere Gabriel García Márquez en Cien años de soledad). Todo parece posible si llegan las armas como viene a confirmar la entrada de los sandinistas en Managua (julio de 1979), pero empiezan a caer los primeros “mártires” (enfermos, asesinados) y los problemas se suceden. ¿Conocerán estos jóvenes, contemplados con tanta benevolencia como simpatía artística, el triunfo de la revolución?
   Reproducimos un fragmento en que brindan por su futuro destino como guerrilleros.

    "Cuando Raúl me vio, levantó la mano derecha con el índice apuntando al techo. Desde ese momento, cada brindis que hicieron lo compartieron con Hernando y conmigo. Entonces tomé ron, cerveza, ron, cerveza, ron y más ron. No podía negarme. Cada uno se levantaba y mencionaba el lugar al cual se iba.
-Puerto Berrío, pueblo de fuego –dijo Hollman.
-¡Salud!
   Después se levantó Juan Molina, les ofreció su trago a todas las meseras, al encargado de la música y, por último, a los de la mesa grande que lo miraban con impaciencia.
-La Mojana, tierra sagrada.
-¡Salud!
   Luego habló uno alto que yo no conocía. Era flaco, de gafas grandes como las de Hollman, de barba negra cerrada. Se tomó unos segundos demás para que todos lo oyeran
-Urabá, puerta de entrada a un mundo libre.
-¡Salud!
   Entonces se paró Raúl. Sonriente, el ron lo había relajado, ahora no tenía la culebra que se le dibujaba en la frente cuando se enojaba. Primero dijo que los quería mucho a todos.
-A todos, incluido vos, Pável –dijo, y levantó más la copa-. ¡Brindemos por las selvas del Carare!
-¡Salud!
   Cuando Charles Bronson iba a brindar, se paró a su lado Yolanda. Se miraron a los ojos y en coro dijeron:
-Por Armero, por los que soñamos bajo el volcán
-¡Salud!" [pp. 1128-129]. 

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