sábado, 14 de noviembre de 2020

El síndrome de Diógenes

EL SÍNDROME DE DIÓGENES

Juan Ramón Santos

Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2020, 81 págs.

XXXIX Premio de Narración Corta Felipe Trigo

     Nacido en Plasencia en 1975, Juan Ramón Santos es Licenciado en Derecho y en Ciencias Políticas y autor de novelas, relatos y libros de poesía. Fue Fundador de la Asociación Cultural Alcancía, de Plasencia, y desde 2005 coordina con Nicanor Gil el Aula de Literatura “José Antonio Gabriel y Galán”. Desde 2015 ocupa la presidencia de de la Asociación de Escritores Extremeños y es, asimismo, el Coordinador de las Aulas literarias de la región. Como escritor, se dio a conocer con una compilación de textos breves titulada Cortometrajes (Editora Regional, 2004), al que siguieron El círculo de Viena (Gijón, Llibros de Pexe, 2005), Cuaderno escolar (Editora Regional, 2009), Palabras menores (De la Luna libros, 2011) y Perder el tiempo (De la Luna libros, 2017), además de colaborar en libros colectivos como Relatos relámpago (2007) y Por favor, sea breve (2009). Como poeta, ha publicado Cicerone (De la Luna libros, 2014) y Aire de familia (Sevilla, La isla de Siltolá, 2016). Asimismo, es autor de tres novelas: Biblia apócrifa de Aracia (Libros del Oeste, 2010), El tesoro de la isla (De la Luna libros, 2015) y El verano del endocrino (Baile del Sol, 2018). En la web web www.planvex.es, bajo el título “Con VE de libro”, mantiene una sección dedicada a la reseña y recomendación de lecturas.

   El síndrome de Diógenes es una novela corta que ganó el año pasado el premio de narración Felipe Trigo de su modalidad. Su trama arranca con la decisión del protagonista-narrador, un profesor de instituto, de perseguir a ladridos a las ancianas de la localidad en la que vive. Este comportamiento delirante lo convertirá en el corro de las habladurías de los vecinos, lo aleja de su hijo, el único eslabón que le une a un matrimonio roto y, en una deriva empecinada y funesta, es expulsado de trabajo y del entorno laboral para aislarse de todos (“opté por acudir sólo y solo por las tardes”) hasta aproximarse a un destino de perro callejero, un auténtico seguidor de Diógenes, que va a conocer, a través de una aplicación de móvil, a otros seres también cínicos que conciertan citas para mantener relaciones sexuales sin prolegómenos, auténticos apareamientos, en uno de los cuales, el protagonista morderá a un competidor y acabará en la cárcel (en donde conoceré otro destino canino, el de perro apaleado). La trama traza así una aventura existencial, la de un antihéroe del abandono, de la renuncia, pero también desde una perspectiva lúcida e ingeniosa y una prosa amplia y precisa contiene una denuncia social, pues es, al fin, su propio entorno (vecinal, familiar, laboral) el que lo condena al aislamiento.

   Emparentada con El verano del endocrino, la novela proclama su huella kafkiana (el desarrollo narrativo pormenorizado y lógico a partir de un episodio propio de la literatura del absurdo), su relación con la figura legendaria del filósofo griego (que ha pasado al título), pero también es posible encontrar otras huellas: la locura quijotesca del protagonista, la narración picaresca de El coloquio de los perros (en ambas, un perro relata en primera persona sus andanzas), en una obra que, de un lado, rezuma literatura por todos sus poros, y, de otro, se nos presenta como una narración profundamente original y reconocible de su universo narrativo.

   Reproducimos un fragmento que ofrece una singular simbiosis espacio/personaje, cuando el protagonista deambule, mientras pierde su condición humana, por los arrabales de una ciudad que pierde en ellos su condición urbana.

 

“… me dediqué a vagabundear por las calles, a explorar, sin objetivo alguno, la caótica cartografía de mi ciudad, labor que decidí comenzar por el extrarradio, pues cada vez me sentía menos cómodo por el centro. Allí me sabía observado. En unos casos, por mis antecedentes. En otros, por mi apariencia, cada vez más desaliñada, por mi barba, cada vez más larga, y por mis modales, cada vez más agrestes. Notaba que me miraba, que hablaban de mí en las esquinas, en las panaderías, en las terrazas de los bares, y aunque debería haberme dado igual, me fastidiaba. Por eso opté por alejarme todo lo posible del corazón de la vida ciudadana, unas veces echándome al monte con la mochila y una vara a modo de cayado, otras deambulando por barrios periféricos, dejados de la mano del Ayuntamiento, separados por páramos geométricos, abortos de urbanización sembrados de basura en los que conocí innumerables formas de marginalidad y de inmundicia y donde mis cada vez más frecuentes y marcados ademanes caninos pasaban casi inadvertidos, camuflados en el catálogo de rarezas propias de unos yermos cuyos únicos habitantes eran rastreadores de chatarra, absentistas escolares, individuos enjutos de turbios propósitos y dementes de diversa índole hundidos en sus sordas tribulaciones”. [pp. 50-51].

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario