LA HUELLA
LUMINOSA Y AMARGA DE VIVIR
Jesús
Álvarez Gómez
Mérida, De la Luna libros, col. Lunas de Oriente, 2023, 118 págs.
Nacido en Villalba de los Barros (Badajoz), Jesús Álvarez Gómez ha trabajado como pediatra de atención primaria en Badajoz, hasta 2021. Accésit del Premio de Novela Corta Gabriel Sijé de Orihuela en 1999 con Dos hombres frente al mar, y ganador del Premio de Novela Juan Valera de Cabra (Córdoba) con Un zorro en el camino, ha ganado asimismo algunos premios de relatos, y ha publicado con la Editora Regional de Extremadura El canto nocturno de los pájaros y otros relatos y la novela Tiempo de recordar tiempo de vivir. Ahora la editorial emeritense publica en su colección Lunas de Oriente La huella luminosa y amarga de vivir, que reúne tres narraciones extensas de corte existencial que presentan a unos seres humanos en pos de una felicidad posible pero improbable: una mujer irrumpe en las relaciones amistosas de tres jóvenes (convirtiéndose en una persona distinta para cada uno de ellos, una obsesión, una expectativa con el tiempo frustrada, una conquista fácil), una mujer huye de una relación tóxica para refugiarse en un santuario aislado junto al mar, otra relata las vicisitudes de un matrimonio que va desde la dicha a la infelicidad, todos ellos seres inocentes inmersos en esa corriente “luminosa y amarga de vivir”. Reproducimos un fragmento en el que una joven exótica penetra en la vida de un personaje (y de la de sus dos amigos).
“Cuando Eusebio Lima vino hace años con la
fotografía que había comprado, esa avenida del Neva cubierta de nieve con una
silueta humana difusa, llegó eufórico y, al momento siguiente, desolado. Me
contó entonces la historia, que yo pensé era una más de las muchas que se
inventaba. Irina vendiendo fotos artísticas en el Parque del Oeste, solitaria,
esperando que alguien se interesara por ellas, preguntando su nombre si se
decidía a comprarle una, y mirándose ambos después, convencido él de repente de
que aquella mujer era la que había estado esperando toda su vida. ¿Y usted,
cómo se llama?, acertó a preguntar Eusebio a su vez. Anonadado, sin saber qué
decir cuando ella le respondió con aquel nombre que se colaría en su vida para
siempre, sin saber cómo obrar, le pagó el precio convenido y se retiró poco a
poco, sintiendo la pesadez de sus pasos como una lucha inconsciente entre
permanecer y marcharse, una fuerza que entorpecía sus movimientos, a pesar de lo
cual fue alejándose de la mujer. Pensó más tarde, buscando una explicación,
que, justamente por estar convencido de que Irina era la mujer de su vida, tuvo
miedo de no saber cómo actuar, miedo de perderla, y que su retirada sólo era
una forma de retrasar el acercamiento definitivo, para volver mejor preparado y
conseguirla. Logró detenerse a cierta distancia, se volvió y la miró de nuevo,
sin que ella se diera cuenta. Comprendió que lo que había sentido cuando se
miraron no había sido un presentimiento fugaz, que una fuerza poderosa,
inexplicable, le convencía, sin lugar a dudas, de que aquella mujer extranjera,
solitaria, como perdida, había llegado para dar sentido a subida, para
iluminarla”. [pp. 14-15].
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