jueves, 9 de marzo de 2023

Lo que piensan los hombres bajo el agua

LO QUE PIENSAN LOS HOMBRES BAJO EL AGUA

Marino González Montero

Mérida, De la Luna libros, col. Lunas de Oriente, 2023, 96 págs.

   Marino González Montero (Almaraz, Cáceres, 1963) es profesor de secundaria en Mérida. Fundador de la revista de creación La Luna de Mérida, ha sido finalista en el Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en 2004 con su libro En dos tiempos. También ha publicado Tangos extremeños y Bulerías y los libros de cuentos Sedah Street, Diarios Miedos y Sed, así como los poemarios Incógnita del tiempo y la velocidad, Un estanque de carpas amarillas y La verdadera lengua de los pájaros. Es coautor del libro Puentes de Extremadura y de la edición ilustrada de La vida del Lazarillo de Tormes y autor de Rollos y picotas de Extremadura. Como autor teatral ha publicado The Tempest, una versión libre de la obra de Shakespeare, el poema épico-dramático La Bella Magalona así como el texto poético-dramático Aquiles. Ha escrito y dirigido obras como Muerte por Ausencia, LABERINTO: anatomía del presente y Satanás, así como distintas versiones de textos grecolatinos de Plauto, como Cásina, El Persa o Truculentus, y de Terencio, como El Eunuco, Heautontimorúmenos, Adelphoe, Phormio o Hecyra. Es autor y director del espectáculo flamenco Amapolas Negras.

   Ahora De la Luna libros publica el último libro de la colección de narraciones cortas “Lunas de Oriente” dirigida por Elías Moro Cuéllar y el propio editor, Marino González Montero, que ha elegido su postrera entrega para dar a la imprenta esta reunión de microrrelatos agrupados en cuatro bloques (“En la piscina”, “De compras”, “De bares” y “Las clases”). Todos ellos tienen en común un rasgo característico de la narrativa del “realismo social”: la elección por el narrador de unos espacios colectivos (una piscina pública, un supermercado, bares, un aula) en que no es inverosímil la irrupción de personajes de cualquier condición lo que otorga al conjunto un protagonismo coral y una perspectiva social, en tanto la mirada aguda de un observador atento da testimonio de un mundo variopinto y sorprendente contado con una prosa versátil y precisa. No es infrecuente que la mirada del narrador se vuelva hacia sí mismo, como sucede en la siguiente composición incluida en el tercer apartado (“De bares”).

   “Cuando llego, siempre está. Nunca sale antes que yo. Diríase que vive ahí, en lo que ya puede llamarse «su rincón». Tanto es el tiempo que ha empleado en desgastarse la espalda contra la pared, el codo derecho sobre la barra y los dos pies subidos en el soporte del taburete. Tres puntos tres. Los ojos, sin embargo, no se apartan del espejo que hay adosado a la pared. Desde allí observa a la gente y se observa a sí mismo. Nadie habla con él ni él habla con nadie. Su lenguaje se limita a una bajada de párpados para una copa más y un arqueo de cejas, como dos interrogaciones, para la cuenta. El camarero conoce ese código y se cuida mucho de articular palabra alguna. Acabo mi copa y me marcho, dejándole en «su rincón», como de costumbre. Nunca lo hago, pero hoy, no sé por qué, me ha picado la curiosidad y me he dado la vuelta al llegar a la salida. Había desaparecido. Al mirar el espejo he visto mi imagen enmarcada en la puerta”. [p.56].


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