jueves, 23 de mayo de 2019

La escapada


LA ESCAPADA

Gonzalo Hidalgo Bayal
Barcelona, Ed. Tusquets, 2019, 301 págs.

   La trama de la última novela de Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, Cáceres, 1950) se localiza en un sábado de noviembre de 2017 y arranca con el encuentro casual en una librería del pasadizo de San Ginés del narrador, Bayal, un profesor jubilado que visita con frecuencia Madrid, con un compañero de estudios de la Facultad de Filosofía y Letras a quienes el grupo de compañeros apodaba Foneto por sus agudas preguntas en las clases de Fonética y Fonología. Como recuerda el narrador, el compañero de estudios, convertido en personaje experto en falsas etimologías, retruécanos, calambures y otros juegos lingüísticos, aparece en su primera novela, Mísera fue, señora, la osadía (a él se le atribuye el verso que cierra la novela: “lo triste que es ser nada y serlo solo”) y reaparece en El cerco oblicuo empeñado en una tesis doctoral sobre el poeta Saúl Olúas.
   Ahora será el propio personaje el que reconstruya ante el narrador su vida a partir de su separación. Sabremos así que por las mismas fechas abandonó los estudios universitarios (un atractivo porvenir como profesor de Fonología en la Universidad) y rompió una relación sentimental con una “muchacha” (ningún personaje es conocido por su nombre), tras varias separaciones y reencuentros en los que se mostró indeciso sobre el futuro de la relación, rota de modo definitivo cuando él (¿también ella?) faltó a una última cita. El servicio militar le llevó a abandonar Madrid y trasladarse a una ciudad de provincias. Allí halla acogida en casa de unos tíos y a la muerte del marido “hereda” el quiosco de prensa que él regentaba, tarea a la que dedica toda su vida hasta la jubilación (el mismo destino de Gregorio Olías, el protagonista de Juegos de la edad tardía, de Luis Landero). Este es sustancialmente el curso de una vida que podemos considerar baldía, repleta de hechos incomprensibles: ¿Por qué deja de presentarse a unos exámenes que aprobaría sin dificultad? ¿Cómo es que no hace nada por conservar a su lado a la joven de la que está enamorado? ¿Por qué abandona la lectura incluso de la prensa que vende en el quiosco? ¿Cómo, en fin, “un hombre brillante echa a perder su brillantez”?
   Como el Meursault de Camús y como otros personajes de Bayal, el personaje podría definirse como “héroe de la renuncia”, se muestra paralizado en las encrucijadas, parece rebelarse contra la idea sartreana de la libertad concebida como una condena en que es obligatorio optar (pero “dejar de tomar una decisión es también una decisión”), se abandona a una vida que frustra todas las expectativas vitales de la juventud (laborales, intelectuales, amorosas) dedicado a una tarea absurda muy por debajo de lo que esperábamos de él. Sentimos la tentación de concluir que ha sido él quien ha labrado concienzudamente su propia desdicha, pero entonces recordamos, por contraste, el destino del narrador que sí ha llevado a cabo todos los proyectos de juventud a los que su compañero renunció y recordamos sus palabras: “también yo he leído ya todos los libros y me he entregado a las tristezas de la edad y a mi propia decadencia”. Por distintos caminos ambos (pero también otros personajes bayalianos anteriores: el H. de Campos de amapolas blancas, Lucas Cálamo, Severo Llotas, el “interventor”…) han llegado a una misma melancólica conclusión que podemos encontrar en otra obra de Hidalgo Bayal: “El hombre de nuestro tiempo se siente desbordado por la pesadilla de la existencia y se percibe impotente, salvo con un resquicio de lucidez para advertir las sinrazones y la desdicha. La vida es amarga y melancólica y no caben promesas de paraíso” [“La ficción y el afán”, Equidistancias].

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