lunes, 27 de febrero de 2023

El infierno comunica

EL INFIERNO COMUNICA

Raúl Aragoneses

Mérida, De la Luna libros, Col. Lunas de Oriente, 2022, 85 págs.

   Raúl Aragoneses (Mérida, 1978) es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca y trabaja como corrector en el Departamento de Publicaciones de la Asamblea de Extremadura. Es autor del álbum ilustrado Me llamo Jorge (2010) y de textos dispersos que han ido apareciendo en antologías como Paisajes del infierno (2001) o Basta! Microficción contra la violencia de género (2022), además de en revistas como Atril, Mordistritus o Quimera. Reconocido con numerosos premios, ha sido el segundo finalista en la XV edición de Relatos en Cadena (2022) de entre más de veintiséis mil microrrelatos recibidos desde cuarenta y tres países. El infierno comunica que ahora publica De la Luna libros reúne un conjunto de microrrelatos de variada temática que incorpora recreaciones de relatos clásicos (bíblicos, históricos, mitológicos, cuentos infantiles), motivos de la vida cotidiana y de las relaciones humanas... en textos agudos repletos de hallazgos con una prosa eficiente y versátil. Reproducimos una de las composiciones en que todo contribuye a construir un malentendido que la última palabra disipa.

EL TAMAÑO IMPORTA

   De todos los compañeros, la mía era la más pequeña. Nunca me había preocupado por su tamaño hasta que Marta me reveló la causa por la que prefería estudiar con Gonzalo. La suya, algo más grande de lo que esperaba, le permitía saciar su voracidad durante horas y aprender el francés por su cuenta. Las otras chicas del instituto la envidiaban por adelantada, de ahí que apenas encontrase amigas con las que conversar de ciertos temas fuera de clase. 

   Y es que la curiosidad de Martita aumentaba día a día, por ello cuando conoció a Ernesto se olvidó de nosotros. Todo el mundo en el pueblo había oído que la suya, en gran medida heredada del padre, era la más espléndida. Marta pasaba tardes enteras subiendo y bajando por ella con ayuda de una escalerilla, como poseída, hasta el punto de que perdía la noción del tiempo y la castigaban por llegar tarde a casa. 

   Durante uno de estos correctivos fue a visitarla un primo carnal de su madre, quien le aseguró que no había vicio en el mundo mejor que el suyo y le dio algo de dinero con el que podría comenzar a montarla a su gusto. A nadie extrañó que, nada más levantarle el castigo, la joven lo gastara todo en libros para formar, por fin, su propia biblioteca.

 

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