viernes, 24 de febrero de 2023

Las razones del alma

 

LAS RAZONES DEL ALMA

María José Flores Requejo

Mérida, Editora Regional de Extremadura, col. Vincapervinca, 2022, 330 págs

   María José Flores Requejo (Burguillos del Cerro, Badajoz), es catedrática de Lingüística española en la Universidad del Aquila (Italia). Como poeta, su obra ha estado vinculada a la renovación de la literatura extremeña a partir de los años ochenta del siglo XX y, en particular, al grupo de autores vinculados a la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres. Junto a diferentes textos de investigación, en su obra poética destacan títulos como De tu nombre y la tierra (1984), Oscuro acantilado (1986), Noche oscura del alma (1986), Nocturnos (1988), El rostro de la piedra (1993), Impura claridad (1995), Poemas del cuerpo (1999), Antología poética (Editora Regional de Extremadura, 2005), Un animal rozado por el tiempo (Editora Regional de Extremadura, 2008), el elogio del libro De la naturaleza mágica y misteriosa de los libros (2019) y la antología para jóvenes lectores Mi memoria es un árbol (Editora Regional de Extremadura, 2020).

   Ahora la Editora Regional de Extremadura publica en su colección Vincapervinca Las razones del alma, su primera novela, cuya trama arranca con un encuentro casual de dos personajes pintorescos: Pablo, el aspirante a novelista que necesita sumergirse por completo en su proyecto narrativo sin poder atender a ningún otra tarea cotidiana (por lo que pone un anuncio en la prensa buscando un mecenas) y Pepe, dispuesto a aceptar una “misión” tan noble. La sencilla trama de la novela se desarrolla sobre el diálogo entre estos dos tipos tan distintos como complementarios (que recuerda a parejas como Don Quijote y Sancho o los Gregorio y Gil de Juegos de la edad tardía), el que procede del territorio de la cultura (de una cultura libresca que lo ha aislado de los demás, del ambiente universitario, de las citas de los clásicos, de las etimologías…) y el que viene de una naturaleza (de la sucesión de estaciones, de la lluvia y los amaneceres, de los amigos y los animales domésticos…) que perdió al venir a la gran ciudad. El constante diálogo en un espacio interior avanza sobre una prosa precisa, consciente de la insuficiencia del lenguaje, mientras los interlocutores corrigen en  su pensamiento sus carencias (su insuficiencia, su irrelevancia…) sobre temas variados (recuerdos de la infancia, los sueños no realizados, la soledad, la creación…) entre el novelista atascado en su proyecto narrativo y el entusiasta mecenas convencido de la genialidad de su protegido como “dos locos dispuestos a defender aquel sueño, o aquella quimera, porque ya tenía más de quimera que de sueño”. La salida de ambos personajes de la vivienda del novelista (en que se ha desarrollado toda la trama) por los bares de Madrid celebrando el cumpleaños del escritor simboliza la apertura a una realidad que puede nutrir la creación, por lo que el desenlace anuncia un futuro de nuevos proyectos de estos dos tipos que contra toda esperanza conservan la fe. Reproducimos un fragmento que el mecenas relata un doloroso recuerdo de su pasado.

             “—¿Y por qué no te haces de otro perro, mecenas? —le sugirió Pablo, que no sabía bien qué decirle, pero que sentía que algo le tenía que decir.

   Pepe, al oír aquellas pocas palabras se llevó la mano al costado, como si le estuvieran clavando algo, y se quedó unos instantes muy serio, antes de comentar, con un ligero temblor en la voz:

            —¿Hacerme de otro perro? En mi vida ya no hay sitio para otro perro, novelista —Pablo notó cómo la arruga que le cruzaba la frente se le iba haciendo más honda—. Que no quiero ni pensar en lo que debió de sufrir el pobre al verse solo, abandonado —añadió, y mientras lo decía, volvió a sentir en la boca el sabor de ese fruto áspero, amargo, que era para él la culpa—. Esa fue mi primera traición, aunque no la única, y cada vez que me creo grande, y hasta noble, como nos creemos a veces los hombres, recuerdo, de pronto, como en un fogonazo, los ojos de Chispas, aquellos ojillos tiernos y alegres que se gastaba, y me doy cuenta de que aquel día es como si hubiera roto algo que sé que ya nunca podré volver a componer —susurró, desviando la mirada de Pablo, mientras repetía para sus adentros: "sí, que ya nunca podré volver a componer".

   Y cuando tras unos largos instantes alzó de nuevo la mirada hacia él, Pablo pudo ver en su rostro —un rostro que la emoción hacía aún más cercano y más hermoso— toda la fragilidad de la inocencia, el desgarro de ese mundo justo, y en orden, pensó, que de un momento a otro deja de serlo, como se quiebra el cristal más delicado, o como se rasga la seda, de una forma casi siempre fortuita, involuntaria, e irreparable.    —Los ojos de un perro, date cuenta, los ojos de un perro son mi cruz... Y es que nunca se sabe por dónde te va a pillar la vida, nunca..., que tú no te imaginas la pena con la que me miró el pobrecillo, que yo creo que el animal se lo sentía, porque los animales tienen mucho entendimiento, Pablo, y también mucha querencia...” [194-195].


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