LA ROSA CÚBICA
José A. Ramírez Lozano
Sevilla, Diputación Provincial /Ateneo de
Sevilla, 2025, 71 págs.
I Premio “Generación del Veintisiete”
Presentación de Emilio A. Boja Malavé
José A. Ramírez Lozano (Nogales, Badajoz, 1950) es autor de más de
setenta obras en prosa y verso, premiadas muchas de ellas con galardones
prestigiosos (Azorín, Claudio Rodríguez, Juan Ramón Jiménez, José Hierro, Blas
de Otero, Ricardo Molina o los extremeños Ciudad de Badajoz, Felipe Trigo o
Cáceres de novela corta). Su obra poética arranca con Canciones a cara
y cruz (Sevilla, 1974), libro al que siguieron otros muchos títulos,
muchos de ellos también premiados. Sus últimos libros de versos son Corambo (2007), Cuarto
creciente (2007), Caliches (2009), Copa de
sombras (2009), Raíz de la materia (2011), Rosas
profanas (2012), Las islas malabares (2012), Ropa
tendida (2013), Elegía de Yuste (2013), Discurso de anatomía (2014), Vaca de España (2014), A cara de perro (2017), Bestiario del cabildo (2018), Epifanías (2018), La sílaba de ónice (2019), La patria de los náufragos (2020)
y Peccatamundi (2021).
Ahora la Diputación Pronvicial de Sevilla y el Ateneo de la ciudad publican La
rosa cúbica, poemario que consigue el I Premio de poesía “Generación
del Veintisiete”, un conjunto de composiciones que tienen como motivo la
evocación de otras tantas ciudades (Corintia, Sila, Maturana, Cytia, Antica…),
a la vez arcaicas y fantásticas, inspiradas en Las ciudades invisibles
de Italo Calvino, cada una de las cuales “simboliza un concepto o paradoja,
abordando temas como la memoria, el olvido, la fragilidad y el tiempo”, convirtiendo
el conjunto de poemas en “una meditación sobre las ciudades como espacios
simbólicos de los deseos y temores humanos” [texto de contraportada].
Reproducimos una de las composiciones.
SILVANIA
Un Dios fundó Silvania
sólo porque sus gentes
invocasen su nombre cada día.
Un dios débil y astuto
cuya existencia sólo dependía
de la palabra ajena.
Y la cercó con muros de granito
temiendo que el ejército enemigo
la hiciera enmudecer.
Sus fieles saludaban
el alba con su nombre
y aquel dios, como el cerco
comunal de sus voces, se cernía
coronado en su eco.
Pero a la voz, tan débil, sólo basta
el soplo de otra voz para apagarla.
Y, como en Jericó con Josué,
el enemigo, en nombre de otro dios,
echó abajo sus muros invocándolo.
Dioses mudos que enseñan
a rezar a los hombres
para saberse ciertos y que viven
de sus labios impuros,
de la misericordia
de sus propias criaturas.

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