miércoles, 12 de noviembre de 2025

La rosa cúbica

 

LA ROSA CÚBICA

José A. Ramírez Lozano

Sevilla, Diputación Provincial /Ateneo de Sevilla, 2025, 71 págs.

I Premio “Generación del Veintisiete”

Presentación de Emilio A. Boja Malavé

   José A. Ramírez Lozano (Nogales, Badajoz, 1950) es autor de más de setenta obras en prosa y verso, premiadas muchas de ellas con galardones prestigiosos (Azorín, Claudio Rodríguez, Juan Ramón Jiménez, José Hierro, Blas de Otero, Ricardo Molina o los extremeños Ciudad de Badajoz, Felipe Trigo o Cáceres de novela corta). Su obra poética arranca con Canciones a cara y cruz (Sevilla, 1974), libro al que siguieron otros muchos títulos, muchos de ellos también premiados. Sus últimos libros de versos son Corambo (2007), Cuarto creciente (2007), Caliches (2009), Copa de sombras (2009), Raíz de la materia (2011), Rosas profanas (2012), Las islas malabares (2012), Ropa tendida (2013), Elegía de Yuste (2013), Discurso de anatomía (2014), Vaca de España (2014), A cara de perro (2017), Bestiario del cabildo (2018), Epifanías (2018), La sílaba de ónice (2019), La patria de los náufragos (2020) y Peccatamundi (2021). Ahora la Diputación Pronvicial de Sevilla y el Ateneo de la ciudad publican La rosa cúbica, poemario que consigue el I Premio de poesía “Generación del Veintisiete”, un conjunto de composiciones que tienen como motivo la evocación de otras tantas ciudades (Corintia, Sila, Maturana, Cytia, Antica…), a la vez arcaicas y fantásticas, inspiradas en Las ciudades invisibles de Italo Calvino, cada una de las cuales “simboliza un concepto o paradoja, abordando temas como la memoria, el olvido, la fragilidad y el tiempo”, convirtiendo el conjunto de poemas en “una meditación sobre las ciudades como espacios simbólicos de los deseos y temores humanos” [texto de contraportada]. Reproducimos una de las composiciones.

 

SILVANIA

Un Dios fundó Silvania

sólo porque sus gentes

invocasen su nombre cada día.

 

Un dios débil y astuto

cuya existencia sólo dependía

de la palabra ajena.

 

Y la cercó con muros de granito

temiendo que el ejército enemigo

la hiciera enmudecer.

 

Sus fieles saludaban

el alba con su nombre

y aquel dios, como el cerco

comunal de sus voces, se cernía

coronado en su eco.

 

Pero a la voz, tan débil, sólo basta

el soplo de otra voz para apagarla.

Y, como en Jericó con Josué,

el enemigo, en nombre de otro dios,

echó abajo sus muros invocándolo.

 

Dioses mudos que enseñan

a rezar a los hombres

para saberse ciertos y que viven

de sus labios impuros,

de la misericordia

de sus propias criaturas.


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