jueves, 8 de diciembre de 2016

Los celos de Zenobia


LOS CELOS DE ZENOBIA
José A. Ramírez Lozano
Valencia, Ed. Pre-Textos, 2016, 143 págs.
XXIV premio de Novela Breve Juan March Cencillo

   Aun cuando se inició como poeta, José Antonio Ramírez Lozano (Nogales, 1950) ha desarrollado de modo paralelo una nutrida trayectoria de poemarios, libros de literatura infantil y juvenil (aparecidos en editoriales como Edelvives, Alfaguara, Algaida, Kalandraka, Anaya, S. M. o Hiperión) y narraciones que comparten motivos repetidos y similares predilecciones formales. Objeto de numerosísimos galardones (Azorín, Claudio Rodríguez, Juan Ramón Jiménez, José Hierro, Blas de Otero, Ricardo Molina, premio de la Crítica Andaluza o los extremeños Ciudad de Badajoz, Felipe Trigo o Cáceres de novela corta).  Su obra en prosa se inició con Don Illán (Orihuela, 1978), una narración corta con algunas de claves de su mundo narrativo, a la que han seguido otros muchos títulos.
   Ahora, la editorial valenciana Pre-Textos publica Los celos de Zenobia, que ha conseguido el XXIV premio de Novela Breve Juan March Cencillo. Partiendo de una conocida cita de Juan Ramón Jiménez que provoca los celos de Zenobia del título (“Yo tengo encerrada en mi casa, por su gusto y el mío, a la Poesía, y nuestra relación es la de dos apasionados”), la trama de la narración desarrolla la obsesión del poeta por “desnudar” una poesía demasiado “impura”, el intento por eliminar de su trayectoria sus primeros libros (con visitas al pulcro y atildado Azorín, a Unamuno, a Pedrito Salinas…), la fuga de la joven (Juan Ramón y Juan Guerrero la buscan en casa del jaranero Manuel Machado, del sobrio y desmañado Antonio, mientras tratan de eludir el lúbrico acoso de Neruda), y el viaje a Casablanca momento en que las referencias y guiños culturales, numerosísimos en toda la novela, saltan de la poesía al cine,

“-¡Qué iracundia de hiel y sinsentido! –explotó Juan Ramón.
   Era ella. Aún la creía suya para siempre. Aunque ahora tuviese los labios pintados de carmín y el alma negra de nicotina. Aunque las sucias manos de los hombres berrendos se arrancasen de sus butacas para tocarla.
-¡Oh, no! –gritó. ¡No la toquéis ya más!
   Ella debió reconocerlo entonces. Tuvo, si acaso, un estremecimiento, una mirada esquiva que amparó la penumbra. Y nada más. Luego fue la perfidia lo que asomó a sus labios porque pasó a cantar una balada con la letra de uno de sus versos, lo que agrió la sangre al de Moguer.

¡Oh, bajo los pinos,
tu desnudez malva,
tus pies en la tierna
yerba con escarcha,
tus cabellos, verdes
 de estrellas mojadas.
…Y tú me dirás
huyendo: ¡Mañana!

   Acabó. Ella apagó con desprecio el pitillo y fue apoyando su lascivia perversa contra la caoba del piano. Y se fue desnudando. Y todos le sonreían.
-¡Qué no la toquéis ya más, he dicho! –volvió a gritar él todavía en su vieja locura de tenerla.
Pero, esa noche terrible de café, entendió que ya era tarde y que ella no volvería con él. La supo para siempre comunal como el güisqui, impura como el sueño maldito de los hombres” [pp.142-143].


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