viernes, 16 de diciembre de 2016

Lapsus calami


   Al rescatar un artículo aparecido en un semanario comarcal (“Horrores y erratas”, en Vegas Altas), me vino a la memoria otra entrada de este blog en la que recordaba cómo mi padre solía repetir una anécdota en que dos castizos campesinos de pura cepa dialogaban:

“- Ulogio, ¿no has oído rebuznar un burro esta madrugá en la sierra la Herraúra?.
- Sí que lo oí.
- Pos era yo, je, je”.

(El que rebuznó era, claro, su burro, con el que había ido a la sierra en busca de una carga de leña, un buen ejemplo de metonimia: el amo del rucio por el rucio).

   Y esto, a su vez, me recordó un pasaje de la última parte de 2666, la novela póstuma de Roberto Bolaño, en el que recoge de otro libro (Museo de errores de Max Sengen) varios “lapsus calami”. He aquí algunos:

“¡Pobre María! Cada vez que percibe el ruido de un caballo que se acerca, está segura de que soy yo” (Chateaubriand).

“La tripulación del buque tragado por las olas estaba formada por veinticinco hombres, que dejaron centenares de viudas condenadas a la miseria” (Gaston Leroux).

“¡Vámonos”, dijo Peter buscando su sombrero para enjugarse las lágrimas” (Zola).

“El Duque apareció seguido de su séquito, que iba delante” (Daudet).

“Empiezo a ver mal, dijo la pobre ciega” (Balzac).

“Después de cortarle la cabeza, lo enterraron vivo" (Henri Zvedan).

“Tenía la mano fría como la de una serpiente” (Ponson du Terrail).

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