sábado, 10 de diciembre de 2016

Pecado


PECADO
Laura Restrepo
Madrid, Alfaguara, Col. Narrativa Hispánica, 2016, 347 págs.

   Nacida en Bogotá en 1950, Laura Restrepo se graduó en Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes y posteriormente hizo un postgrado en Ciencias Políticas. Tras un sobrecogedor testimonio de la violencia recogido en su reportaje Historia de un entusiasmo, publicó las novelas La isla de pasión (1989), Leopardo al sol (1993), Dulce compañía (ganadora del premio “Sor Juana Inés de la Cruz” de novela de1997 escrita por mujeres, que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara), La novia oscura (1999), Delirio (VII premio Alfaguara de 2004), que la dio a conocer a nivel internacional, La multitud errante (2001), Olor a rosas invisibles (2002), Demasiados héroes (2009) y Hot sur (2013). Recientemente, ha publicado, también en Alfaguara, Pecado, un libro de siete relatos relacionados entre sí, enmarcados por un texto titulado Peccata mundi 1 y 2, en donde evoca a Felipe II obsesionado por su cuadro preferido, El jardín de las delicias de Hieronymus Bosch, del que reproducimos un fragmento.
   Presentado el pasado mes de septiembre por Juan Diego Mejía, director de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín (en donde la autora recordó la anécdota en que un chico le preguntó: “Entonces, ¿vos sos escritora?”, “Sí”, “Yo pensé que los escritores estaban todos muertos”), los relatos, de diverso perfil, se ajustan a un esquema de “crimen y castigo”, aunque el crimen no sea más que el inocente deseo de labrarse la felicidad y el castigo no provenga de los dioses, como sucede en el primer relato, “Las Susanas en su paraíso”, en que la localidad ribereña de San Tarsicio, lo más parecido al edén, será arrasado por la doble maldición “bíblica” de SIDA y de los paramilitares.
   En el fragmento seleccionado, con un marcado carácter “prologal”, Felipe II cree ver confirmado en el cuadro del Bosco un mandato divino que refrendará su mentalidad inquisitorial.

   “Desde el panel izquierdo parece tronar la advertencia: comer la fruta es pecado. La palabra resuena en las alturas, pronunciada por primerísima vez. Peccatum en latín, aunque quizá el Dios vivo la haya dicho en arameo.
   El tríptico refuerza en Felipe la convicción de que su propia misión es hacer eco de la voluntad de Dios, encabezando la cruzada contra el peccatum y defendiendo a sangre y fuego la causa de la vera religión.
   Pero no todo está bajo control. Como los súbditos de Felipe, también las criaturas del Bosco desoyen la orden divina y persisten en la acción, que se desenvuelve como melodrama y deja prever un final trágico. Ni al Gran Pulpo ni al Gran Rey debe agradarles que en el hormiguero cunda el desorden. Yo amo a la humanidad sumisa, dice el Uno y repite el Otro, pero hombres y mujeres hacen lo que les viene en gana. Allá ellos. Que se atengan a las consecuencias.
   El postigo de la derecha recibe con ebullición de fuegos y martirios a los Comedores de Fruta, a partir de ahora llamados peccatores: los adúlteros, lso incestuosos, los soberbios, los indiferentes, los criminales. Aquí pagaran todos por sus peccata.
   Éste no es un infierno; éste es el Infierno: un sótano de arrepentimiento y castigo mediante tortura que podría servirle a Felipe como arquetipo para su Inquisición: la aplicación metódica de un protocolo de dolores, o el suplicio como arte de retener la vida en el sufrimiento, subdividiéndola en mil muertes (La Breton)”. [pp. 17-18]

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