martes, 31 de marzo de 2020

Recurrencias


RECURRENCIAS

Carlos Reymán Güera
Mérida, De la luna libros, Col. Lunas de Poniente, 2020, 94 págs.

   Carlos Reymán Güera es autor de Demagogias (Libros de Mesa, 2016), un libro singular que incluye poemas, entradas de un diario, aforismos y pequeños relatos, conformando con ellos una “miscelánea” que dos lúcidos lectores, Eduardo Moga y el profesor Miguel Ángel Lama, comentaros en sus blogs. Ahora, este escritor del que es imposible encontrar dato biográfico alguno ni en los paratextos editoriales ni en internet, publica su segundo libro, en esta ocasión de relatos y microrrelatos, tal vez por el perfil de la colección en que aparecen (Lunas de Poniente, abierta a  los cultivadores del cuento en la región).
   Recurrencias, que ahora publica la editorial emeritense De la luna libros, reúne cincuenta y tres textos narrativos fronterizos con otras formas literarias (también aquí hay fragmentos de un diario, notas de lectura, poemas en prosa…) que abordan, siempre desde la perspectiva lúcida de un observador agudo, de un lector que rehúye los lugares comunes y de un escritor que elude el patetismo mediante procedimientos de distanciamiento como el humor o la ironía, motivos diversos: recuerdos infantiles (del niño y la abuela contrabandistas), la denuncia social (“Y no te quejes”, “El símbolo”), la crueldad aldeana (“Las gafas”), la imprevisibilidad de la condición humana (“Mi jefe”), la denuncia del maltrato animal (“Los gorriones”), en tanto otros relatos recrean, para alterar su mensaje, una frase hecha (“Todas las familias tienen un cadáver en el armario”) o una sentencia (“Homo homini lupus”), pero sin duda el motivo más recurrente es la propia literatura (y la vida literaria): “La presentación” (de su primer libro, a la que no acudió), “Introducción a la poesía actual”, “Hablando con Unamuno”, “Diario de un poeta recién olvidado”, “Diario de un escritor todavía joven aspirante al nobel de literatura”, “El nuevo libro”, o “Adivinanza”.
   Reproducimos dos composiciones. En la primera, el narrador, un niño, se enfrenta al súbito malestar de las emociones contradictorias. En la segunda, nos enfrentamos al relato de una pérdida (o un poema sobre una pérdida: el texto permitiría su reproducción en verso).

        EL ALIVIO

   Uno no sabe bien dominar sus sentimientos. Ni sabe de dónde le nacen determinados sentimientos. Ni en qué medida esos sentimientos son uno mismo.
   Uno se tiene por bondadoso y alejado de la maldad pero se traiciona con una facilidad pavorosa. Esta mañana el tutor de la clase de al lado vino a notificarnos la ausencia de nuestro profesor de matemáticas: "Don Laureano no puede asistir hoy a se interrumpió ante el clase porque ha fallecido...",
murmullo expectante que se había originado entre nosotros. Todos nos mirábamos conteniendo la alegría o tratando de disimularla quienes no podíamos contenerla. Una muerte repentina de don Laureano supone también la muerte repentina de su torpe y aburrido método pedagógico, pero claro, eso no es justificación suficiente para alegrarse por la muerte de un profesor que, por otra parte, siempre había sido cariñoso con nosotros, suspensos aparte.
   En lo que duraron esos puntos suspensivos me vi terrible ante mí mismo, ante el espejo moral que llevamos con nosotros y en el que apenas nos miramos (por cierto, ¿quién de mí lo sacó y me enfrentó a él, me puso ante mí, me hizo verme?).
   Cree uno que está hecho de buenos sentimientos y no sabe ni quién es, de qué es capaz.
   Los puntos suspensivos cesaron con el carraspeo del tutor de la otra clase y tras tragar saliva reanudó su aclaración: "...su madre, la madre de don Laureano ha muerto", nuevos puntos suspensivos se estiraron sobre la clase en un tiempo en que se nos congelaron todas las emociones contrarias entre sí, enfrentadas, hasta que se abrió paso el alivio general. Suspiramos: “Menos mal que ha sido la madre, no don Laureano”, empecé a reconciliarme conmigo mismo, “así es que no hay que alegrarse de la muerte de nadie”, me dije, intentando recomponer a la persona buena que he sido siempre.

       NOCTURNO

   Silbaba la luna su himno de luz contra el mundo a su paso por el barrio, luna altiva de los charcos más sucios donde nace cada mañana un arco iris de gasolina.
   Silbaba la luna, fraternal y pálida, la música silenciosa en la que regresan los muertos, la canción dormida del tiempo de la noche, los versos donde el viento ha querido dejar un rastro de historias que nunca terminan.
   Sonaba el himno de la luna entre la solemnidad de las farolas y la distribución marcial de las papeleras, tan feo, tan vacuo, como todos los himnos, y mi perro y yo aullábamos con ganas desde la acera, desde la locura.
   A nuestras espaldas pasaban, como una amenaza reprimida, los coches patrulla de la policía, lentos, mandaban mensajes envueltos en el halo azul que los alejaba, guiños y parpadeos inequívocos, tics de un morse que no necesitaba de mucha interpretación, puntos y rayas, y rayas y puntos, y... ¿hace cuánto que no sabes nada de ella? —me preguntaban.

1 comentario:

  1. Buenos días, Simón, discúlpeme que no le haya escrito antes, francamente desconocía la existencia de este blog y no sabe cómo lo lamento. Quiero agradecerle la lectura que ha hecho de mi libro que en manos de lectores como usted mejora considerablemente, pero sobre todo quiero agradecerle este estupendo cuaderno de bitácora repleto de notas provechosas que nos ayudan a cruzar por ese ancho mar/gen de las lecturas pendientes. Estaré atento. Un saludo.
    Carlos Reymán Güera

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