martes, 3 de marzo de 2009

Espacios interiores




MAPA DE LAS CORRIENTES

Serafín Portillo
Sevilla, Renacimiento, 2008

   Nacido en Plasencia en 1961, Serafín Portillo publicó sus primeros poemas en Jóvenes poetas en el aula (1983), la ya histórica antología preparada por Ángel Sánchez Pascual, que recogió textos del grupo de poetas, ligados en parte a la facultad de Filología, que renovó de modo perceptible la poesía de nuestra comunidad en los años ochenta (Álvaro Valverde, Diego Doncel, Javier Pérez Walias, Basilio Sánchez, Santos Domínguez Ramos, José Luis Bernal,...). Más tarde, el autor placentino publicaría Recóndito trasluz (Mérida, ERE, 1997, que recogía poemas de una plaquette anterior, Luz cerrada, 1992) y La misma sombra (Mérida, ERE, 2004).
  En todo poeta dueño de una obra personal, que no solo ha erigido sino sobre la que, además, ha reflexionado (Serafín Portillo es autor de un ensayo literario, De camino al silencio, 2005), pueden encontrarse constantes temáticas y predilecciones estilísticas que van trabando las sucesivas entregas, de modo que los poemas adquieren, con frecuencia, la apariencia de “variaciones” sobre un puñado de ideas e intuiciones fundacionales. En Portillo, las nociones de naturaleza y creación literaria, las imágenes de la luz y la sombra, la ineludible necesidad del ejercicio del lenguaje, pues el hombre vive, solo o acompañado, en un “imposible silencio”, pasan de un poemario a otro con distintas formulaciones y diversos grados de abstracción, a veces, muy intensa.
   Mapa de las corrientes reúne tres composiciones de distinta extensión y calado: “Genealogía” rastrea en el pasado el instante mágico en que el hombre junto al descubrimiento de la herramienta como prolongación de su brazo, halla las palabras y las ve cómo contienen el mundo y, a la vez, se separan de él. “Carencia”, la última composición, bucea en la condición del ser humano, en su violento derrotero a través de los siglos, a la vez que ejemplifica cómo la poesía no es un modo de conocimiento, sino de expresar (no de desvelar) el misterio, ante el cual solo cabe el asombro.
   Sobre estas dos composiciones sobresale a nuestro juicio, por su profundidad y por su belleza formal, “Mapa de las corrientes”, el poema más extenso y el que presta título al poemario. En un espacio interior de soledad y silencio que es el de la civilización (el de la reflexión y la lectura), el poeta contempla un atardecer de otoño al tiempo que evoca, pues la luz es ya muy escasa, una naturaleza que conoce (la sierra de Tormantos, el valle del Jerte); de este modo, el epígrafe del poema tiene un primer sentido literal: la composición traza el mapa de las sierras y el valle, de las gargantas que descienden al río, el cual da un sentido a este entorno, pues ha convertido el caos es armonía, ha orientado la naturaleza pero también al ser humano al edificar puentes o trazar senderos. Con el cristal de la ventana como frontera entre la naturaleza y lo interior (pero “canto y bosque / son la misma sombra”), el poema traduce esa necesidad esencial del ser humano de “hablar” constantemente, una pulsión verbal que se acrecienta en la soledad pues “el discurso es necesario a nuestro espíritu como al propio cuerpo lo es el ritmo cardiaco”.
   En este fluir lingüístico, el poema encadena, mediante conexiones léxicas, varios motivos que, como las cerezas, parecen tirar unos de otros: la evocación de las gargantas bajando hasta el río, la niñez en recuerdos que el otoño propicia (aunque la nostalgia es mentira), la figura del padre, la lluvia, las labores de los campesinos y pastores en otoño, el encuentro casual de un vidrio que destella al sol junto a un arroyo (la belleza fortuita), el joven perdido en el bosque escuchando el fragor de la garganta, el niño contando las estrellas... Todo ello, no para recobrar un pasado irrecuperable, ni para cantar su fulgor, sino para describir el instante presente, un momento repleto de sensaciones (canta el cárabo, arrecia la lluvia...) y de recuerdos, porque así es como existimos en el tiempo, con el lenguaje como único medio de expresar un mundo inextricable: “Tal vez por eso escriba, / porque no cabe hablar de lo que no sabemos, / sólo expresar ese temblor / que nos alcanza más allá de cuanto / podemos entender”

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