ESTRATEGIA Y MÉTODOS
PARA LA COMPOSICIÓN DE ROMPECABEZAS
José María Cumbreño
Los Libros de la Frontera / Luces de Gálibo Ediciones
Málaga, 2008, 66 págs.
José María Cumbreño (Cáceres, 1972) ha publicado hasta el momento dos poemarios: Las ciudades de la llanura (Mérida, ERE, 2000), finalista del premio Rafael Alberti, y Árbol sin sombra (Sevilla, Algaida, 2003), ganador del premio de poesía Ciudad de Badajoz. En noviembre de 2005 Cumbreño logró el premio de narrativa corta “Generación del veintisiete” con De los espacios cerrados, su primera obra en prosa, un conjunto de textos breves de muy diverso perfil (microrrelatos, aforismos...).
Mientras que sus textos en prosa exhiben un experimentalismo lúdico (que recuerda, por momentos, las greguerías de Gómez de la Serna o algunos textos de Julio Cortázar), los poemas de estos dos primeros libros revelan una cierto parentesco, pues ambas obras nacen ligadas a la tradición cultural del cristianismo (de ahí la reiteración de símbolos procedentes de esta misma tradición: el aceite y la sal, el fuego y el agua, el pozo y el árbol...). Del primero de ellos destaca la presencia un trasunto poético, el bíblico Lot, quien a salvo en la aldea de Soar recuerda los episodios narrados en Génesis 19 (la huida de Sodoma, la destrucción de la ciudad, la conversión de su esposa en estatua de sal...), personaje que convive en el libro con otros situados en vísp eras de un viaje (que muy bien puede ser el postrero: un habitante de Herculano contemplando, por última vez, el Vesubio, un pasajero del Titanic...).
En su segundo poemario sobresale la reiteración de dos motivos nucleares comunicados mediante imágenes autónomas de un notable poder visual: uno es el del sin sentido de una realidad que existe sin un destino, que se traduce en ese “árbol sin sombra” del título, pero también en la lluvia sobre el mar, en los “buzones de las casas / deshabitadas”, en “los aljibes secos”, en el “libro intonso”...; el segundo recoge un topos antiquísimo presente en Heráclito, en Petrarca o en Fernando de Rojas, quien en el prólogo a La Celestina recuerda, y traduce, al filósofo griego (“Omnia secundum litem fiunt”: todas las cosas son criadas a manera de contienda o batalla) , comunicado en el poemario mediante la sucesión ciega de crueles paradojas en que se resuelve la existencia, en una danza irracional de vidas y muertes: “El sol que abre las flores / es el mismo que las agostará”, “El macho que se ha comido a las crías / para que así las hembras entren de nuevo en celo”
Estrategias... se compone de cuatro bloques simétricos con seis composiciones cada uno (poemas y breves textos en prosa que bien pudieran considerarse micro-relatos) y la idea de composición de una construcción compleja abre el poemario, con el texto que da título al libro, y lo cierra: “Todas las casas se construyen con presencias y ausencias. / El ladrillo que se pone será un muro. / El ladrillo que no se pone será una puerta” (”La parte por el todo”).
Situada en lugares tan relevantes, esta noción, que existe incluso como frase hecha de nivel coloquial, se convierte en uno de los motivos centrales del libro: el mundo es un rompecabezas; esto es, un ámbito complejo e inextricable, como viene a confirmar la cita de Eistein (“¿Qué sabe el pez del agua donde nada toda su vida?”), de ahí que el libro se presente formalmente como un “manual de usuario” y, de algún modo, también él es un conjunto de piezas-poemas que han de encajar.
Son frecuentes las composiciones que poseen un arranque prosaico (“Los modernos manuales de arquitectura...”) y que, además, dan entrada a campos semánticos imprevistos (matemáticas, arquitectura, ciencias naturales...), en una sucesión de impresiones paradójicas, hallazgos sorprendentes, contradicciones, agudas percepciones de una realidad compleja e incomprensible (“Las señales de las carreteras abandonadas. Los jornaleros marroquíes contratados para la vendimia [...] Las noticias de los periódicos viejos”). Lo poético procede, pues, no de un modo de expresión “lírica” sino de una perspectiva, de un punto de vista profundamente original que nos hace contemplar la realidad como si la viéramos por primera vez, todo ello comunicado con un despojamiento absoluto, como sucede en el siguiente ejemplo en que en vano buscaremos un adjetivo o una imagen:
“Mi abuelo puso una piedra
sobre la piedra
que había puesto su padre.
Mi padre puso una piedra
sobre la piedra
que había puesto mi abuelo.
Límite. Linde.
Yo tengo una piedra en la mano.”
(“La cerca de piedra”)
José María Cumbreño
Los Libros de la Frontera / Luces de Gálibo Ediciones
Málaga, 2008, 66 págs.
José María Cumbreño (Cáceres, 1972) ha publicado hasta el momento dos poemarios: Las ciudades de la llanura (Mérida, ERE, 2000), finalista del premio Rafael Alberti, y Árbol sin sombra (Sevilla, Algaida, 2003), ganador del premio de poesía Ciudad de Badajoz. En noviembre de 2005 Cumbreño logró el premio de narrativa corta “Generación del veintisiete” con De los espacios cerrados, su primera obra en prosa, un conjunto de textos breves de muy diverso perfil (microrrelatos, aforismos...).
Mientras que sus textos en prosa exhiben un experimentalismo lúdico (que recuerda, por momentos, las greguerías de Gómez de la Serna o algunos textos de Julio Cortázar), los poemas de estos dos primeros libros revelan una cierto parentesco, pues ambas obras nacen ligadas a la tradición cultural del cristianismo (de ahí la reiteración de símbolos procedentes de esta misma tradición: el aceite y la sal, el fuego y el agua, el pozo y el árbol...). Del primero de ellos destaca la presencia un trasunto poético, el bíblico Lot, quien a salvo en la aldea de Soar recuerda los episodios narrados en Génesis 19 (la huida de Sodoma, la destrucción de la ciudad, la conversión de su esposa en estatua de sal...), personaje que convive en el libro con otros situados en vísp eras de un viaje (que muy bien puede ser el postrero: un habitante de Herculano contemplando, por última vez, el Vesubio, un pasajero del Titanic...).
En su segundo poemario sobresale la reiteración de dos motivos nucleares comunicados mediante imágenes autónomas de un notable poder visual: uno es el del sin sentido de una realidad que existe sin un destino, que se traduce en ese “árbol sin sombra” del título, pero también en la lluvia sobre el mar, en los “buzones de las casas / deshabitadas”, en “los aljibes secos”, en el “libro intonso”...; el segundo recoge un topos antiquísimo presente en Heráclito, en Petrarca o en Fernando de Rojas, quien en el prólogo a La Celestina recuerda, y traduce, al filósofo griego (“Omnia secundum litem fiunt”: todas las cosas son criadas a manera de contienda o batalla) , comunicado en el poemario mediante la sucesión ciega de crueles paradojas en que se resuelve la existencia, en una danza irracional de vidas y muertes: “El sol que abre las flores / es el mismo que las agostará”, “El macho que se ha comido a las crías / para que así las hembras entren de nuevo en celo”
Estrategias... se compone de cuatro bloques simétricos con seis composiciones cada uno (poemas y breves textos en prosa que bien pudieran considerarse micro-relatos) y la idea de composición de una construcción compleja abre el poemario, con el texto que da título al libro, y lo cierra: “Todas las casas se construyen con presencias y ausencias. / El ladrillo que se pone será un muro. / El ladrillo que no se pone será una puerta” (”La parte por el todo”).
Situada en lugares tan relevantes, esta noción, que existe incluso como frase hecha de nivel coloquial, se convierte en uno de los motivos centrales del libro: el mundo es un rompecabezas; esto es, un ámbito complejo e inextricable, como viene a confirmar la cita de Eistein (“¿Qué sabe el pez del agua donde nada toda su vida?”), de ahí que el libro se presente formalmente como un “manual de usuario” y, de algún modo, también él es un conjunto de piezas-poemas que han de encajar.
Son frecuentes las composiciones que poseen un arranque prosaico (“Los modernos manuales de arquitectura...”) y que, además, dan entrada a campos semánticos imprevistos (matemáticas, arquitectura, ciencias naturales...), en una sucesión de impresiones paradójicas, hallazgos sorprendentes, contradicciones, agudas percepciones de una realidad compleja e incomprensible (“Las señales de las carreteras abandonadas. Los jornaleros marroquíes contratados para la vendimia [...] Las noticias de los periódicos viejos”). Lo poético procede, pues, no de un modo de expresión “lírica” sino de una perspectiva, de un punto de vista profundamente original que nos hace contemplar la realidad como si la viéramos por primera vez, todo ello comunicado con un despojamiento absoluto, como sucede en el siguiente ejemplo en que en vano buscaremos un adjetivo o una imagen:
“Mi abuelo puso una piedra
sobre la piedra
que había puesto su padre.
Mi padre puso una piedra
sobre la piedra
que había puesto mi abuelo.
Límite. Linde.
Yo tengo una piedra en la mano.”
(“La cerca de piedra”)
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