UNA NOVELA RUSA
Enmanuel Carrère
Barcelona, Anagrama 2008
Trad. De Jaime Zulaika
Conocido especialmente por su novela L’adversarie, un best seller llevado al cine en el año 2000, Emmanuel Carrère (París, 1957), escritor, periodista y director de cine francés, ha publicado ahora Una novela rusa, un texto autobiográfico que recoge dos años convulsos de su vida marcados por un enigma, varios hallazgos y una relación amorosa malograda.
De un lado, gravita sobre él, como un peso oneroso, la misteriosa desaparición de su abuelo, Georges Zurabishvili, un arisócrata georgiano que llegó a Francia en los años veinte cuando Rusia ocupó su patria ante la indiferencia de las democracias occidentales (y eso tal vez explique su simpatía hacia los dictadores europeos en los años treinta). Tas trabajar como “intérprete” para los alemanes, desapareció en Burdeos el 10 de septiembre de 1944, cuando unos desconocidos, tal vez miembros de la resistencia, se lo llevaron: “Ninguna tumba lleva su nombre”. En contra de la prohibición expresa de su madre, Hélène Carrère d’Encausse, secretaria perpetua de la Academia francesa, el escritor se propone reconstruir su actuación durante la guerra y su desaparición, pues, al fin, solo debe contarse lo que no debe ser contado.
Otra línea argumental traza el recorrido de una búsqueda. Cuando en el otoño de 1944 el ejército rojo entró en Hungría y la Wermacht emprendió la retirada, el partido pro nazi de las cruces flechadas ordenó la movilización de dos quintas sucesivas. Un joven de dieciocho años, András Toma, fue arrastrado en la retirada alemana, capturado por los rusos y, tras un tiempo en un campo de concentración, deportado hacia el este, al hospital siquiátrico de Kotelnich, a ochocientos kilómetros al noreste de Moscú. Allí pasó 53 años olvidado de todos, sin hablar con nadie pues nadie sabía húngaro y él no aprendió ruso.
A ambas vidas, tan distantes, les une su condición de víctimas de la historia: las dos han sido zarandeadas por las sangrientas utopías del siglo XX y ambos hombres son, en parte, culpables, pues uno no ha rehuido la movilización y el otro ha colaborado con los alemanes en Francia infringiendo así las leyes de hospitalidad (es inmoral cooperar con los ocupantes del país que te ha dado asilo), pero cuando la novela parece acogerse al desarrollo narrativo de “vidas paralelas” (recordando la estructura de una obra como Soldados de Salamina, de Cercas), la narración da un quiebro imprevisto al abandonar, por creerlas agotadas, ambas líneas argumentales.
Y es que Carrère no construye una novela sino un relato de episodios vividos sobre los que ignoramos que grado de manipulación “literaria” ha proyectado. Sin duda, es consciente de que en cualquier narración, a mayor impresión de perfección formal (tramas ordenadas hacia un desenlace, premoniciones cumplidas, finales cerrados…) menor impresión de realidad, dado que esta es anárquica, no tiene principio ni fin, no avanza con un propósito; es, en fin, antinovelesca.
Una novela rusa es, por ello, un relato desorganizado, desproporcionado en sus ingredientes, que parece acogerse al esquema de novela de personaje, para deslizarse hacia el de novela de ambiente cuando el narrador, acompañado de un equipo de rodaje, filme en la aldea siberiana de donde procedía Toma una película sin guión y apenas sin plan (una película real: Retorno a Kotelnich, estrenada en el Festival de Cannes en 2003), resuelta en un estar atento a lo que sucede si es que sucede algo. Paradójicamente, aquí están las mejores páginas de la novela: el registro de la vida cotidiana de gentes ininteresantes, conscientes de su pobreza, de la fealdad de su mundo, avergonzadas de verse sometidos a una curiosidad ajena que no puede sino que humillarlos un poco más.
Tampoco contribuye a trabar la novela, haciendo que confluyan las distintas líneas narrativas, las hitoria de amor que el protagonista vive con Sophie a pesar de que atraviesa la narración de uno a otro extremo: un amor degradado por una pulsión autodestructiva que empuja a la mujer hacia la infidelidad para cargarse de razón en su papel de hombre indignado por la traición, que solo valora la relación amorosa cuando sospecha que la ha empujado a un punto próximo a la ruptura (“Es lo que pienso de ti y por eso a la vuelta te echaré de casa. ¿Me has oído bien? Dentro de cinco minutos diré lo contrario, te suplicaré que no creas lo que te acabo de decir, pero tienes que sabe que entonces te estaré mintiendo. ¿Entendido?”), pero cuya postura tiene mucho de “pose”, de comportamiento teatralizado,
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