lunes, 20 de diciembre de 2010

Juego de invierno


Once ciudades

Bajamos del tren todos los hombres, abatidos,
exhaustos, sintiendo vergüenza y temor de nuestra propia debilidad. Llegamos cuando la sirena, como un agüero maligno, anunciaba el fin del bombardeo aliado. Calzados con zuecos, nuestras pisadas resonaban en el empedrado de la avenida al avanzar de mala gana, con un cansancio de semanas y un sopor torpe y desmayado. De los barracones salían a contemplarnos, como odres desnudos y vacíos, sombras de seres humanos sin ropa ni zapatos. El trabajo, hemos leído a la entrada, nos hará libres.

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