lunes, 19 de octubre de 2020

Aquiles

 

AQUILES

Marino González Montero

Mérida, de la luna libros. Col. Teatro, 2020, 106 págs.

    Fundador de la revista de creación La Luna de Mérida y director de la editorial De la Luna Libros, Marino González Montero (Almaraz, 1963) es coautor del libro Puentes de Extremadura, de la edición ilustrada de La vida del Lazarillo de Tormes y autor de versiones de textos de Shakespeare (La tempestad), Plauto (Cásina, El Persa, Truculentus) y de Terencio. Como poeta, ha publicado Tangos extremeños (2006), Incógnita del tiempo y la velocidad (2014) y Un estanque de carpas amarillas (2015) que ahora ve la luz en la misma editorial emeritense. Como narrador, es autor de libros de relatos como En dos tiempos (finalista del premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en 2004), Sedah Street (If  Ediciones, 2001), Diarios miedos (2009) y Sed (2011), ambos en la editorial De la Luna libros. En 2016 apareció Rollos y picotas de Extremadura (De la Luna libros) y en 2018 el poema épico dramático La bella Magalona.

   Relacionada con dos obras anteriores (Muerte por ausencia, 2017, y Laberinto, 2019), Aquiles se nos presenta como un poema épico-dramático que recrea uno de los más antiguos mitos de Occidente, el guerrero despiadado que ha preferido la muerte en combate a la inmortalidad, contemplado aquí, sin embargo, en su faceta humana más profunda, porque “han transcurrido casi diez años del asedio constante de la ciudad de Troya por parte de los ejércitos griegos. El principal y más destacado héroe de aquella contienda, el pélida Aquiles, el semidiós invencible en mil batallas, está cansado de una guerra de la que no se atisba fin alguno. Por eso inicia un proceso de ‘humanización’ en el que se rebela contra los dictados de los oráculos y comienza un camino que le llevará a la búsqueda de la belleza” [Texto de contraportada].

   Reproducimos un fragmento en que se despide de Patroclo, quien, vistiendo las armas de Aquiles, se dirige al combate (esto es, a la muerte a manos de Héctor).

 

PATROCLO: (Yéndose por la derecha.)

Las adivinaciones ya tuvieron su tiempo.

Hora es de levantarse y descuajar

las raíces

de todos los escritos.

No pido tu bendición pues no es

necesaria…

Tu armadura y tus caballos me bastan

para hacer temblar

las imponentes murallas de Troya.

 

AQUILES: (Lanzando una plegara por donde se ha ido Patroclo.)

Que Hera, la de los níveos brazos

cubra los campos de niebla lechosa

y el brazo de Patroclo

consiga anegar de sangre troyana

las riveras por donde fluye… ancho el Simoente

y lento el Escamandro…

(Aquiles, como ido, va hacia el mar y comprueba cómo se forma la tormenta en el horizonte.)

En días de tormenta

busca el sol la menor

rendija por el hueco más estrecho

para colar su luz

y hacernos sabedores

de su todopoderosa presencia.

(Al público.)

Ya no puedo soportar tanta muerte…

Soy acaso un hombre y solo…

como sola es la tarde

en que percibes en qué medida

las letras de mi nombre se escriben de dolor.

 

Oscuro total.

 

Día de las lenguas extremeñas




 El pasado sábado la asociación OSCEC (Órgano de Seguimiento y Coordinación del Extremeño y su cultura) organizó en La Codosera el III Día de las Lenguas Extremeñas (los anteriores se celebraron en San Martín de Trevejo y Serradilla) con representantes de A fala (declarada Bien de interés cultural por la Junta de Extremadura), el extremeño y el portugués rayano. Con el apoyo de representantes de otras hablas minoritarias de Asturias, León, Valencia, Cataluña…, se presentaron al público publicaciones específicas, a la vez que se recitaron poemas  y se interpretaron canciones en las distintas modalidades lingüísticas.

domingo, 11 de octubre de 2020

Sin pronunciar tu nombre


 

SIN PRONUNCIAR TU NOMBRE

ANTOLOGÍA POÉTICA (1976-2015)

 Santiago Castelo

Pontevedra, Ed. Urutau, col. Avis Rara, 2020, 131 págs.

Selección y prólogo de Carlos García Mera

  

   Graduado en Historia y Ciencias de la Música en la Universidad Autónoma de Madrid y máster en Crítica y Argumentación Filosófica, Carlos García Mera publicó su primer poemario en 2014, Acercanza (Beturia). Desde entonces, ha colaborado en antologías poéticas como Aire por Aire. A Santiago Castelo (Vberitas, 2015, coordinada por Juan Ricardo Montaña), Basta. Voces extremeñas contra la violencia de género (Diputación de Badajoz, 2018), o En el vuelo de la memoria. Antología para Ángel Campos Pámpano (Editora Regional, 2018). Recientemente, ha visto la luz en la Editora Regional de Extremadura El contorno del eco. Ha sido coordinador de la revista de la AEEX, El espejo, y colabora mensualmente en el diario digital CódigoPúblico.

   Ahora, la editorial gallega Urutau, en colaboración con la Residencia de Estudiantes de Madrid, publica una antología de Santiago Castelo (Granja de Torrehermosa, 1948 – Madrid, 2015), que recoge por primera vez composiciones de todos los libros publicados, desde Tierra en la carne (1976) hasta La sentencia (2015), quince poemarios que fueron apareciendo con regular periodicidad. Pero, además de estos títulos, su obra fue antologada en varias ocasiones: Como disponga el olvido (1986), al cuidado del profesor Juan Manuel Rozas, Antología extremeña (1995), preparada por Alejandro García Galán, y La huella del aire (2004), elaborada por Manuel Simón Viola. Ahora, Carlos García Mera entrega esta antología en que aparecen representados, como decimos, todos los libros del poeta granjeño, “un hombre –considera el prologuista- del que brotaba la amistad sin celo. Una avis rara en la vorágine de luchas e intereses egoístas en los que este mundo parece estar inmerso. Sus manos fueron una constelación de bendiciones duraderas, paternas y leales, acumuladoras de una generosidad incalculable […] En su mirada, clara y precisa, aún guardaba el recuerdo de su infancia en Granja de Torrermosa. Una niñez colmada de trigo y azaleas, de luz que brotaba de patios y jardines. Aquella realidad labriega, aquel trasunto mágico en el campo extremeño, lo acompañaría hasta el último de sus días” [Prólogo, p. 10].

   Reproducimos uno de los poemas incluidos en la antología perteneciente a Memorial de ausencias.

         CAMPOSANTO DE GRANJA

 

                            A la memoria de Manuel Machado

 

Nube, sierra, campo,

vida, sueño, muerte...

Cuando acabe todo

aquí está mi suerte.

Aquí bajo un viento

preñado de luces

con el eco tibio

de la serranía

aquí tengo un huerto

sembrado de cruces

y un ciprés de sombra

y melancolía...

 

Aquí lo más cierto

y lo más seguro...

Iré por la vida,

seré lo que sea.

Al final me queda

un ancho futuro

de habares y lilas,

de trigal y azalea...

Una rosa al aire

y un vencejo al vuelo...

Mi cuerpo en mi tierra

y mi risa al cielo.

 

Juego de ambiciones

echado a esta carta:

Un corto camino

y una estrella alta.

Nube, sierra, campo,

vida, sueño, muerte…

Cuando acabe todo

         aquí está mi suerte.

 


lunes, 5 de octubre de 2020

El hombre que compró una nube

 

EL HOMBRE QUE COMPRÓ UNA NUBE

 José Antonio Ramírez Lozano

Zaragoza, Edelvives, 2020, 69 págs

Ilustraciones de Enrique Quevedo

    José Antonio Ramírez Lozano (Nogales, Badajoz, 1950) es autor de más de setenta obras en prosa y verso, premiadas muchas de ellas con galardones significativos (Azorín, Claudio Rodríguez, Juan Ramón Jiménez, José Hierro, Blas de Otero, Ricardo Molina o los extremeños Ciudad de Badajoz, Felipe Trigo o Cáceres de novela corta). Pero además de narrativa y poesía, Ramírez Lozano ha cultivado, también en prosa y verso, la literatura infantil y juvenil.

   Ahora, la editorial Edelvives publica El hombre que compró una nube una divertida narración infantil que arranca con el desconcierto de Marino Alonso al comprobar que tiene una nube en un ojo. Consigue que desaparezca pero la nube se queda en casa con ellos, beneficiosa a ratos (les riega  las macetas de la terraza cuando salen de viaje), y a ratos muy perjudicial cuando ocasiona desperfectos de tormentas de granizo. Finalmente deciden vendérsela a un agricultor de tierras de secano, pasaje que reproducimos a continuación. Como en títulos anteriores, la narración sobresale por el ingenio, el humor y una prosa cuidada y reconocible

  

   “Faustino Cuenda se fue para Monsalud más contento que un ocho. La nube lo seguía por la carretera a la misma velocidad del coche, en dirección contraria a la de las otras nubes. Una cosa así, tan extraña, puso en alerta a la Guardia Civil.

         -¿A dónde van ustedes con esa nube?

         -Acabo de comprarla, señor cabo. Y volvemos ya a Monsalud.

         -¿Y no se ha dado usted cuenta de que su nube circula en dirección contraria?

         -No, señor.

         -Con que no, ¿eh? Fíjese en las otras. –Le señaló el cielo con el índice-. Las nubes tienen también su camino y su velocidad. Son vehículos, al fin y al cabo.

         -Tiene usted razón, señor cabo. No había caído.

   En aquella ocasión no hubo multa. Faustino tuvo que dar un rodeo hasta el cruce de Villanueva de Merla y tomar la carretera 407 para ir así en la dirección del viento y despacio, a su velocidad. A veces se detenía para observar si lo seguía y que no errase la dirección. Pero no hubo manera. Ni el viento ni las demás nubes soplaban en su dirección.

         -Y dale, Faustino. Mira que nos van a poner una multa –lo amenazaba Luisa, su mujer.

         -¿Y qué hacemos?

         -Pues parar y esperar a que llegue la noche”. [pp. 33-35].

sábado, 3 de octubre de 2020

Poemas en forma de música


 

POEMAS EN FORMA DE MÚSICA

    Con ocasión del centenario del nacimiento de Manuel Pacheco (Olivenza, 1920), el ayuntamiento de Barcarrota, de donde era su madre, edita un CD coordinado por Francisco J. Pérez González, en el que han colaborado un gran número de personas: Luis Martínez Giraldo (autor de la obra Los tres poetas de Badajoz que ha cedido la imagen del modelado en barro para la carátula), Luis Alfonso Limpo y Manuel Pecellín. Con excepción de uno de los poemas (de Plácido Ramírez), los poemas musicados pertenecen al propio poeta. Su interpretación corre a cargo de cantantes como Nando Juglar, Luis Pastor, Juan A. Espinosa, Fermín García, Teresa Pérez, Luis Núñez y Manuel López, “Niño de la Rosa”.

jueves, 1 de octubre de 2020

Enrique García Fuentes sobre Fronteras

El pasado sábado, Enrique García Fuentes, uno de los más conocidos críticos literarios de la región, publicaba una reseña sobre Fronteras, que reproducimos aquí con su permiso.

     ARCADIA

Enrique García Fuentes

 Para los que, como yo, consideran a Manuel Simón Viola Morato el nombre de referencia en lo que se refiere a estudios filológicos y críticos de la narrativa extremeña de los dos últimos siglos (y de los más avezados también a la hora de ponerla en conexión con el resto de las literatura hispánica de las mismas fechas) les habrá sorprendido esta irrupción decidida en un campo que hasta ahora había medido y sopesado con acierto y en el que, por fin, se ha decidido a intervenir.

No sé si es cierto eso que dicen de que todo crítico es un escritor frustrado; tampoco es que me importe mucho. La impresión que yo tengo es que Simón Viola (el aligerado nombre que ha elegido como escritor estricto) se arrellana en su recién estrenada condición de jubilado, libre de cargas académicas y exegéticas; pone en orden papeles varios y recuerdos por clasificar y se lanza, precavido, al cenagoso mundo de la creación literaria. Como todo escritor ‘novel’ (como si llevara poco escrito hasta la fecha…) opta por rebuscar en la memoria, ese inmenso territorio del que continuamente brotan asuntos e historias, y pergeña una serie de textos caracterizados por la brevedad, la pulcritud y una más o menos fidelidad –tampoco demasiado bien comprendida por mi parte, me aventuro a decir– a lo estrictamente real, verosímil y verificable de lo narrado.

Ya no sé si fue Rilke –tanto se le ha manoseado– el que dijo aquello de que la infancia es la patria del hombre, pero lo cierto es que Simón Viola ha entrado voraz en ese terreno tan suyo, privativo y propio y de él emanan esta veintena larga de recuerdos e impresiones particulares –que completa con fragmentos debelados cariñosamente de otros recuerdos redactados por familiares suyos de primer grado–, de sus andanzas de chico por La Codosera, Alburquerque, La Roca de la Sierra y otros sitios. Vibrantes unos, teñidos de melancolía y serena tristeza otros, se afanan por componer un mosaico de vivencias con las que aquellos que hayan vivido circunstancias parecidas a las que se narran se confabularán cariñosamente, y los que venimos de la ciudad y solo nos vamos al campo a pasear un ratito aprenderemos mucho y hasta puede que nos pase por la cabeza que hay algo muy importante en nuestras vidas que tal vez se nos haya perdido.

¡Qué fácil sería –como viejo zorro que es, el propio escritor ya lo menciona en uno de los fragmentos y se nos adelanta-– reducir este elenco de vivencias al socorrido tópico del «menosprecio de corte y alabanza de aldea». Al optar por centrarse en los episodios más infantiles, le rezuma al autor la felicidad –que acaso descubre ahora– de haber protagonizado, o simplemente advertido, las aventurillas y facecias que nos recrea. Otra cosa, sin embargo, es cuando el relato rememora vivencias ya más adentradas en su adolescencia o juventud (en realidad, muy pocas) en las que se hace perfectamente comprensible que se le levante un claro espíritu crítico frente a lo que nos está contando. No. En absoluto la vida del campo (y más en los agrestes y no siempre feraces territorios por donde transcurrió su infancia) se idealiza. No eran buenas tierras y fueron, sobre todo, malos, muy malos tiempos. Cuando el protagonista nace y, más que nada, empieza a ir madurando y adquiriendo conciencia de cuanto le rodea, andamos ya por los años del desarrollismo (que, dicho sea de paso, tampoco es que el mundo estrictamente rural que aquí se retrata percibiera satisfactoriamente), pero ahí está omnipresente, la permanencia de la situación heredada tras nuestra desdichada guerra civil, ominosamente patente en la vida rural de esa larguísima e inacabable posguerra, que Simón Viola rescata de la vida de sus padres y sus abuelos. Aunque tiene la honradez suficiente como para no cargar las tintas y el coraje de reconocer que, en realidad, la situación de su familia no llegó a los extremos de escasez de otros seres cercanos, tampoco rehúsa – insisto, sin regodearse en ello– adentrarse a veces por las paupérrimas condiciones de vida que, a ambos lados de La Raya (’Fronteras’ no es un título caprichoso) se vivieron durante esos tristes años.

Sale uno de esta agridulce evocación con el convencimiento casi pleno de que no es más que el primer capítulo de algo que intuimos –acaso deseamos– más extenso. No se nota en el autor un especial empeño en asegurar la pincelada, antes al contrario: más parece la acuarela que el óleo la técnica empleada para transmitir estas rememoraciones. Por eso confío en que sucesivas entregas acoten, concreten, más la perspectiva y prescindan (o se reafirmen en corregir) la única rémora que le encuentro a este rosario de enfervorecidas vivencias: la inane sustitución de la primera por la tercera persona a la hora de la narración, como si el narrador temiese la insoslayable identificación con el protagonista; algo que nada molestaría al lector, y que, es más, le ayudaría a compartir y disfrutar mejor este arcádico mundo que se le ofrenda.