jueves, 31 de octubre de 2019

Piedra y pasión



PIEDRA Y PASIÓN:
Los viajes extremeños de Miguel de Unamuno

Andreu Navarra Ordoño
Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. Estudio, 2019, 95 págs.

   Andreu Navarro (Barcelona, 1981), historiador y escritor, es autor entre otros títulos de La región sospechosa. La dialéctica hispanocatalana entre 1875 y 1939 (2012), Aliadófilos y germanófilos en la cultura española (2012), El ateísmo. La aventura de pensar libremente en España (2016), El espejo blanco. Viajeros españoles en Rusia (2016), Ortega y Gasset y los catalanes (2019) o Devaluación Continua. Informe urgente sobre alumnos y profesores de secundaria (2019).
   Piedra y pasión, que ahora publica la Editora Regional de Extremadura, se compone de tres ensayos dedicados a los varios  viajes de Unamuno por el norte de la región extremeña: “Perfiles extremeños” (Hervás, Plasencia, Trujillo, Yuste…), “Unamuno en las Hurdes” y “Unamuno en Mérida” (con ocasión del estreno en el Teatro Romano de la ciudad de Medea de Eurípides, traducida por él, en junio de 1933, cuando exclama: “¡Qué grandiosidad de escenario, sin necesidad de falsas bambalinas y brochazos al temple!”).
   Aparecidos en diarios y revistas, los textos que dedicó a la región pasaron a formar parte de Por tierras de España y Portugal (1911) y Andanzas y visiones españolas (1922), aunque la región reaparecería en Paisajes del alma (libro recopilado por García Blanco aparecido en 1944). En Extremadura, aparecerían una recopilación de poemas y artículos con fotografías de Antonio Fernández (Extremadura, 1992) y Viajes por Extremadura (Diputación Provincial de Cáceres, 2004) al cuidado de José Luis Bernal.
   El lúcido análisis de los textos lleva al crítico a cotejar las valoraciones unamunianas con otros autores que viajaron por la región, como Luis Bello (Viaje por las escuelas de España, 1926-29), Pío Baroja (La dama errante, 1908), Ciro Bayo (El peregrino entretenido, 1910), Ricardo Baroja (Gente del 98, 1952), Julio Cejador (Tierra y alma española, 1928), José María Salaverría (Los conquistadores, 1918), o Maurice Legendre (Les Jurdes. Etude de Géographi humaine, 1927, reeditado la ERE en 2006, Semblanza de España, 1944).
   Salvo la denuncia de ciertas lacras (los cabildeos provincianos, la pereza de siglos, los juegos de azar…), la visión que Unamuno da de Extremadura, del paisaje natural y humano, es resueltamente positiva, pero, contemplado desde el presente  es difícil compartir las soluciones que propone: la defensa del casticismo, de los valores morales, la renuncia y resistencia al progreso.
   “Unamuno es partidario de la pobreza digna, de la luchadora austeridad. Concluye que todos los españoles son hurdanos porque cree firmemente que la política estatal no puede traer la felicidad a los españoles. Porque opina que debe dejarles soñar su sueño eterno y tradicional, sin trasladarles inquietudes perturbadoras […] los desgraciados son los jugadores de Trujillo: quienes, habitando la civilización, se degradan. ¿Se comprende por qué carece de sentido arremeter contra Unamuno por haber insultado a los extremeños? Unamuno elevó a dos clases de extremeños a la categoría de arquetipos humanos: por lado, los vagos y jugadores que son el producto del sistema liberal, de la monarquía feudal disfrazada de zarandajas progresistas; por otro lado, el espíritu de superación, la vida oscura del luchador de las montañas. Podríamos concluir que, para Unamuno, los hurdanos son el ‘buen salvaje’. Sin embargo, es a la inversa: para él, los salvajes son los civilizados. Los hurdanos son los que han logrado domesticar lo intolerable, habitar lo inhabitable: “¡Pobres hurdanos! Pero… ¿salvajes? Todo menos salvajes. No, no, no es una paradoja lo de mi amigo Legendre, el inteligente amador de España; son, sí, uno de los honores de la patria” [pp. 55-56].
   Cuando traduce sus impresiones paisajísticas al verso los resultados son aún peores.

Hervás con sus castañares
recoletos en la falda
de la sierra que hace espalda
a Castilla: sus telares
reliquia de economía
medieval que el siglo abroga,
y a un rincón la sinagoga
en que la grey se reunía,
que hoy añora la verdura
de España, la que regara
con su libro –de él no avara-
el zaguán de Extremadura.

Crónicas desde el país de No y otros cuentos



CRÓNICAS DESDE EL PAÍS DEL NO Y OTROS CUENTOS

Ana Ayuso Verde
Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. Vincapervinca, 2019, 174 págs.


   Nacida en Campanario, Ana Ayuso Verde es Licenciada en Periodismo y profesora de Lengua y Literatura. Ha impartido cursos de Literatura Creativa y Redacción periodística en escuelas como Fuentetaja o Cálamo y Gran. Ha publicado El oficio de escritor (Suma de Letras, 2003), y Donde sueñas los tigres (Ed. Traspiés, 2008). Es redactora de la enciclopedia Curso de teoría y práctica del relato (Fuentetaja) y directora literaria de la enciclopedia El placer de escribir (Planeta de Agostini, 1999). Ha participado en la antología Los cuentos del Alambre y recibido los premios Unicaja y Barcarola de relatos.
   Ahora, la Editora Regional de Extremadura publica Crónicas desde el país de No y otros relatos, un conjunto de narraciones, ambientadas el primer grupo en un territorio sorprendente en el que personajes se hallan sometidos a un lógica absurda o terrible, pero también en los restantes relatos descubrimos tras la realidad cotidiana la presencia desasosegante de lo desconocido.
   Reproducimos uno de los relatos del primer bloque.


LA ENFERMEDAD DEL HOMBRE SILLÓN

Extraña, más que ninguna, es la enfermedad del hombre sillón. De síntomas largos y evidentes, que empiezan a labrarse ya en la edad infantil, esta enfermedad se manifiesta hasta sus últimas consecuencias en todos los habitantes que las contraen. Son ciudadanos de piel pálida y ojos hundidos, que terminan pasando sus días en un fatigoso ir y venir de la cama al sillón y del sillón a la cama, hasta que definitivamente habitan solo el sillón, y solo en raras ocasiones consiguen alcanzar la posición vertical.
   Esta dolencia invade la sangre de los afectados ya desde niños, y con el tiempo laxa los miembros y entumece los huesos de los enfermos.
   Después de una larga temporada sometido a ese mal del cansado, el hombre sillón suele morir.
   Ha sucedido a veces que una mujer se sienta en las rodillas de ese hombre. Si eso sucede, el hombre sillón insiste en casarse con ella. Contrae matrimonio ante un altar doméstico arreglado para la ocasión en su sala de estar, de la que para entonces hace tiempo que no sale –al hombre sillón le gusta poco el mundo exterior y muy de tarde en tarde lo frecuenta.
   Su esposa le cuidará hasta que muera, le verá perderse en las honduras del tapizado donde, con el tiempo, se le extravían primero las extremidades y después el torso, hasta que un día le ve desaparecer con una sonrisa que se adentra en el respaldo del sillón y dice: “Adiós, adiós, no te volveré a ver”. Y la viuda se sienta un rato y llora encima de su marido, pero no por mucho tiempo, porque, aunque ha perdido un esposo, posee ahora un sillón de lo más cómodo, y no de tela, sino de piel fina y clara, del color del marfil. Esos sillones son muy cotizados en el país de No. Son difíciles de conseguir si no es por herencia, ya que las viudas no acostumbran a venderlos, antes bien. Buscan a otro hombre sillón, se sientan en sus rodillas y, con el tiempo, consiguen un salón cómodo y bonito con dos o más sillones suaves y vivos, donde los domingos por la tarden toman café con sus amigas, siempre envidiosas del mobiliario, y comentan, entre bromas y veras, la inmensa fatalidad de su desgracia.

jueves, 24 de octubre de 2019

sábado, 19 de octubre de 2019

Cueva


CUEVA

Jorge Ávila
Malpartida de Plasencia (Cáceres, Ed. Siete Pisos, 2019, 235 págs.

   Fundador de la editorial Siete Pisos, Jorge Ávila (Malpartida de Plasencia, 1975) es licenciado en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid. Hasta el momento, ha publicado una novela corta, Tambores de pareja (Luhu Editorial, 2015) y el libro de relatos Conversaciones antes del despertador (De la Luna libros, 2017).
   Ahora, la editorial Siete Pisos publica Cueva, una novela cuya trama  arranca con la propuesta de Palmiro, un joven oficinista, a su amigo Gago, que trabaja de camarero en un bar, de abandonar sus vidas y sus trabajos de subsistencia para encerrarse en un ático y convertirlo en algo parecido a una cueva prehistórica, una idea que, considerada en principio una broma, va tomando cuerpo en conversaciones sucesivas. ¿Quiénes son estos dos jóvenes que están a punto de embarcarse en un proyecto descabellado? Como dice la cita inicial de Camilo José de Cela, hombres aburridos de ser durante años los mismos que han decidido convertirse en otros, “con otro acento, y otra vestimenta, y hasta otras ideas, si fuera preciso…”, lejos de un entorno en que les acosan y abruman “todas las malezas capitales” (G. H. Bayal). Naturalmente, tras este proyecto quimérico se adivina la tentación de una “huida” a la que están a punto de ceder. Hartos de “amores que se esfumaron”, de quienes venden la “felicidad al peso”, de la palabrería política, del teoricismo del aprendizaje académico, pero también de la banalidad y el exhibicionismo de las redes… estos dos seres ingenuos, envenenados de bibliografía de ciencias humanas (asisten con frecuencia a las clases de la facultad para rebatir a sus profesores), determinan abandonar sus vidas sin futuro para realizar sus sueños. A ellos se les unirá José Naváis que vive, como ellos un momento de crisis (una relación sentimental rota, una carrera terminada) y María, que ha vivido, siempre en el borde la marginalidad y de la delincuencia, varios fracasos amorosos.
   Poco a poco, este pintoresco grupo humano (todos con una vasta formación de lecturas tal vez no sedimentadas) irán convirtiendo un ático situado frente a un parque en una cueva, “el marco idóneo para encontrarse con uno mismo, con un yo en proceso de interacción con los materiales y herramientas más primitivas, a través del cual establecer conexión con el ser ontológico universal” [p. 22] de acuerdo con un proyecto que pasa por cuatro fases: el encierro, la risa, el silencio y el hambre, en una cueva con dibujos de arpones magdalenienses, hachas de mano, pequeñas lanzas con las puntas argentadas, bisontes en los techos (y una chimenea en el salón a modo de pira primitiva).
   La trama avanza entre conversaciones de una alta talla intelectual, con profusión de citas extraídas de ensayos de sicología, sociología, antropología y su tono es siempre bienhumorado, pero ¿lograrán sus propósitos estos jóvenes que, como Alonso Quijano, han abandonado lo que poseían para construir una quimera?
   Reproducimos un fragmento del diario (o crónica) de María, la joven del grupo.

   “Es cierto que el proyecto en su totalidad parecía una invitación al absurdo, pero si hasta san Agustín lo dijo: ‘Creo, porque es absurdo’ (lo tengo aquí apuntado: la cita, el autor, y una anotación que dice que lo citó Palmiro y que, por el contrario, a Naváis le sonaba que la cita era apócrifa y no de san Agustín), cómo no iba a suscribirlo yo, que era la primera vez que me sentía realmente escuchada. En fin, tengo también aquí un fragmento de la antigua crónica, que me dispongo a hojear entre sorbos de té:
   ‘Hoy han instalado por fin la chimenea, de manera que empieza a estar todo listo para que nuestros espíritus salgan de la recia sociedad donde permanecen enclaustrados, porque no es mucho decir que somos debilitados por quienes no cumplen sus audaces promesas de abrirnos las puertas de nosotros mismos sino que las cierran a riesgo de que dentro queden sepultadas la inocencia y la alegría, inútiles ya para cualquier cosa excepto la de padecer la horrible nostalgia de un desconocido anhelo, pues ya solo nos vemos como seres insoportables, esculpidos en el miedo y el odio, y es por eso que ahora, que empezamos a mirar a ese Olimpo que otros tildan de locura, esperamos con impaciencia que el fuego derrita la coraza que tanto nos pesa y que entre los pequeños estallidos de la leña suenen también nuestros bramidos de júbilo salvaje?”. [pp. 155-156].

lunes, 14 de octubre de 2019

Sobre los huesos de los muertos


SOBRE LOS HUESOS DE LOS MUERTOS

Madrid, Ed. Siruela, 2016, 240 págs.

   He releído la novela más conocida de Olga Nawoja Tokarczuk (Sulechow, Polonia, 1962), poeta, ensayista, y narradora que acaba de recibir, por toda su trayectoria, el premio Nobel de Literatura de 2018. Esta segunda lectura me ha venido a confirmar que la novela (a diferencia de la mayor parte de las de su género, la novela negra) no pierde nada en una segunda lectura, puesto que su mayor interés no es de índole lúdica (la elucidación de un enigma). Es verdad que recurre a la estructura de una novela negra que dota a la trama de una tensión indeclinable: hay una serie de muertes violentas y una investigación policial, todo ello narrado por una anciana que, según todos los indicios, parece ajena a los hechos, aunque no a la investigación
   Gran parte del intenso atractivo de esta novela procede de la personalidad de la protagonista y narradora. Janina Duszejko es una anciana que vive en las afueras de una pequeña aldea polaca en la frontera con Chekia. Fue ingeniera y construyó puentes en Siria hasta que sus dolencias la obligaron a regresar a Polonia y dar clases de inglés a chicos de corta edad al tiempo que dedica sus horas a realizar análisis astrológicos de sus conocidos siempre que consigue conocer la fecha y la hora de nacimiento. También cuida de las casas rurales cuyos propietarios solo pasan en ellas los meses de verano y recibe la visita de su amigo Dioni con el que discute sobre la mejor traducción de los poemas de William Blake (a quien pertenece el verso que da título a la narración). Con la oposición de la policía, que la considera una vieja chiflada, la anciana se involucra en la investigación. ¿Quién ha asesinado a unos hombres (un cazador furtivo, un empresario, el comandante del puesto de policía, un sacerdote…) que parecen tener tan poco en común?, ¿Tienen alguna base las elucubraciones de la anciana, rechazadas por la policía, sobre una venganza de la propia naturaleza por las agresiones que los hombres, especialmente, los cazadores, cometen contra ella?
   Finalmente, descubriremos la solución, que, como es propio del género, será a la vez sorprendente y verosímil. Pero, insisto, la peripecia policial es lo más fungible. Quedan, por el contrario, en la memoria la altísima calidad literaria de la prosa a la vez que la defensa radical de la naturaleza o la sagacidad para interpretar los comportamientos humanos, como sucede en los siguientes pasajes:

   Los clichés lingüísticos.

    “Yo tenía mi propia teoría al respecto de esas muletillas: todas las personas tienen un vocablo que utilizan en exceso o de forma inapropiada. Esa palabra es la llave de su pensamiento. Así, teníamos al señor ‘Aparentemente’, al señor ‘Generalmente’. A la señora ‘Probablemente’. Al señor ‘Joder’, a la señora ‘¿O no?’. Al señor ‘Como si’- El presidente era el señor ‘Verdad’ […] Yo no podía dejar de pensar que quien abusa de la palabra ‘verdad’ miente”.

   La repugnante celebración del día de los cazadores.

   “Apenas me había puesto en camino recordé que aquel día era el tres de noviembre y que en la ciudad estarían celebrando la fiesta de san Huberto [patrón de los cazadores]. Siempre que se organiza algún acto infame, de los primeros que se echa mano es de los niños. Recuerdo que nos enredaban de la misma manera en el desfile del primero de mayo”.

   Reproducimos un tercer fragmento en que se narra la llegada del invierno

   “El invierno empieza inmediatamente después de la fiesta de Todos los Santos. Así son las cosas aquí: el otoño recogía sus pertenencias, se sacudía las hojas, ya no las iba a necesitar, las barría bajo los linderos, le arrancaba los colores a la hierba hasta que se volvía grisácea y difusa. Después todo era negro sobre blanco y la nieve caía sobre los campos labrados.
         -Guía tu arado sobre los huesos de los muertos –repetí las palabras de Blake, no muy segura de que citaba correctamente el verso.
   Estaba de pie junto a la ventana y observaba los rápidos preparativos de la naturaleza hasta que cayó la noche y el desfile del invierno tuvo lugar a oscuras. Por la mañana saqué la cazadora de plumas, aquella roja, la de Buena Nueva, y los gorros de lana.
   En los cristales de mi Samurai apareció la escarcha, todavía joven, muy fina y delicada, como un hongo cósmico. Dos días después del Día de Muertos fui a la ciudad con la intención de visitar a Buena Nueva y de comprar unas botas para la nieve. Había que prepararse para lo peor. El cielo colgaba bajo, como es habitual en aquella época del año. Todavía no se habían consumido del todo las velas en los cementerios y a través de la tela metálica vi que las luces de colores titilaban durante el día, como si la gente quisiera ayudar con aquellas míseras llamas a un sol que se debilitaba en Escorpio. Plutón había tomado el poder sobre el mundo” [pp. 179-180].