domingo, 28 de febrero de 2021

Manuel Pecellín escribe sobre Fronteras

 

   El pasado sábado, Manuel Pecellín Lancharro publicaba en el periódico Hoy una reseña, lúcida y amable, sobre Fronteras, cuyo texto reproducimos con su autorización.

FRONTERAS

    Pocas veces un título se corresponderá mejor con el texto nominado que éste de Fronteras. Su autor (La Codosera, 1955), nacido en la misma “Raya” – la frontera más antigua de Europa -, se crio en ese territorio limítrofe, donde la cultura de España y Portugal se funden hasta constituir una propia, por desgracia también en vías de desaparición por mor del despoblamiento de la zona.

   Sus caseríos, explotaciones agroganaderas, gastronomía, tradiciones, leyendas, usos y costumbres, medicina. canciones, refranero, personajes y habla populares, el régimen autárquico allí sostenido, que el memorialista conoce como pocos (incluidos el idioma portugués y el “portuñol”, de los que la obra recoge abundantes muestras), nuclean estos relatos encantadores, con esa aura mágica capaz de teñir incluso actividades tan duras como la de los contrabandistas o la de los jornaleros. Más de una vez me ha traído a la memoria las novelas de su paisano Luis Landero, con quien comparte admiración por ese “Macondo junto al Gévora” (así lo llamé un día), donde ambos vivieron la infancia.

   Es verdad que también se hacen excursos al aprendizaje en Alburquerque; las andanzas juveniles por La Roca de la Sierra o la poca feliz estancia en el Colegio Menor Juan XXIII, de Badajoz, mientras estudiaba COU en el IES Zurbarán (homenaje a Enrique Segura Covarsí, el catedrático de literatura).

   Qué difícil resulta referirse fríamente a una obra tan personal y emocionante, más aún si quien la escribe es alguien como Manuel Simón Viola. Nos une una buena amistad; he compartido con él páginas en HOY y numerosas entregas colectivas; frecuentemente, nos hemos apoyado cada uno en trabajos del otro para componer los nuestros; a menudo intercambiamos opiniones; nos hemos encontrado en multitud de congresos, jornadas de estudio, concursos y debates sobre cultura extremeña.

   Se trata de un texto misceláneo, no solamente por la pluralidad de sus contenidos, sino porque también acoge una gavilla de páginas debidas a las plumas del padre, la madre y la propia hermana de M. Simón Viola. Las aportaciones del primero son unos apuntes autobiográficos que dejó compuestos aquel inteligente campesino, bien tocado de espíritu comercial. Similares son los de la madre, otra mujer digna de admiración. Las dos fraternas, “Guiris” y “Una historia en cuatro tiempos”, son más bien de carácter etnográfico.

   Del actual secretario de la AEEX, doctor en Filología Hispánica, que sabe conducir un tractor e injertar olivos, se conocen bien sus estudios sobre los escritores de nuestra tierra (siempre perfectamente contextualizados dentro de la literatura española); la crítica de los mismos en revistas y periódicos, así como las reediciones y los volúmenes antológicos que de muchos de ellos ha preparado. Avalan su buen hacer obras como Extremadura ayer y hoy, La narración corta en Extremadura- Siglos XIX y XX, Medio siglo de literatura en Extremadura, Literatura en Extremadura 1984-2009, Ficciones. La narración corta en Extremadura a finales de siglo o Periferias. Ensayos sobre literatura extremeña del siglo XX.

   Con Fronteras se sitúa en el ámbito de la creación y, ciertamente, de modo no menos afortunado. El pleno dominio del mundo que describe, la empatía hacia cuanto lo compuso, la riqueza lingüística para describirlo en con los términos propios ya fuera de uso (palabras y cosas se corresponde, según nos han enseñado desde Platón a Foucault), la agilidad y brillantez de su prosa, constituyen alicientes sobrados para comenzar una lectura difícil de dejar hasta la finalización del libro.

   Por allí, “al oeste del Edén”, se asentaron, antes y después de la injusta expulsión (1492), numerosas aljamas judías, al amparo de las facilidades que el tránsito de uno a otro país facilita. Las poblaciones rayanas se sembraron de sinagogas medievales. Algunas resistieron el paso de los siglos.  Lo recuerda el novelista, simpatizante con todos los “zarandeados por la historia”, que mantiene en Valdecerillos la casa de sus abuelos. Siguen haciendo  por allí “la ruta por la sierra de La Lamparona hasta la ermita de la Virgen de la Lapa (conocida durante años como la patrona de los contrabandistas) por un empinado sendero entre madroños, castaños y nogales, el puente que separa el Marco español del portugués, y las pinturas rupestres del Vale do Junco o Lapa dos Gaviões. Se le puede acompañar en Frontera, que concluye con un sucinto, pero sustancioso glosario.

Simón Viola, Fronteras. Badajoz, Diputación provincial, 2020.

miércoles, 24 de febrero de 2021

Correo de la noche


 CORREO DE LA NOCHE

 Juan Carlos Azevedo

Manizales, Gobernación de Caldas, Col. Libros al aire, 2019, 58 págs.

Palabras preliminares de Lindon Alberto Chavarriaga Montoya y Martha Lucía Piedrahita Salazar

    Nacido en Manizales (1973), capital del departamento colombiano de Caldas, Juan Carlos Azevedo es poeta, ensayista y periodista cultural colaborador del suplemento “Papel Salmón” del periódico La patria y de otros numerosos diarios y revistas, además de ser ponente de talleres literarios. Como poeta ha publicado Palabras en el purgatorio (1999), Palabras de la tribu (2001), Los amigos arden en las manos (2010). Noticias del tercer mundo (2010), Todos sabemos que el poeta es un fantasma (2012), Los huéspedes secretos (2014) y Bitácora de ciudad. Crónicas (2014). Asimismo, es autor de un libro de historia de la literatura titulado Las letras que nos nombran. Revisión de la literatura del viejo Caldas (2016). Ahora ve la luz en la colección “Libros al aire. Lecturas para viajeros”, sin ánimo de lucro y distribución gratuita por estaciones y aeropuertos, Correo de la noche, del que reproducimos un poema, “Conjuro”, en el que se relacionan estrechamente el amor que se siente y el lenguaje que lo enuncia, que lo pronuncia, que lo canta, que lo deletrea…

 

CONJURO

 Contra las aves

que destrozan los cielos abril,

escribo tu nombre.

 

Para ahuyentar esa bandada de sueños rotos

que oscurecen los días mejores,

pronuncio tu nombre.

 

Como antídoto para espantar

los pájaros de la angustia

que se despiertan en mis adentros,

canto tu nombre.  

 

Al elevar una plegaria para bendecir

tu cuerpo, amado bajo la fiebre de mayo,

subrayo tu nombre.

 

Para escribir, con la tibia luz de julio,

la palabra amor,

deletreo tu nombre.

 

Frente al furioso río de los días

que desdibuja el futuro

enuncio tu nombre.

 

Cada letra, cada sílaba en su conjuro

contra la peste del olvido,

por eso hoy libero tu nombre.

jueves, 18 de febrero de 2021

A los veinte de enero


 

A LOS VEINTE DE ENERO

UN PASEO FOTOGRÁFICO POR FIESTAS DEL MES PRIMERO

Sebastián Martín Ruano

Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. Cuadernos populares, 2020, 126 págs.

Introducción del autor

Epílogo de Javier Marcos Arévalo

Fotografías de Sebastián Martín Ruano

    Sebastián Martín Ruano (Brozas, Cáceres, 1959) es maestro y doctor en Ciencias de la Educación. A su pasión por la fotografía se une la inquietud por las transformaciones sociales en el mundo rural, cambios y permanencias que refleja en una obra presidida por el aliento de la sensibilidad y por el deseo de documentar un universo cercano en equilibrio inestable. Como fruto de esa inquietud, ha publicado su obra en prensa periódica, en revistas como Quercus, Natura, Geo o Cuerpo Mente, y en libros como Extremadura, espacios naturales, La dehesa extremeña. Imágenes y vivencias, Los Llanos de Cáceres, Cáceres naturaleza viva o Extremadura ventana abierta. Ha realizado más de una decena de exposiciones individuales de su fotografía, y su obra forma parte de las colecciones permanentes del Museo de Cáceres, la Asamblea de Extremadura o el Centro UNESCO de Extremadura.

   Javier Marcos Arévalo, autor del Epílogo, es Profesor Titular de Universidad. Doctor en Antropología, ha recibido el Premio Nacional de Antropología Marqués de Lozoya. Director e investigador en varios proyectos nacionales e internacionales, cuenta con una nutrida obra docente e investigadora. Ha realizado trabajo de campo etnográfico en diferentes comarcas y en varías comunidades de Extremadura, Norte de la Sierra de Sevilla, en la frontera hispano-lusa y México.

   A los veinte de enero recoge numerosas fiestas populares regionales, descritas e ilustradas por fotografías, celebradas durante el primer mes del año. “Los santos más celebrados son san Antón, San Sebastián y su variantes, aparte otras especialidades locales cono San Fulgencio, San Fabián, san Vicente Mártir” [Epílogo, p. 119].  Uno de ellos, San Antón, es el protagonista de las festividades de Brozas, Fresnedoso de Ibor, Garrovillas, Pescueza y Navalvillar de Pela. Reproducimos un fragmento de la celebración en esta última localidad.

 

LA ENCAMISÁ DE SAN ANTÓN

Navalvillar de Pela

 “En un cruce de caminos entre la Serena, la Siberia y las Vegas Altas, se sitúa la Villa de Navalvillar de Pela. Es encrucijada de muchos senderos, la sierra y el llano, la dehesa y el regadío, el aceite y los frutales… Cuando en sus campos se producen las más grandes y espectaculares concentraciones de grullas de toda la invernada europea, Navalvillar de Pela celebra a San Antón.

[…]

   Según la tradición, la Encamisá de San Antón también conmemora una batalla en que se derrotó a los moros que intentaban invadir el pueblo. Al verse en inferioridad los peleños tuvieron que ingeniárselas para dominar a un enemigo muy superior en número de combatientes. Por eso en la noche encendieron en el pueblo numerosas hogueras y, con camisas blancas y unos gorros puntiagudos que les hacían parecer mucho más grandes y haciendo numerosas carreras con su caballerías, recorrían incansablemente las calles del pueblo blandiendo cuchillos, hachas, antorchas, cencerros, campanillas, tambores y otros aparatajes. Las figuras fantasmales que se movían sin cesar entre la oscuridad y el atronador ruido hicieron retroceder a los enemigos sin entablar batalla, al hacerles creer que en Pela había un importante ejército cristiano. A San Antón se dedicó la salvación del pueblo” [p. 37].

martes, 16 de febrero de 2021

Una ventana al atardecer

UNA VENTANA AL ATARDECER

 Maruja Vieira

Manizales, Gobernación de Caldas, Col. Libros al aire, 2018, 60 págs.

Palabras preliminares de Lindon Alberto Chavarriaga Montoya y Martha Lucía Piedrahita Salazar

    Maruja Vieira (Manizales, 1922) es miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española. Poeta, ensayista y catedrática en varias universidades colombianas, formó parte de del movimiento Los Cuadernícolas y asistió a la tertulia del Café El Automático de Bogotá. Ha publicado libros de poemas como Campanario de lluvia (1947), Los poemas de enero (1951), Palabras de la ausencia (1953), Clave mínima (1965), Mis propias palabras (1986), Tiempo de vivir (1992), Los nombres de la ausencia (2006), Todo lo que era mío (2008), Rompecabezas (2010) y Tiempo de la memoria (2010). Ha recibido la Gran Orden de la Cultura del Ministerio de Cultura de Colombia y en 2013 recibió el Premio Nacional Vida y Obra por el Ministerio de la Cultura de Colombia. Sus libros han sido traducidos al inglés, francés, alemán, griego, húngaro, italiano, ruso y gallego.

   Ahora ve la luz en la colección “Libros al aire. Lecturas para viajeros”, sin ánimo de lucro y distribución gratuita por estaciones y aeropuertos, Una ventana al atardecer, que recoge composiciones de este poemario y de Los muros y el recuerdo, al que pertenece el poema que reproducimos, en el que unas pocas imágenes (la escuela, los paseos con el padre) son recuerdos de un pasado remoto que la distancia devuelve convertidos en una sencillo y hermoso en las fronteras de la elegía.

 

MEMORIA DE LA ESCUELA

 

Recuerdo que mi escuela tuvo

         un balcón de árboles

y un patio, junto al claro viaje de los gorriones.

La vida era una mano que me esperaba afuera

Y una cabeza blanca, llena de sueños altos.

 

Era mi padre. Íbamos juntos. Era el mundo.

No había más en las trémulas

         soledades del alma

que su paso ya lento, su voz dulce y antigua

y el tiempo azul que araba la tierra

         de mi infancia.

 

Salíamos de noche, la pequeñita sombra

de mi cuerpo de niña junto

         a su sombra grande.

Él hablaba un idioma de recuerdos y ausencias

y me enseñaba nombres, banderas

         y ciudades…

 

lunes, 15 de febrero de 2021

Llévame a casa

LLÉVAME A CASA

 Jesús Carrasco

Barcelona, Seix Barral, 2021, 313 págs.

    Nacido en Olivenza (Badajoz) en 1972, su primera novela, Intemperie (Seix Barral, 2013), lo ha consagrado como uno de los debuts más deslumbrantes del panorama literario internacional y ha sido galardonada con el Premio Libro del Año otorgado por el Gremio de Libreros de Madrid, el de Cultura, Arte y Literatura de la Fundación de Estudios Rurales, el English PEN Award y el Prix Ulysse a la Mejor Primera Novela. Ha quedado finalista del Premio de Literatura Europea en Holanda y del Prix Méditerranée Étranger en Francia. Elegida como Libro del Año por El País en 2013 y seleccionada por The Independent como una de las mejores novelas traducidas de 2014 en Reino Unido, Intemperie ha sido publicada en veintiocho lenguas y ha sido adaptada al cine por Benito Zambrano. Su segunda novela, La tierra que pisamos (Seix Barral, 2016) ha sido galardonada con el Premio de Literatura de la Unión Europea.

   Ahora, la misma editorial publica Llévame a casa, cuya trama arranca cuando Juan recibe en Edimburgo, donde trabaja en oficios de supervivencia, una llamada de su hermana Isabel: su padre, enfermo de cáncer, acaba de morir. Regresa al pueblo de su padres, Cruces, una aldea toledana próxima a Torrijos, a tiempo para asistir al sepelio con la intención de regresar a Escocia siete días después (ha sacado un billete de ida y vuelta), pero su hermana le da otra mala noticia, la madre padece los primeros síntomas de Alzheimer: alguien tiene que permanecer a su lado y ella tiene que trasladarse con su familia a Virginia por motivos laborales para vender su empresa a unos inversores americanos.

   Juan comienza a interesarse por los asuntos familiares: estado en que se encuentra la empresa, visitas de su madre al cardiólogo, gestión de la pensión, mientras va recordando la figura del padre: un hombre trabajador (que arruinó su salud en una fábrica de fibrocemento de Getafe que al fin le provocaría un cáncer), emprendedor (funda una fábrica de puertas a la vez que sigue cuidando de un huerto, una viña y un almendral), pero también autoritario y terminante, apegado al pasado que “seguía calculando el grano en fanegas, el vino en arrobas, el dinero en duros y los desafíos en pares de cojones”.

   De corte realista, centrada en unos pocos personajes perfectamente delineados, la novela se centra en un entorno humano reducido (padres y hermana, un par de amigos), de modo que a la vez que familiar es también una novela generacional al retratar a aquellos padres que se sacrificaron por dar una formación académica a sus hijos y descubrieron consternados como esta decisión, repleta para ellos de privaciones, los alejaba de la casa paterna (y del destino que soñaron para ellos; no es baladí recordar que los hijos llevan el mismo nombre que los padres, ¿quién va a cuidar de ellos y del patrimonio que heredarán?). Si la actitud de Juan es distanciada e indiferente en un principio (llega a emborracharse el día del entierro de su padre), irá de modo progresivo involucrándose emocionalmente (en un mundo en que la expresión emotiva se reduce a alguna caricia aislada en una mano o en una mejilla), mientras se repite una pregunta: “Mi padre ha muerto y yo no estaba a su lado, ¿por qué no estaba?”.

   Aunque la procedencia de los materiales narrativos es un aspecto irrelevante en una obra de ficción, conviene recordar que en la novela hay numerosos datos biográficos o próximos a la biografía del autor (vivió durante muchos años en Torrijos, se licenció, como el personaje, en una universidad de Madrid, vivió durante años en Edimburgo y se vio obligado a regresar a la muerte del padre…), lo que puede explicar esa carga conmovedora no expresa mientras que el personaje concluye que, como piensa la madre, la condición de la “dignidad de lo humano es dar cobijo, sustento y cuidado [a los padres] en el  tramo final y luego continuar con la vida de uno con la conciencia tranquila y la esperanza de que la siguiente generación haga lo propio”. Reproducimos un fragmento que contrasta la imagen feliz (y falsa) de las familias americanas de películas y series con la sobriedad e incluso la rudeza de las familias españolas de posguerra.

 

   “Al parecer, en las series americanas el amor paternofilial es tan transparente como la luz de la cocina y el dinero mana de los grifos. Ellos, durante muchos años, ni siquiera tuvieron teléfono en casa. Quizá por eso, y por querer parecerse a aquellos niños rubios, su hermana y él llegaron a hacer un teléfono con un taco de madera y una cuerda larga. Cuando merendaban en la cocina, después del colegio, jugaban a llamarse y uno de los dos des-colgaba el teléfono, estiraba la cuerda y se metía en la despensa para hablarle a la madera.

   Pero cómo se iban a parecer sus padres a aquellos padres. Nunca los vio besarse, ni les escuchó decirse «te quiero», nunca hablaron de sexo, ni de drogas, ni de nada que pudiera rascar, ni superficialmente, la costra de dolor, abnegación y mugre de aquella España. A lo sumo un «cuidado con la cerveza». Ahora siente que en la oposición de su padre a su marcha se agazapaba el amor. Uno sin apostura, desde luego, y disociado de la prosperidad económica. Un amor contenido. Un apego a ellos, que un día fueron niños y que les entregaron todo el caudal de amor que los niños contienen. Y quizá, seguro, los acariciaron y los tuvieron en sus brazos y les susurraron al oído. Y eso no es una elucubración. Juan lo ha visto en las viejas fotos familiares. Ellos dos, jóvenes, en una romería del uno de mayo. Posan juntos, cogidos de la cintura. Su hermana y él se esconden tras las piernas del padre que, con la mano libre, le toca el pelo a Juan.

   En esa foto todavía sonríen y Juan se pregunta cuándo se les terminaron las ganas de reír y de acariciar sus cabezas. Piensa que por algún perverso camino dejaron de hacerlo justo cuando la memoria de sus hijos empezaba a almacenar recuerdos” [pp. 76-77].

 

Mera sombra

 

MERA SOMBRA

Sus mejores poemas taurinos

 Antonio María Flórez

Don Benito, La cigüeña de cristal, 2021, 19 págs.

Fotografías de Maurice Berho

Selección de textos de Almudena Porres Salces

    Además de varios ensayos (Dalí. El arte de escandalizar, 20004; Transmutaciones. Literatura colombiana actual, 2009), Antonio María Flórez (Don Benito, 1969) ha publicado hasta el momento los siguientes libros de poesía, galardonados con premios de reconocido prestigio: El círculo cuadrado (1987), En cámara lenta, junto con el escritor Flobert Zapata (1989), Epigolatría (1993), ZOO (poemillas de amor antiecológicos) (1994) y El bar de las cuatro rosas  en “Colección Poesía Dombenitense de fin de siglo” (1995). A este libro le siguieron títulos como El arte de torear (202),  Desplazados del paraíso (premio nacional de poesía “Ciudad de Bogotá” de 2003), Marquetalia (Un pueblo que rabia) (2003), Corazón de piedra (2011), Tauromaquia (Antología Trema) (2011), Bajo tus pies la ciudad (2012), En las fronteras del miedo (finalista del premio nacional de poesía del Ministerio de Cultura de 2015), La muerte de Manolete. Crónica en escena (Don Benito, 2015), Sueños eróticos de un adolescente empedernido (Madrid, 2017), Marquetalia, tus hijos te decimos (2019) y Poemas de la pandemia (2020).

   Ahora ve la luz una pequeña selección antológica de sus poemas taurinos aparecidos en tres de los títulos citados más arriba. Reproducimos una de ellas.

 

BAILARÍN MILENARIO

 

Bailarín milenario

de temerarios lances.

Artesano de arena,

         oficial de la muerte.

 

Capoteando astas

en la frontera

del cuerpo,

                   detienes el viento.

 

Revuelo de banderillas

en ceremonioso esguince,

con los brazos arriba

y el orgullo más alto.

 

Citando a los medios,

muleta en mano,

la sangre moja

la luz de sus muslos.

 

Naturales, molinetes,

derechazos, desplantes,

y el aplauso delirante

         que ensordece la plaza.

 

Amarse en la tarde,

desnudos en el aire,

toro y torero

danzando la vida,

         burlando la suerte.

 

¡Silencio!,

y junto a las tablas,

¡ay!, ¡ay!

¡qué cornada tan honda,

Qué desgarro tan bárbaro!

¡Silencio!

         ¡Silencio!

¡Qué relámpago

                            de muerte!

domingo, 14 de febrero de 2021

Rutas, dones, heridas

RUTAS. DONES. HERIDAS

Eugenio Fuentes

Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. Perspectivas, 2020, 200 págs.

Prólogo del autor

   Eugenio Fuentes (Montehermoso, Cáceres, 1958) es autor de una extensa obra narrativa, iniciada con Las batallas de Breda (1990), a la que suceden El interior del bosque (1999), Venas de nieve (2005) o Si mañana muero (2013); su ciclo dedicado al detective Ricardo Cupido, protagonista de las novelas El interior del bosque (1999), La sangre de los ángeles (2001), Las manos del pianista (2003), Cuerpo a cuerpo (2007), Contrarreloj (2009), Mistralia (2015) o la reciente Piedras negras (2019), ha sido reconocido como uno de -los hitos más importantes de la novela negra en español. En 2018 publicó el ensayo La hoguera de los inocentes. Sus novelas se han traducido a doce lenguas. Cuenta con diferentes títulos en el catálogo de la Editora Regional de Extremadura: la novela Tantas mentiras (1997), el volumen de cuentos Vías muertas (1997), y los ensayos literarios La mitad de Occidente (2003), Tierras de fuentes (2010) y Literatura del dolor, poética de la bondad (2013).

   Ahora la Editora Regional de Extremadura publica Rutas. Dones. Heridas, una obra emparentada con la citada Tierras de fuentes estructurada en los tres bloques del título. Artículos periodísticos y ensayos de mayor extensión componen una obra que tiene como objeto de interés la comunidad extremeña, en especial la provincia de Cáceres. “Rutas” recoge de modo preferente textos “viajeros” por comarcas cacereñas, atentos al paisaje y al patrimonio rural: El río Alagón y las Hurdes, el Tajo internacional, las Raya, Alcántara, la sierra de Xálima, el Jerte y la Vera, Cáparra y su entorno… Las descripciones paisajísticas se enriquecen con referencias culturales a viajeros por este territorio que aún conserva la disposición que siempre tuvo (menos transformado por el hombre y mucho más hermoso que el de la provincia de Badajoz). Es el mundo de los ríos no represados, de las sierras montaraces en que habita el jabalí “prehistórico” o de la dehesa “en parajes en los que imperan las leyes de la piedra, del árbol, del aire y del agua”. Las composiciones del segundo bloque se aproximan al perfil de reseñas sobre la vida cultural: gastronomía, exposiciones, representaciones teatrales, actividad de la filmoteca e incluso el lúcido análisis de unos cuadros.

   “Heridas”, por último, recoge aquellos textos que versan sobre los problemas a los que Extremadura se enfrenta (el parón en el desarrollo de las energías renovables, el aumento de las especies invasoras en nuestro ríos y embalses, los problemas cíclicos en el cultivo del tabaco, los incendios de verano…). Son, como se ve, temas recurrentes en el debate político y en los periódicos. Las aproximaciones de Eugenio Fuentes a estos asuntos son siempre lúcidas, ponderadas, ajenas a tomas de postura partidistas y sólidamente documentadas. Y todo ello, tanto en los textos descriptivos como en los ensayísticos, destaca una prosa “clásica”, equilibrada, siempre precisa. Reproducimos un fragmento de una de las composiciones, “Esquina Hervás, esquina Granadilla” (dedicado a Marciano de Hervás).   

 

   “El Valle del Ambroz deslumbra especialmente en otoño, cuando los hondos castañares de Hervás cuelgan un mantón broncíneo sobre las laderas del Pinajarro y en las cumbres ya resplandece la nieve, hacia la cual se elevan, por el aire limpio y tembloroso, las finas columnas de humo de las fogatas campesinas. A esta comarca le viene bien lo que aparece despacio, este calmado deslizarse hacia el invierno y el frío, y no tanto los súbitos estallidos de floraciones ni la intensidad musculosa del verano.

   El patrimonio histórico-artístico se distribuye en un rombo de cuatro vértices: Hervás, Granadilla, Abadía y Cáparra. Los dos últimos apelas a la nostalgia. El arco cuadrifonte de Cáparra, tan solitario en medio de las ruinas de lo que fue la ciudad romanas, es como un milagro. Da la impresión de que en el último momento, cuando los canteros que expoliaban la antigua ciudad ya alzaban el martillo para derribarlo, algo les detenía la mano, algo les decía que una obra tan hermosa no podía ser descuartizada sin cometer sacrilegio. Y en Abadía poco más queda. Está prácticamente vedado el acceso al Palacio de los Duques de Alba, por donde pasaron los dos Vega, Garcilaso y Lope, que escribió sobre él aquellos versos: “De las grandezas del insigne Albano / cantaré del jardín de Abadía […] / Yace donde comienza Extremadura”. En su jardín renacentista tampoco puede contemplarse la hermosísima estatua de una Andrómeda desnuda que hace años turbaba a los adolescentes de la zona.

   En cambio, quedan al alcance del viajero Hervás y su barrio judío, y Granadilla, el pueblo abandonado cuando las aguas del pantano de Gabriel y Galán inundaron sus tierras y rodearon sus murallas” [pp. 70-71].

 

viernes, 12 de febrero de 2021

La belleza de las jirafas y otras historias

LA BELLEZA DE LAS JIRAFAS Y OTRAS HISTORIAS

ANTOLOGÍA, 2000-2020

 Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. Cómic, 2020, 216 págs.

     Fermín Solís (1972, Madroñera, Cáceres)1998 comienza a publicar en 1998 sus primeras historias en diferentes fanzines nacionales -como Subterfuge o Cabezabajo. Cuenta con una nutrida obra como dibujante de cómic e ilustrador, entre la que destacan Los días más largos (2003) y El año que vimos nevar (2005), protagonizados por su alter ego Martín Mostaza, y títulos como Un pie tras otro (2003), De ballenas y pulgas (2004), No te quiero, pero... (2004), El hombre del perrito (2005) o Lunas de papel (2007). En 2004 recibió el premio al autor revelación en el Salón internacional del Cómic de Barcelona. Junto a la saga del personaje Astro-Ratón, también es autor de cuentos infantiles como Anaís no se quiere cortar las uñas de los pies (2013), Mi tío Harjir (2015), Operación Frankenstein (2016) o Así es Santiago (2017). Ha ilustrado diferentes libros de texto, carteles, portadas de libros, y colaborado en periódicos y revistas nacionales e internacionales. Fue finalista del Premio Nacional de Cómíc por Buñuel en el laberinto de las tortugas (Editora Regional de Extremadura, 2008) que, adaptado a la animación cinematográfica, ha recibido varios premios en distintos festivales internacionales, entre ellos el Premio Goya en la categoría de mejor película de animación en 2020.


 

jueves, 11 de febrero de 2021

Los ángeles

LOS ÁNGELES

 Teolinda  Gersao

Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. La Gaveta, 2020, 200 págs.

Trad. de Mª Jesús Fernández García

     Nacida en Coimbra en 1940, Teolinda Gersáo, catedrática de literatura alemana y comparada en la Universidad de Lisboa, ha sido profesora en diferentes universidades europeas y americanas. Como narradora ha publicado una extensa obra en la que destacan novelas como Os Teclados (1999) y O Silencio (1981); relatos breves como Os Anjos (2000), del que ofrecemos esta traducción, así como libros de cuentos: Histórias de Ver y Andar (2003), A Mulher que Prendéu a Chuva (2007), o el más reciente, Atrás da Porta e Outras Histórias (2019). Teolinda Gersáo está considerada como una de las autoras más relevantes de la historia de la literatura portuguesa y como la figura más destacada de una importante generación de autoras que, como todo el país, deciden romper con la inercia de la realidad para ofrecer una vida, y una sociedad, traspasada por la imaginación.

   “Éramos una familia, lo vi. Mi padre, mi madre, mi abuelo y yo. Pasase lo que pasase mi madre volvería siempre, no daría un paso en falso al andar ni caería de lo alto de los barrancos. Ni la llevaría el viento. Porque estaba unida a nosotros”. Este es el pequeño universo humano que una niña, Ilda, nos va a narrar, un mundo rural, sencillo y pobre, habitado por gentes marcadas por las heridas del pasado: un padre ebrio, una madre que alterna momentos de breve dicha con otros de abatimiento y autodestrucción, un abuelo condenado al declive y a la enfermedad… Pero el relato de la niña oculta una trama oculta que ella apenas puede atisbar y hay que reconstruir en la lectura, pues también en este mundo cándido, visitado por ángeles como pájaros o soplos de viento, residen los enigmas. Reproducimos un fragmento en que la niña, tras ser castigada y humillada en la escuela por no saber leer, comienza a reconocer las primeras palabras.

 “El primero había sido el almanaque. Me interesaban cada vez más las estampas, me quedaba mirándolas hasta saberlas de memoria. Algunas tenían letras debajo, y mi abuelo las señalaba con el dedo. Las letras decían lo mismo que las imágenes. Por ejemplo si él me mostraba: El perro de Belarmino, por debajo las letras repetían: El perro de Belarmino. Se podía mirar las estampas o las letras, yo prefería siempre las estampas.

    Un día miré una estampa, y las letras de debajo, y de nuevo la estampa. Y entonces las letras, cuando volvía a mirarlas, corrieron a juntarse en manojos. Cada manojo era una cosa, un manojo era un perro, otro manojo era una casa. Me puse roja de la sorpresa y casi no podía ni respirar. Mi abuelo se rio, y yo me di cuenta de que ya no había vuelta atrás: no conseguía mirar las letras sin leer lo que decían. Pasaba con todo lo que se me ponía por delante, etiquetas de botellas, cajas de cerillas, latas de sardinas, letreros de tiendas, nombres de calles en las paredes. Empecé a leer partes del almanaque, una cosa aquí y otra allí. Me sentía curiosa y deslumbrada, incluso cuando no entendía el sentido” [pp. 30-31].


 

lunes, 8 de febrero de 2021

El huerto de Emerson

EL HUERTO DE EMERSON

 Luis Landero

Barcelona, Tusquets Editores, Col. Andanzas, 2020, 234 págs.

  “…aunque el ancho mundo esté lleno de oro, no le llegará ni un grano de trigo por otro conducto que por el del trabajo que dedique al trozo de terreno que le ha tocado en suerte cultivar”. En esta cita de Emerson, ya utilizada por el escritor en ocasiones anteriores, está el origen del título del nuevo libro de Luis Landero (Alburquerque, 1948), un “terreno” en el que sitúan tanto sus novelas, aparecidas a lo largo de cuatro décadas, desde Juegos de la edad tardía (1989) hasta Lluvia fina (2019), como sus libros de no ficción, Esta es mi tierra (ERE, 2000) y El balcón en invierno (2004), grupo este último al que se suma ahora El huerto de Emerson, un nuevo recorrido por la comarca del recuerdo pues “la  memoria y la imaginación convierten nuestro pasado en un mundo inagotable donde todo está por descubrir”.

   Por los quince capítulos de la narración encontramos motivos ya familiares, como la evocación de la niñez en el pueblo y la campiña de Alburquerque (un mundo y una cultura extintos: “esas cosas se habían contado durante siglos alrededor del fuego, y en verano al fresco de la calle […] pero ahora yo no tengo a quien contárselas”), con los destellos luminosos de una infancia repleta de primicias (“La primera vez que sentimos el latir de un pájaro vivo entre las manos. La primera vez que dormimos en el campo bajo las estrellas. Esa es la infancia: la edad de los hallazgos perdurables. Por eso la infancia es para siempre”). Pero en la narración, las personas humildes de aquel mundo antiguo y, después, los conocidos y compañeros de sus primeros años en Madrid, conviven ahora con los personajes conocidos en sus lecturas, de modo que ambos, familiares y amigos de un lado y seres de ficción de otro, adquieren una consistencia similar, habitantes de una única región, el recuerdo. Son personajes de las novelas de Faulkner (de El villorrio, El ruido y la furia, Santuario…), de Sthendal (Rojo y negro), de Joyce, de las pesadillas narrativas de Kafka (El castillo, El  proceso), de  obras como el Lazarillo, El gatopardo, Lord Jim, El Jarama, Los pasos perdidos… que comparten sus andanzas con padres, primos,  primeras novias, amigos, campesinos.

   No faltan las reflexiones sobre la propia escritura basadas en consideraciones propias y ajenas: “Hay que  olvidarse de todo lo que hemos escrito y leído antes. Pasa como los amores, que siempre son de estreno”, “Cuando uno empieza a tachar es que la cosa marcha, hay un rumbo, un criterio”, “Solo se puede imaginar lo que está ausente” (Proust), “Es mucho más difícil describir que opinar. Por eso todo el mundo opina” (Pla), o los avatares de la propia escritura con momentos de aridez y de imprevista fertilidad creativa: “… se escucha un rumor a lo lejos: son las palabras que regresan de nuevo, entre risas y músicas de fiesta. Son ellas”

   Reproducimos un fragmento del último capítulo (“Días de invierno”), una evocación del paisaje de la campiña en esta estación impregnada de sensaciones (el gemido del viento, el ronroneo de un gato, el olor de los braseros, las viejas arrebujadas como corujas) y emociones afligidas (el miedo, el desamparo, la desolación, la muerte).

 

   “En los días de invierno de mi infancia, mi pueblo encogía, se encerraba en sí mismo, como los pájaros y los gatos, y también encogía la gente, y todo era entonces más pequeño, salvo los campos, que parecían más desolados y más grandes que nunca. Campos yermos y desabrigados donde hasta el viento gime, temeroso y errante. Las puertas, que habían estado abiertas hasta después de las fiestas de septiembre, se cerraban de día y se atrancaban de por la noche. En invierno  la gente tiene más miedo que en verano. El viento llevaba por las calles el olor amoroso de los braseros, y las viejas caminaban más aprisa, arrebujadas como corujas, temerosas de Dios y del diablo. Lo más escondido y secreto de las carnes jóvenes volvía a la vergüenza y al espanto de lo prohibido. En invierno se hablaba más bajo, había largos, impenetrables silencios, solo rotos por las toses que, al cabo del verano, regresaban con notas más graves y profundas. La cigüeña se fue hace ya tiempo, el gato ronronea gustoso junto al fuego, chamuscándose casi los bigotes, y los perros sin amo caminan en invierno un poco de lado, casi al bies, y ya no ladran con la facilidad y la alegría de antes. En días así, los muertos estarán más solos y olvidados que nunca. Allí estarán también mis padres, quién sabe si esperando a que me aprenda el camino y les lleva las flores que les debo. Y el viejo marino no acaba nunca de llegar…”[pp. 231-232].