martes, 31 de marzo de 2020

Recurrencias


RECURRENCIAS

Carlos Reymán Güera
Mérida, De la luna libros, Col. Lunas de Poniente, 2020, 94 págs.

   Carlos Reymán Güera es autor de Demagogias (Libros de Mesa, 2016), un libro singular que incluye poemas, entradas de un diario, aforismos y pequeños relatos, conformando con ellos una “miscelánea” que dos lúcidos lectores, Eduardo Moga y el profesor Miguel Ángel Lama, comentaros en sus blogs. Ahora, este escritor del que es imposible encontrar dato biográfico alguno ni en los paratextos editoriales ni en internet, publica su segundo libro, en esta ocasión de relatos y microrrelatos, tal vez por el perfil de la colección en que aparecen (Lunas de Poniente, abierta a  los cultivadores del cuento en la región).
   Recurrencias, que ahora publica la editorial emeritense De la luna libros, reúne cincuenta y tres textos narrativos fronterizos con otras formas literarias (también aquí hay fragmentos de un diario, notas de lectura, poemas en prosa…) que abordan, siempre desde la perspectiva lúcida de un observador agudo, de un lector que rehúye los lugares comunes y de un escritor que elude el patetismo mediante procedimientos de distanciamiento como el humor o la ironía, motivos diversos: recuerdos infantiles (del niño y la abuela contrabandistas), la denuncia social (“Y no te quejes”, “El símbolo”), la crueldad aldeana (“Las gafas”), la imprevisibilidad de la condición humana (“Mi jefe”), la denuncia del maltrato animal (“Los gorriones”), en tanto otros relatos recrean, para alterar su mensaje, una frase hecha (“Todas las familias tienen un cadáver en el armario”) o una sentencia (“Homo homini lupus”), pero sin duda el motivo más recurrente es la propia literatura (y la vida literaria): “La presentación” (de su primer libro, a la que no acudió), “Introducción a la poesía actual”, “Hablando con Unamuno”, “Diario de un poeta recién olvidado”, “Diario de un escritor todavía joven aspirante al nobel de literatura”, “El nuevo libro”, o “Adivinanza”.
   Reproducimos dos composiciones. En la primera, el narrador, un niño, se enfrenta al súbito malestar de las emociones contradictorias. En la segunda, nos enfrentamos al relato de una pérdida (o un poema sobre una pérdida: el texto permitiría su reproducción en verso).

        EL ALIVIO

   Uno no sabe bien dominar sus sentimientos. Ni sabe de dónde le nacen determinados sentimientos. Ni en qué medida esos sentimientos son uno mismo.
   Uno se tiene por bondadoso y alejado de la maldad pero se traiciona con una facilidad pavorosa. Esta mañana el tutor de la clase de al lado vino a notificarnos la ausencia de nuestro profesor de matemáticas: "Don Laureano no puede asistir hoy a se interrumpió ante el clase porque ha fallecido...",
murmullo expectante que se había originado entre nosotros. Todos nos mirábamos conteniendo la alegría o tratando de disimularla quienes no podíamos contenerla. Una muerte repentina de don Laureano supone también la muerte repentina de su torpe y aburrido método pedagógico, pero claro, eso no es justificación suficiente para alegrarse por la muerte de un profesor que, por otra parte, siempre había sido cariñoso con nosotros, suspensos aparte.
   En lo que duraron esos puntos suspensivos me vi terrible ante mí mismo, ante el espejo moral que llevamos con nosotros y en el que apenas nos miramos (por cierto, ¿quién de mí lo sacó y me enfrentó a él, me puso ante mí, me hizo verme?).
   Cree uno que está hecho de buenos sentimientos y no sabe ni quién es, de qué es capaz.
   Los puntos suspensivos cesaron con el carraspeo del tutor de la otra clase y tras tragar saliva reanudó su aclaración: "...su madre, la madre de don Laureano ha muerto", nuevos puntos suspensivos se estiraron sobre la clase en un tiempo en que se nos congelaron todas las emociones contrarias entre sí, enfrentadas, hasta que se abrió paso el alivio general. Suspiramos: “Menos mal que ha sido la madre, no don Laureano”, empecé a reconciliarme conmigo mismo, “así es que no hay que alegrarse de la muerte de nadie”, me dije, intentando recomponer a la persona buena que he sido siempre.

       NOCTURNO

   Silbaba la luna su himno de luz contra el mundo a su paso por el barrio, luna altiva de los charcos más sucios donde nace cada mañana un arco iris de gasolina.
   Silbaba la luna, fraternal y pálida, la música silenciosa en la que regresan los muertos, la canción dormida del tiempo de la noche, los versos donde el viento ha querido dejar un rastro de historias que nunca terminan.
   Sonaba el himno de la luna entre la solemnidad de las farolas y la distribución marcial de las papeleras, tan feo, tan vacuo, como todos los himnos, y mi perro y yo aullábamos con ganas desde la acera, desde la locura.
   A nuestras espaldas pasaban, como una amenaza reprimida, los coches patrulla de la policía, lentos, mandaban mensajes envueltos en el halo azul que los alejaba, guiños y parpadeos inequívocos, tics de un morse que no necesitaba de mucha interpretación, puntos y rayas, y rayas y puntos, y... ¿hace cuánto que no sabes nada de ella? —me preguntaban.

domingo, 29 de marzo de 2020

Cuentos de ida y vuelta (y III)


CUENTOS DE IDA Y VUELTA

Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col Vincapervinca, 2010, 305 págs.
Edición, introducción y notas de Antonio María Flórez

   Cuentos de ida y vuelta, que publica ahora la Editora Regional de Extremadura en su colección Vinvapervinca, reúne dos libros de cuentos: El sombreo negro, de la escritora mexicana Mónica Lavín, y Ouija y otras ficciones del colombiano Octavio Escobar. En la amplia y documentada Introducción que abre el volumen (“El cuento de allá”), Antonio María Flórez traza un recorrido sobre el género en Hispanomérica para centrarse después en  los países de los autores seleccionados.
   Refiriéndose al panorama colombiano más reciente, en pleno siglo XXI, el editor literario se remite a Orlando Mejía, quien “habla de una Generación mutante que representa una estética de ruptura con respecto a la narrativa colombiana tradicional por lo que implica de transformación genética e hibridación de especies, ‘lo que llevado a la literatura representa la hibridación de géneros, la mixtura de códigos culturales que han sido aprehendidos y la superación de los límites clásicos de lo que es literatura y no lo es’”. A lo que nosotros agregamos: “Mutación, en fin, de los horizontes de la escritura u ruptura con el pasado tanto en lo formal como en lo conceptual, y donde la figura apabullante de García Márquez ya no abruma ni condiciona como antes” [“El cuento colombiano”, pp. 51-52].
   En el rico panorama actual de narradores colombianos sobresale Octavio Escobar Giraldo (Manizales, 1962), uno de los autores más reconocidos dentro y fuera de su país, también en España, que ha visitado en varias ocasiones, donde la editorial cacereña Periférica ha publicado dos de sus títulos, Saide en 2008 y Destinos intermedios en 2010, en tanto Antonio María Flórez seleccionó El álbum de Mónica Pont en Transmutaciones, una antología de la literatura colombiana actual publicada por la Editora Regional de Extremadura. Otras novelas suyas son El último diario de Tony Flowers (1995), Folletín de Cabo Roto (2007), Destinos intermedios (2010), Cielo parcialmente nublado (2013), Después y antes de Dios (ganadora del premio internacional “Ciudad de Barbastro” de 2014 y Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura de 2016) y Mar de leva (2018).
   Paralelamente a sus novelas, el narrador colombiano también ha publicado relatos en libros como El color del agua (1993), La posada del almirante Benbow (1997), De música ligera (1998, premio nacional de literatura del Ministerio de Cultura) y Hotel en Shangri-Lá (2004).
   Octavio Escobar es autor de dos poemarios, La manzana oxidada (1997, junto con otros dos poetas caldenses, Flobert Zapata y Alberto Verón) e Historias clínicas (2016) y en el ámbito de la literatura juvenil ha publicado Las láminas más difíciles del álbum (1995), El mapa de Sara (2016) y El viaje del príncipe (2019).
   Ouija y otras ficciones reúne doce relatos de distinto perfil y diversos motivos que vienen a confirmar la notable versatilidad de un autor que domina los más variados registros de la lengua. Reproducimos  el microrrelato con que se abre el volumen, que nos introduce sin preámbulos en ese mundo turbio de violencia (tema asimismo del relato que presta título al libro), aceptada con la resignada naturalidad de los hechos cotidianos por sicarios y víctimas.
  
CALIBRE 5.56

   Una bala es un plomo que viaja a la velocidad de la luz. Algunos dicen que su impacto duele, otros que se siente como una quemadura. Cuando el disparo de un fusil de la OTAN que alguien robó en Ankara perfora los músculos que han hecho que los vecinos digan que eres el Messi del barrio, sabes que estás en problemas. Si el gatillo lo oprimió tu primo Alfonso, capitán del equipo de fútbol del Distrital, tu colegio allá en Colombia, hace siglos, duele más.
   Alfonso vive en Barcelona desde hace tres años, en un apartamento que queda en el Raval. Cuando llegué, me alojó varias semanas. Las escaleras huelen a orines y las paredes son irregulares, pero arriba se duerme bien y a las turistas les gusta subir y se dejan hacer, aunque no entiendan tu idioma.
   Alfonso embarazó a una puertorriqueña y se enamoraron. Hace dos meses Deliana me celebró los veinte años como si fuéramos hermanos. Yo la miré toda la noche y envidié las manos de mi primo. No le conté a nadie cuál fue mi deseo al soplar las velas.
   Un detective corrupto le advirtió a uno de nuestros socios catalanes que la policía está al tanto de nuestras rutas. Deliana quiere una vida legal.
   Me ordenaron matar a mi primo. Lo cité en la bodega. Yo disparé cuatro veces antes de caer sobre el piso de cemento. Mientras corría a esconderme tras unas cajas de contrabando, vacié el resto del cargador.
   Lo reemplacé, pero Alfonso me llegó por la espalda y pateó mi Beretta.
   Según nuestros pasaportes nacimos en Bogotá. Le dije que me gustaban las tetas y el culo de su mujer porque no quería tener dudas respecto a dónde moriría.

sábado, 28 de marzo de 2020

Cuentos de ida y vuelta (II)


CUENTOS DE IDA Y VUELTA

Mónica Lavín / Octavio Escobar
Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col Vincapervinca, 2010, 305 págs.
Edición, introducción y notas de Antonio María Flórez

   Cuentos de ida y vuelta, que publica ahora la Editora Regional de Extremadura en su colección Vinvapervinca, reúne dos libros de cuentos: El sombreo negro, de la escritora mexicana Mónica Lavín, y Ouija y otras ficciones del colombiano Octavio Escobar. En la amplia y documentada Introducción que abre el volumen (“El cuento de allá”), Antonio María Flórez traza un recorrido sobre el género en Hispanomérica para centrarse después en  los países de los autores seleccionados. En el caso mexicano, el estudioso, al referirse al  panorama más inmediato recoge dos citas que reproducimos: “Veinte años después, Ramón Alvarado [“El crack: veinte años de una propuesta literaria”] reflexiona sobre su papel como un movimiento de importancia en la transmisión hacia el nuevo siglo de la literatura mexicana: ‘Esta es una literatura a partir de la cual podemos hacer un balance de los cambios más importantes de los aspectos culturales, sociales, ideológicos” ocurridos en el país en los últimos años y concluir adhiriéndose a lo expresado por Chávez Castañeda [El cuaderno de las pesadillas]: ‘La expedición a la narrativa mexicana del tercer milenio termina donde el porvenir comienza. Ante nosotros quedaron abiertos una infinidad de posibles futuros” y una narrativa, una cuentística, de gran vigor y auspicioso futuro” (“El cuento mexicano", p. 41].
   Dentro de este prometedor panorama del género, Mónica Lavín (Ciudad  de México, 1955) es una de sus más destacadas representantes. Bióloga de formación y profesora-investigadora desde 2005 de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México en la Academia de Creación Literaria, ha conducido varios programas de entrevistas a escritores tanto en radio como en televisión y es columnista del diario El Universal. Desde 1986 en que aparece su primer volumen de relatos, Cuentos del desencuentro y otros, ha desarrollado una nutrida trayectoria con obras ensayísticas (Apuntes y errancias, 2009; Cuento sobre cuento, 2014…), novelas (como Café cortado o Yo, la peor sobre Sor Juana Inés de la Cruz, ambas premiadas) y, de modo especial, el cuento, con títulos como Nicolasa y los encajes (1991), Ruby Tuesday no ha muerto (1996), Uno no sabe (2003), La corredora de Cuemanco y el aficionado a Schubert (2008), Pasarse de la raya (2011) o Manual para enamorarse (publicado en España en 2012 y en México en 2013).
   Sobre el género que ha cultivado de modo preferente, el editor literario recoge un par de citas que definen su concepción del relato: “El cuento es un género de intensidad… es un género de golpe” mientras que la novela es un género ‘de acumulación hasta crear personajes con una estructura que sea poderosa y que cuente una historia […] el cuento es un género en vilo, anda por la cuerda floja con la gracia perfecta del equilibrista, la caída es mortal o inapelable. Nada debe sobrar, nada debe faltar al cuento y sin embargo debe denotar una prosa tersa y fluida. La dosis entre lo descarado y lo oculto es la facultad de la intuición y el oficio”[pp. 59-60].
    El sombrero negro reúne diez relatos que vienen a confirmar estas consideraciones. De uno de ellos, “Uno no sabe”, reproducimos la apertura en que el narrador, un niño, sufre una pérdida irreparable que le llevará a crecer urdiendo una terrible forma de venganza.


UNO NO SABE

   “Uno sabe que un día se irá a la cama y cuando despierte papá pondrá los cereales en la mesa nervioso y sin haberse rasurado, las hermanas hablarán en voz baja y nadie dirá que mamá no está. Uno se irá a la escuela pensando que la verá al volver, pero será Trini quien abra la puerta del departamento, sirva la sopa fideo y rezongue porque de ese día en adelante le toca disponer como si fuera la señora de la casa. Uno piensa que alguien lanzará algo, un quejido, una pregunta, un plato porque una madre no puede irse así. En vez, las hermanas acarician la cabeza de uno, y papá llega por la noche a preguntar sobre la escuela y el futbol con impostado interés. Sentado al borde de la cama no se fija que uno no se lavó los dientes y parece que va a comenzar a explicar algo, pero los ojos se extravían entre las repisas con coches de juguete y suelta un buenas noches apresurado. Uno no sabe que el silencio será la explicación, que todos andarán como si la voz de la madre ausente fuera humo, como si los domingos siempre hubieran sido cuatro a la mesa, como si vendieran los calcetines con hoyos y fuese normal que Trini lo llevara al doctor en un taxi. Y uno irá a la escuela con los ojos como platos, con el asombro pegando las pestañas a los párpados porque nadie se ha atrevido a llorar, a patear las puertas, porque el único cambio visible son las fotos removidas. Sólo en el buró del padre está una en blanco y negro donde se miran los dos alegres, sentados en una banca. Vestigios de su madre en el cuarto que poco frecuenta uno, porque más vale no naufragar en el tamaño de la cama, en la doble almohada ni tras las puertas del clóset. Uno ni siquiera sabe si allí todavía cuelgan sus vestidos porque las hermanas se han encargado de echar llave, y son ellas las que van a los festivales de la escuela, firman las calificaciones, hablan con las maestras. El padre callado pasea por la casa como telón de fondo; uno supone que es la única forma posible de aceptar que no hubiera un beso de despedida” [pp. 179-180].

viernes, 27 de marzo de 2020

Cuentos de ida y vuelta


CUENTOS DE IDA Y VUELTA

Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. Vincapervinca, serie “Letras americanas”, 2010, 305 págs.
Edición, introducción y notas de Antonio Mª Flórez

   Antonio María Flórez (Don Benito, 195) es autor de una nutrida trayectoria de obras literarias que se ha abierto a géneros como el ensayo (Dalí. El arte de escandalizar, 2004; Estudios marginales de Francisco Valdés, 2018), el relato (Desde entonces vivo  para el dolor, 2018) y, especialmente, la poesía, con títulos como El arte de torear (2002), Desplazados del paraíso (premio nacional de poesía “Ciudad de Bogotá” de 2003, publicado ese año en Colombia y en 2006 en España), En las fronteras del miedo (2013, finalista del premio nacional de poesía del Ministerio de Cultura de 2015) o Sueños eróticos de un adolescente empedernido (2016).
   Paralelamente a esta trayectoria que hemos reseñando de modo sucinto, Antonio María Flórez viene realizando desde hace años una notabilísima tarea de aproximación de los panoramas literarios de Colombia y España, una labor que el autor inicia a fines de la década de los ochenta con la creación de la Asociación Colombo-Española de Manizales, la puesta en marcha de la Semana de España en Manizales, la publicación de una revista (Aurocarbónica) y la difusión de nombres de la literatura extremeña en diversas publicaciones colectivas como revistas académicas y suplementos culturales (Hipsipila, Papel Salmón, suplemento del periódico La Patria…).
   En 1999, el Fondo de Publicaciones del Ayuntamiento de Don Benito publicó Estrechando círculos, una antología de relatos en que colaboraron narradores extremeños y caldenses (el volumen fue presentado en Don Benito, en Bogotá y en Manizales). En 2009, en la colección "Letras americanas" de la Editora Regional de Extremadura, Antonio María Flórez publicó Transmutaciones, una antología de literatura colombiana actual que recogía obras de Adalberto Agudelo DuqueTriunfo ArciniciegasOctavio Escobar GiraldoOrlando Mejía Rivera y Andrea Cote Botero.
  En septiembre de 2016 varios escritores extremeños fueron invitados a la Feria del Libro de Manizales y, días después, un numeroso grupo de creadores de la región (escritores, editores, historiadores, representantes políticos, músicos, directores de cine, cocineros) acudieron a la Fiesta del Libro y de la Cultura de la ciudad de Medellín a la que Extremadura había sido invitada. Por el pabellón, en el Patio de las Azaleas, que incluía dos exposiciones fotográficas y una amplia muestra bibliográfica de autores extremeños (regalada posteriormente a las bibliotecas de la ciudad) pasaron unas sesenta mil personas a lo largo de la Fiesta.
   En 2919, publicado por la ACEM ((Asociación Colombo-Española de Manizales), apareció Mirándonos. Leernos, musicalizarnos,interpretarnos. Hermanamiento poético-musical entre creadores extremeños y antioqueños, un volumen que recoge composiciones de autores de autores del departamento de Antioquia y de la comunidad autónoma de Extremadura.
   Ahora, la Editora Regional de Extremadura publica en su colección Vincapervinca (serie “Letras americanas”) Cuentos de ida y vuelta, un bellísimo volumen que recoge dos libros de cuentos: El sombrero negro, de Mónica Lavín (Ciudad de México, 1955) y Ouija y otras ficciones de Octavio Escobar (Manizales, Colombia, 1962), que comentaremos en otra ocasión. En la introducción (“El cuento de allá”), Antonio María Flórez realiza un concienzudo estudio sobre los orígenes del género (que se consolida en Europa con los autores románticos y con la aportación de Allan Poe en América), sobre los numerosos intentos de definición de esta proteica forma literaria tanto por parte de teóricos como de los propios cultivadores (“Teoría del cuento”) y sobre el desarrollo del género en los países hispanoamericanos, desde los nombres más relevantes del siglo pasado (Borges, Cortázar, Rulfo y García Márquez) hasta los autores  más jóvenes: “Tanto Mejía [Orlando Mejía Rivera] como Prado [Agustín Prado Alvarado] señalan algunos nombres relevantes en las nuevas generaciones del siglo XXI: Héctor Abad Faciolince, Julio Paredes, Juan Diego Mejía, Octavio Escobar, Philip Potdevin, Jorge Franco, de Colombia; Aurora P. Córdoba, Cecillia Eudave, Álvaro Enrigue, José Alberto Castro, Guadalupe Nettel, Antonio Ortuño, Yuri Herrera, de México; Jeremías Gamboa, Katya Adaui, Claudia Ulloa, de Perú; Magdalena Baudion, Liliana Colanzi, de Bolivia; Guillermo Martínez, Samantha Scheblín, Mariana Enríquez, de Argentina; Alejandra Costamagna, Andrea Jeftanovic, de Chile; Gabriela Alemán, Mónica Ojeda, de Ecuador; más un largo etcétera, que habla de la vitalidad del género en el continente” [p. 30].
   La introducción aborda en un segundo bloque el análisis del panorama del cuento en México y en Colombia y de los dos libros seleccionados.

jueves, 26 de marzo de 2020

Badajoz. Los años del seiscientos


BADAJOZ. LOS AÑOS DEL 600

Gordon Haskel
Badajoz, Ediciones LaCalle, 2019, 136 págs.

   Con el seudónimo habitual de Gordon Haskel (nombre del músico y compositor británico, solista tras formar parte del grupo King Crimson), Rafael Gordon (Valverde de Llerena, 1962) es autor de poemarios como Aroma de crepúsculo ((1992), Escrito en los bares y otros poemas que el tiempo secuestra en la memoria (1994), Escúchame, soy tu sombra (Sala Tragaluz, 1996), Cartas en la manga (Nuevas Letras, 2004), A las diez (2009) y La senda urbana (2016). Autor de letras de canciones para el grupo Inlavables, de textos dramáticos para los alumnos de  la sala Aftasí, publicó, durante los dos años en que residió en Chipiona, dos libros sobre el pueblo gaditano: Chipiona, la gente que hizo un pueblo y Chipiona, la memoria del tiempo.
   De nuevo en la capital pacense, Gordon Haskel compuso Badajoz, la huella del tiempo, un libro de recuerdos, aparecido en 2017, basado en textos e imágenes de la ciudad desde principios de siglo hasta el presente. Emparentado con este último título se halla Badajoz, los años de seiscientos, publicado el año pasado, que utiliza como referente la aparición del que sería el más popular automóvil de la época, salido de la fábrica Seat de Barcelona en el mes de mayo de 1957. “El primer bloque –anuncia el autor en unas “Notas a modo de prólogo”- se centra en los años anteriores a la aparición del Seat seiscientos, haciendo un recorrido por calles y lugares emblemáticos de  la villa a través de la fotografía y el relato  de personas que vivieron en primera línea acontecimientos y cambios de la ciudad.
   El segundo bloque narra y describe los momentos de sus habitantes en la etapa en que aparece el 600 y su posterior desaparición” [p. 6]
   Pero, a semejanza de las antiguas misceláneas, el libro contiene otros bloques de interés, como el que recuerda a los cantantes y grupos de estos años (Porrina de Badajoz, Nando Juglar, Glorys Club, Los Sherpas, Los Aukas, Los play Boys, Acción Rock Band, Los Kindler o Los Walker) o una pequeña antología de poetas locales cuyas composiciones son ilustradas con imágenes de la ciudad. En el volumen, en cierta medida coral, han colaborado con el autor numerosas personas entre las que sobresalen Pedro Calvo Moreno (creador del grupo “Este es mi Badajoz”), Manuel Sordo Osuna (fotógrafo, gerente de Galería Acuarela), Chema Blanco (fotografía de contraportada), José Antonio Aguado Ortega (encargado de archivo de prensa del diario Hoy), Juan Carlos Vidarte Rebolllo (fotógrafo) y Antonio García Salas (creador de “Badajoz, Corazón Ibérico”).
   Reproducimos uno de los lugares más emblemáticos del Badajoz antiguo (el Arco del Peso y las Casas Mudéjares).




sábado, 21 de marzo de 2020

Descubrimiento del continente negro


DESCUBRIMIENTO DEL CONTINENTE NEGRO

Luis Sáez Delgado
Mérida, De la luna libros, Col. Lunas de Poniente, 2010, 72 págs.

  Actual Director de la Editora Regional de Extremadura, Luis Sáez Delgado (Cáceres, 1966) es autor de ensayos como “Muchos años después” (en Reflexiones sobre la novela), “La república nómada. Viaje y viajeros en la literatura contemporánea de Extremadura” (en Invitación al viaje), “La novela extremeña hacia el futuro” (en Extremadura-Portugal. Escribiendo el siglo XXI) y de libros como Animales melancólicos. La invención literaria de la identidad (2001), Un duelo privado. Notas sobre el exilio como literatura de viajes (2005) y Literatura en Extremadura, siglo XX (2003), en colaboración, este último, con el profesor Miguel Ángel Lama. Luis Sáez es el editor literario de la "Biblioteca Felipe Trigo", un proyecto del Departamento de Publicaciones de la Diputación de Badajoz que se propone publicar en varios volúmenes la obra del escritor villanovense.
   Ahora, le editorial emeritense De la luna libros publica Descubrimiento del continente negro, una compilación de cinco relatos ambientados en las décadas posteriores al término de la segunda guerra mundial, en ciudades como Moscú, París, Bruselas o Buenos Aires, por donde se mueven creadores situados en la periferia del canon o empeñado en “artes menores”: Georges Remi (Hergé, creador de Tintín), Oesterheld (autor junto con Juan Salvo de El Eternauta) Franklim Vilas Boas (el analfabeto escultor de piezas de madera) y su “arte de expresión ingenua”, el cine documental  italiano (Mondo Cane, Holocausto caníbal), las piezas incomprendidas de Astor Piazolla…Pero junto a la obra de estos creadores, asistimos por esos mismos años a proyectos delirantes de líderes desmesurados: la erección de las gigantescas “siete hermanas” por Stalin en Moscú, convertidas en sede del disparatado Laboratorio de investigación del cerebro,  el vaciamiento de las ciudades por Pol Pot en Camboya, la edificación del gigantesco Palacio del Pueblo por Ceaucescu mientras planea una pena de muerte que se ejecutaría tras una larga condena (un destino que el acusado conocería desde el principio)…contribuyendo a edificar un mundo de posguerra cuya “memoria provoca incomodidad y malestar”.
   Próximos en su expresión y su configuración formal a una obra anterior (Animales melancólicos), los relatos se estructuran en breves fragmentos que alternan la información y la reflexión en una prosa elegante, sobria y precisa.
   Reproducimos un fragmento del relato titulado “Actes Sud”, que evoca la figura del escultor portugués Franklim Vilas Boas (Esposende, Portugal, 1919-1968).


   “Franklim Vilas Boas era uno de esos fenómenos del arte popular que su descubridor, Ernesto de Sousa, llamaba arte de expresión ingenua, una fórmula que se anticipa al conservadurismo compasivo que cierra el siglo. Lo cierto es que sus obras son toscas y confusamente ecuatoriales, como si reprodujese una colección de cromos o unas estampas misioneras mal impresas, y por eso nos cautivan. Admirado por los intelectuales que rechazaban el régimen, despreciado por su familia, trabaja de limpiabotas los domingos y como empleado de una
gasolinera el resto de los días, mientras talla casi sin herramientas propias decenas de figuras zoomórficas, fantásticas y con un aura religiosa que las acerca a los ídolos africanos. Había explicado con estas
palabras por qué desbastaba la madera y le daba forma: fue como si alguien me hubiese tocado en el corazón y la cabeza. Una conversión fulminante, cerebro y corazón, extravagancias de la longue durée en un país controlado por la policía.
   Según escribió el Diário Popular había triunfado en 1964, al menos con la idea de éxito, un poco paternalista, con que se revisan los nombres que hemos olvidado. Fotografiado con una chaqueta miserable, un brazo casi inmóvil y la cara ensombrecida por el bigote, la barba mal afeitada y la técnica del huecograbado, la exposición del sesenta y cuatro nos parece ese instante de resplandor que todos alcanzamos alguna vez, el inicio de una trayectoria imposible, cuando le quedaban cuatro años de vida, una luz repentina y luego la oscuridad” [p. 28].

viernes, 20 de marzo de 2020

La arquitectura escénica en Extremadura



LA ARQUITECTURA ESCÉNICA EN EXTREMADURA: TEATROS Y CINES DESAPAREDCIDOS

Laura Fernández Rojo
Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. Estudio, 2020, 325 págs.

   Doctora en Historia del Arte y profesora de secundaria en la especialidad de Geografía e Historia, Laura Fernández Rojo (Cáceres, 1987) ha dado clases en la Universidad de Extremadura mientras redactaba su tesis doctoral. Entre sus trabajos en equipo más destacados se encuentra la musealización del Palacio de los Golfines de Debajo de Cáceres por encargo de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. Participante en diversos congresos, autora de artículos aparecidos en revistas especializadas y capítulos en varias monografías, entrega ahora La arquitectura escénica en Extremadura: teatros y cines desaparecidos, un estudio, extraordinariamente documentado, sobre la existencia y la desaparición progresiva de teatros y cines en nuestra región, dando cuenta de su funcionamiento caso por caso con descripciones acompañadas de fotografías. La atención a ambos tipos de locales se basa en la consideración de que “la confluencia de actividades teatrales y cinematográficas que se ha dado en ocasiones en los mismos edificios, aunando usos para ambos espectáculos, hace que el ámbito de su estudio permita abordar una visión de conjunto que nos acerca a un numeroso conjunto de edificaciones con una tipología y características específicas que han ido evolucionando según las nuevas pautas de comportamiento y gusto sociales” [Introducción, p. 10].
   Reproducimos un fragmento sobre la irrupción del cine en la ciudad de Badajoz.

   “La fecha clave para el inicio del cine en Extremadura fue el 17 de enero de 1897, en el Teatro López de Ayala de Badajoz, donde el Doctor Posadas incluyó en su espectáculo de magia veinte escenas cinematográficas, una de ellas la Partida de Carruajes Automóviles45. Pero no es hasta 1910 cuando sus propietarios llevarán a cabo la reforma del edificio para adaptarlo a las nuevas exigencias de espectáculos y de público. Lo que demuestra que, al igual que en el panorama nacional, los teatros serán los primeros inmuebles que acojan el cinematógrafo.
   En los siguientes veranos se instalarían barracones en las plazas de la ciudad pacense para la proyección de películas. En concreto, en 1900 se instaló uno en la Plaza de Minayo, que, por su mal estado de conservación, la pésima calidad de proyección y por lo repetitivo de las películas, recibió críticas negativas de la prensa. Otro local donde se proyectaron cintas fue en el de la calle Montesinos, que abrió sus puertas en marzo de 1899. El último de los barracones fue el Pabellón Valle, pues en 1911 se prohibía que los de madera funcionaran como salas de cine. Por este motivo, el Teatro López de Ayala se convirtió en el principal espacio de exhibición de películas, junto con los cines de verano: el salón París o el Pabellón Extremeño” [pp.26-27].

lunes, 16 de marzo de 2020

Las nueces del más allá


LAS NUECES DEL MÁS ALLÁ

José Antonio Ramírez Lozano
Mérida, De la luna libros, Col. Lunas de Poniente, 2020, 73 págs.

   José Antonio Ramírez Lozano (Nogales, 1950) ha desarrollado de modo paralelo una nutrida trayectoria de poemarios, libros de literatura infantil y juvenil (aparecidos en editoriales como Edelvives, Alfaguara, Algaida, Kalandraka, Anaya, S. M. o Hiperión) y narraciones que comparten motivos repetidos y similares predilecciones formales. Objeto de numerosísimos galardones (Azorín, Claudio Rodríguez, Juan Ramón Jiménez, José Hierro, Blas de Otero, Ricardo Molina, premio de la Crítica Andaluza o los extremeños Ciudad de Badajoz, Felipe Trigo o Cáceres de novela corta),  su obra en prosa se inició con Don Illán (Orihuela, 1978), una narración corta con algunas de claves de su mundo narrativo, a la que han seguido otros muchos títulos, como Gárgola (Cátedra, 1985), Titirimundi (Ediciones Libertarias, 1987), La gran oca (Melinchón / Stábile, 1990), La Historia Armilar (Aguaclara, 1991), La derrota de los fabulistas (Aguaclara, 1994), Animañas (ERE, 1995), Bata de cola (ERE / Libertarias, 1995), El birrete de papel (Diputación de Badajoz, 1996), Las argucias de Frestón (Algaida, 1997), Letanías de San Garabito (Algaida, 2000), Los reinos de Artemón (Algaida, 2001), El capirote púrpura (Algaida, 2003), Iscariote (Algaida, 2005), La flor del toronjil (Junta de Castilla-León, 2007) La oca de oro (Menoscuarto, 2008), El sueño de la impostura (KRK, 2009), Las manzanas de Erasmo (Algaida, 2010), Habas contadas (Diputación de Badajoz, 2010), El crimen de Ampurio Pinto (Diputación de León, 2012), El domador de zapatos (Diputación de Badajoz, 2015), El relojero de Yuste (Ediciones del Viento, 2015), Los celos de Zenobia (Pretextos, 2016), El camello de oro (Carpenoctem, 2018) y Un calcetín lana rojo (Menoscuarto, 2019).
   Ahora, la editora emeritense De la Luna libros publica en su colección Lunas de Poniente una compilación de seis relatos emparentados entre sí por el espacio en que sitúan sus tramas (el pueblo de Monsalud) y el hecho histórico que abordan de modo central o periférico, la guerra civil, recordada en relatos que se corrigen mutuamente y en los que sobresalen una portentosa imaginación, el humor y la poesía.
   Reproducimos el arranque del primero de ellos (“La exhumación del Caudillo”).


I. LA EXHUMACIÓN DEL CAUDILLO

   El de Monsalud fue un tiempo camposanto sin nichos donde pastaban las vacas del concejo. Entraban por el portillón de la muralla y rumiaban las matas de achicoria y los pepinillos del diablo que brotaban junto al osario. Pero respetaban las tumbas terrizas de los parroquianos pobres y olisqueaban las flores que sus deudos dejaban junto a la cruz de palo sin llegar a probarlas. Y eso por más que estuvieran frescas, recientes del día de Tosantos. Ni las rosas ni los crisantemos, los animalitos ramoneaban sólo los cardos y magarzas, esas flores profanas que daban una leche caliente y espesa que las vacas iban regando con sus pezones por las tumbas, como un hilo de vida que tramara aún el tiempo de la dicha.
   El camposanto de Monsalud no era entonces más que un corralón abierto contra la muralla del castillo, paredaño de una iglesia a la que subían a rezar los parroquianos. Tiene el pueblo Monsalud —así lo canta el romance de ciego— cuatro calles, dos aceras/ y un castillo en lo más alto/ al que suben por su cuesta/ los difuntos cuando mueren/ y los vivos cuando rezan, / que juntos no suman más/ de novecientos ochenta.
   Desde que en 1821 los echasen del suelo de la iglesia, los difuntos habían tenido que irse enterrando bajo el calizo. Una zanja por muerto, que cavaba el enterrador y que no regaba otra agua que la del responso. Un sembrado de cruces encaladas sin más cosecha que el olvido.
         —A mí no me traga la tierra, María de la Concepción —le confesó Don Justo Bernáldez a su doña con la solemnidad de un designio.
   Don Justo Bernáldez y Melgar era un hombre de fortuna y acomodo que había más de mil fanegas de dehesa y para tierra le bastaba con la que tuvo en vida.
         —Deja de pensar en eso, Justo —se santiguó ella—. Mira que es pecado de soberbia.
         —Yo quiero un nicho contra la muralla —determinó—. Un panteón como el que doña Salomé tiene en la Almudena, Concha. Tú vendrás conmigo; no quiero que te coman las ratas.
   El de don Justo fue el primer y único panteón del camposanto. Un marmolista de Almendralejo le tomó las medidas. Cuatro cuerpos con sus lápidas rematadas por una cruz en su cornisa que le daba un aire de templete.
   Aun así, las vacas seguían entrando y hubo que ponerle coto. Por eso le encargó una verja al herrero. Y quiso la fortuna que tuviera otros de su parte. Porque fue rematar la obra y seguirle Juan Ramírez en su empeño. Este tal Ramírez mandó abrir dos nichos bajo la muralla y luego Marisa Cuenda otros dos sobre aquellos. De manera que a primeros del siglo pasado eran ya más de cincuenta los nichos y no parecía de recibo que las bestias pastasen en los campos de Dios.
         —Una sola y no más, —concluyeron los del concejo sea la del enterrador que cobra de mano de la Muerte  y ha de mirar por la vida.
   La vaca de Cisco, el enterrador, se llamaba Nina y era una vaca ciega que rumiaba las flores que los deudos traían por noviembre. Una leche la suya que sólo bebía Cisco, por del diablo como la tenían. Lo que los vivos no sabían era que los huevos que vendía el enterrador eran de las gallinas que anidaban en los nichos vacíos de las murallas. Tres pollitas habadas que picoteaban los brotes verdes de acerones y a la noche acudían a poner en los huecos.
   Y en los nichos siguieron empollando hasta el año treinta y seis. Mas no sin sobresaltos. Por entonces el cementerio estrenó la tapia recién encalada que da al castillo. Contra ella cayeron fusilados Jesús Ramos, un hijo de la Martina Sanz y las hermanas Suárez, devotas ambas, acusadas de proveer de tabaco a los rojos de la sierra, tan vecina su huerta como la tenían. La estampida del trallazo delató a las gallinas en su alboroto y esa misma tarde del veintiuno de octubre, san Hilarión, cayeron las tres en la olla. Claro que, con ser rancho escaso el suyo para todo un regimiento, no se conformaron con ellas y descuartizaron también a Nina, cuyos huesos fueron a dar sin distingos en la fosa misma de los fusilados [pp. 13-15].

domingo, 15 de marzo de 2020

Hallar la vía


HALLAR  LA VÍA

Noelia Palacio Incera
Soria, Diputación Provincial, 2020, 85 págs.
XXXV premio de poesía “Gerardo Diiego”

   Noelia Palacio Incera (Santander, 1985) es Psicooncóloga y experta en cuidados paliativos, con máster en filosofía aplicada y más de una década trabajando con enfermos oncológicos. Ha publicado un álbum ilustrado sobre el cáncer pediátrico, ¿Qué le pasa Amara? (Pepa Montano, 2018). Hallar la vía es su primer libro de poemas.



AISLAMIENTO

Nada te turbe;
nada te espante;
todo se pasa.

Santa Teresa de Jesús

Ha entrado un rayo de luz en la penumbra de la habitación,
se escucha el sonido del filtro que purifica el aire,
desde tu cama se ven las motas de polvo flotar sin pedir permiso.
En el cristal de la puerta se intuye una sombra,
asoma una cabeza que sonríe, se esconde en el baño,
deja comida en la bandeja al otro lado,
entre gestos te avisa de que esperes a la señal.
Te cuentas una y otra vez la misma historia,
un rosario de horas:
que son días
que son tubos, pastillas y bolsas que entran en ti.
La misma compañía te cuida,
en la celda de silencio, los gritos sordos son plegarias
sobre qué sentido tiene uno para la vida
si la vida es estar en lo que se es.
¿Qué misterio entraña la belleza entre paredes?
¿Cómo contemplar este paisaje sin miedo?
¿Quién le dice a estas voces que están en ti que solo son ecos
de otras voces?

Mira ahí,
ya no llames.