miércoles, 26 de febrero de 2014

Ocho estampas extremeñas con su marco


   El pasado 21 de febrero, el suplemento "Trazos" del diario Hoy publicó una reseña de Ocho estampas extremeñas con su marco, que la Editorial Regional de Extremadura publicó recientemente en su colección Rescate. La edición fue realizada por José Luis Bernal, sin duda el mejor conocedor del escritor dombenitense, y por mí. Enrique García Fuentes valoraba el libro en una reseña que, con su permiso, reproducimos.

Un escritor reivindicable

Una vez más, la prestigiosa colección “Rescate” de nuestra editora regional hace gala con justicia de su nombre. Y esta vez por partida doble, pues no sólo recupera a un notable autor perdido en el pelotón de secundarios en torno al 27, sino que recobra (y actualiza) la excelente edición que los profesores extremeños José Luis Bernal y Manuel Simón Viola realizaron de estas brillantes estampas en 1998 para el servicio de publicaciones de la diputación pacense.
            El dombenitense Francisco Valdés (1892-1936) forma, junto con Eugenio Frutos, Arturo Barea y el recientemente reivindicado Benigno Bejarano, la exigua pero atrayente aportación de nuestra tierra al fundamental grupo del 27 que condicionó desde entonces el devenir de la literatura española hasta nuestros días. Por lo demás, tanto Bernal como Simón Viola son consumados especialistas en la materia (sus respectivos currículos para sustentar cuanto digo excederían el tamaño de este suplemento) así que se enfrenta el lector al conocimiento y disfrute de una obra con todas las garantías de éxito.
La primera edición de las Estampas de Francisco Valdés apareció en Valladolid en 1924 en la prestigiosa colección “Libros para amigos” de José María Cossío y contenía cuatro de ellas. Ocho años más tarde, ya son ocho también las estampas y aparecen, de nuevo, en una edición no venal en la editorial Espasa-Calpe. Habrá que esperar varios años tras la muerte del autor para que conozcamos una primera edición crítica, la que el llorado Enrique Segura Covarsí realiza el año 1953. Luego serán Bernal y Viola quienes asuman la tarea de mantener viva la herencia de este interesante autor y lo harán en los trabajos y ediciones citadas y en otras más que engrandecen el legado del escritor y abogado extremeño. 
La edición que hoy nos ocupa pone al día algunos datos y, sobre todo, inserta mejor la obra de nuestro escritor en el contexto de la literatura de la época, manteniendo como características peculiares de la creación en nuestra región el desfase frente a las corrientes instauradas en “la capital” y la fidelidad a las formas aprendidas en los períodos de formación literaria de cada autor,  peculiaridades ambas que, en caso de estas estampas, se ajustan como un guante. Es Valdés, por lo menos en esta obra, un autor de impecable factura juanramoniana, dicho sea sin ánimo ninguno de demérito, antes al contrario: la melancolía inherente que se respiraba en las famosas Elejías andaluzas, del de Moguer, fluye igual de contenida y serena por estos ocho breves chispazos, algunos casi completamente estáticos, otros con un leve hilo narrativo, que basan su acierto en un lenguaje pesado y medido, de indudable hálito poético. Cualquier paladar mínimamente acostumbrado detecta también resabios del modernismo intimista de Machado (de los dos) o casi también de Valle-Inclán. Y se podrá argüir entonces ese comentado desfase de un autor contemporáneo frente a autores que ya han mojado la pluma en los avances que el ultraísmo (el paisano Frutos, sin ir más lejos, aunque Prisma no apareciera hasta muchos años después) o el posterior surrealismo, sin dejarse teñir por ellos, pero no considerándolo esencialmente una categorización negativa. El hecho de que Valdés se mantenga impermeable a estas tendencias a medida que su obra fue creciendo y madurando, termina dando la razón al segundo aserto esgrimido por los profesores extremeños.
Cada una de las ocho estampas goza de una previa valoración por parte de los editores que aclara algunos puntos oscuros y se acompañan de notas al pie que resuelven algunos términos de uso poco común u olvidado (ruralismos, principalmente), así como vocablos acuñados por el mismo autor, que no distraen, sin embargo, el aura de encanto que adquiere la mayor parte de estas evocaciones, teñidas más de melancolía, de asunción forzosa de pérdida de un paraíso, que de carácter crítico y reivindicativo. Sólo en “Las retamas” (con mucho la más afortunada de todas) respira Valdés por la herida, pero esta es personal; la emoción desplegada en su hermosa evocación se convierte en obligada elegía cuando al final descubrimos el único apunte de contemporaneidad (trágica, por lo demás) que asoma por su contenido, algo de lo que las demás están prácticamente exentas. Con todo, es esa bien digerida herencia de la estética del modernismo, aleada con el compromiso ético que supo alquitarar de su admiración por el 98, lo que coloca a Valdés por encima de esos animales melancólicos de los que habla Luis Sáez, estancados en un tiempo del que no quieren salir, y lo convierten en un escritor de una valía estética y un saber literario del que no es justo que podamos prescindir.

ENRIQUE GARCÍA FUENTES

Francisco Valdés, 8 estampas extremeñas con su marco. Ed. de Manuel Simón Viola y José Luis Bernal Salgado. Mérida, ERE, col. “Rescate”, 2013.


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