EL OÍDO MIOPE
Adriana Villegas Botero
Bogotá, Penguin Random House,
2018, 146 págs.
Nacida en Manizales (Colombia)
en 1974, Adriana Villegas Botero es periodista, abogada y magíster en estudios
políticos que ha trabajado en medios de comunicación como El Espectador, Canal Capital
y Unimedios. En 1999 logró el Premio Nacional Simón Bolívar con el equipo de El Espectador que cubrió el terremoto
del Eje Cafetero. En la actualidad, dirige la Escuela de Comunicación Social y
Periodismo de la Universidad de Manizales, escribe reseñas de libros en Quehacer Cultural y es columnista del
diario La Patria.
Ahora, la editorial Penguin Random House publica su primera novela en que, a modo de diario narra cómo Cristina,
una joven víctima de la crisis en Colombia (y de la delincuencia que asola sus ciudades: un ratero ha asesinado a su padre para robarle en las proximidades
de un cajero automático) llega a Nueva York, ciudad en la que, tras ver rechazada
la homologación de su título académico, se ve obligada a trabajar en la
limpieza de casas por un salario de supervivencia. La joven es una inmigrante
ilegal más que ha de recurrir a la compra de documentación falsa (la green card, el carné de la Seguridad
Social) en una ciudad mestiza y extraordinariamente dura para el recién llegado
descrita en plazas, calles y parques pero también en los sórdidos interiores
domésticos, en la que coincidirá con asiáticos, musulmanes estigmatizados,
hispanos, judíos ortodoxos (“Solo quiero que entiendas que no debes tocar
nuestros alimentos porque eres impura”)… con el terror constante a la expulsión.
“A las 7:15, el metro está
atestado de gente. ‘Atestado’ se dice crowded.
En medio del tumulto, con el tren en movimiento y la grabación con la voz
masculina que advierte: ‘Please dont’lean against the door’, un turista alemán
enorme empieza a decir, primero con un susurro y luego a los gritos, que
alguien le acaba de robar su cámara fotográfica. El metro se detiene, entra un
policía, la gente protesta porque es la hora de ir al trabajo. El alemán está
desencajado. Dice que está de luna de miel, que tiene ahí todas las fotos del
viaje, que por favor le devuelvan la cámara. En el vagón van más de cien
personas. Pronto llegan más policías y ordenan a todos bajarse del metro y
ubicarse en filas. Hombres a un lado, mujeres al otro. Cristina quiere llorar. Siente pánico por sus
papeles falsos. Tres policías mujeres requisan a su grupo. Las que pasan la
requisa se pueden ir. Cristina decide pasar adelante rápido. En NY todo el
mundo va de afán y si ella se queda de última puede levantar sospechas. Queda
junto a una chica trans. Cristina la mira con curiosidad hasta que una policía
le grita ‘next¡’. Cristina desocupa su morral. Saca el cuaderno, el libro de
clase, Dubliners, la billetera, los
guantes, la bufanda, el gorro, un sánduche, las gafas, una manzana, Time Out, un mapa del metro, una vara de
incienso. Se para con piernas y brazos abiertos. La catean como recordándole
quién tiene el poder. No le abran la billetera. La dejan pasar. Esto podrá ser
el primer mundo, pero tiene inmigrantes hasta del cuarto mundo y rateros que
hablan en todos los idiomas” pp. 110-111].
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