lunes, 5 de octubre de 2020

El hombre que compró una nube

 

EL HOMBRE QUE COMPRÓ UNA NUBE

 José Antonio Ramírez Lozano

Zaragoza, Edelvives, 2020, 69 págs

Ilustraciones de Enrique Quevedo

    José Antonio Ramírez Lozano (Nogales, Badajoz, 1950) es autor de más de setenta obras en prosa y verso, premiadas muchas de ellas con galardones significativos (Azorín, Claudio Rodríguez, Juan Ramón Jiménez, José Hierro, Blas de Otero, Ricardo Molina o los extremeños Ciudad de Badajoz, Felipe Trigo o Cáceres de novela corta). Pero además de narrativa y poesía, Ramírez Lozano ha cultivado, también en prosa y verso, la literatura infantil y juvenil.

   Ahora, la editorial Edelvives publica El hombre que compró una nube una divertida narración infantil que arranca con el desconcierto de Marino Alonso al comprobar que tiene una nube en un ojo. Consigue que desaparezca pero la nube se queda en casa con ellos, beneficiosa a ratos (les riega  las macetas de la terraza cuando salen de viaje), y a ratos muy perjudicial cuando ocasiona desperfectos de tormentas de granizo. Finalmente deciden vendérsela a un agricultor de tierras de secano, pasaje que reproducimos a continuación. Como en títulos anteriores, la narración sobresale por el ingenio, el humor y una prosa cuidada y reconocible

  

   “Faustino Cuenda se fue para Monsalud más contento que un ocho. La nube lo seguía por la carretera a la misma velocidad del coche, en dirección contraria a la de las otras nubes. Una cosa así, tan extraña, puso en alerta a la Guardia Civil.

         -¿A dónde van ustedes con esa nube?

         -Acabo de comprarla, señor cabo. Y volvemos ya a Monsalud.

         -¿Y no se ha dado usted cuenta de que su nube circula en dirección contraria?

         -No, señor.

         -Con que no, ¿eh? Fíjese en las otras. –Le señaló el cielo con el índice-. Las nubes tienen también su camino y su velocidad. Son vehículos, al fin y al cabo.

         -Tiene usted razón, señor cabo. No había caído.

   En aquella ocasión no hubo multa. Faustino tuvo que dar un rodeo hasta el cruce de Villanueva de Merla y tomar la carretera 407 para ir así en la dirección del viento y despacio, a su velocidad. A veces se detenía para observar si lo seguía y que no errase la dirección. Pero no hubo manera. Ni el viento ni las demás nubes soplaban en su dirección.

         -Y dale, Faustino. Mira que nos van a poner una multa –lo amenazaba Luisa, su mujer.

         -¿Y qué hacemos?

         -Pues parar y esperar a que llegue la noche”. [pp. 33-35].

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