EL ESPÍRITU DE LOS QUELCINOS
Juan Ignacio Rengifo Gallego
Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. Geografías, 2024, 214 págs.
Juan Ignacio Rengifo Gallego, es
profesor titular del área de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de
Extremadura. Apasionado de los espacios rurales y sus tradicionales formas de vida,
ha convertido a estos en los protagonistas de los relatos de ficción que
escribe con regularidad, algunos de los cuales ha publicado en periódicos y
revistas. Aunque tiene una prolífica trayectoria como autor de libros,
capítulos de libros y artículos, relacionados con su actividad
académico-investigadora, es El Espíritu de los Quelcinos su primera
novela de ficción.
En la estela de la Comala de Rulfo,
el Macondo de García Márquez, la Celama de Mateo Díez, la Santa María de Onetti
o la Murania de Hidalgo Bayal, El
Espíritu de los Quelonios contiene la completa invención de un territorio,
la comarca de los quelcinos (árbol ficticio vagamanete emparentado con los “Quercus”),
un entorno agreste y aislado, rico en especies de caza menor y mayor, con
Belmucón como capital, que ha sabido conservar hasta los primeros años de la década de
los setenta su naturaleza intacta (los quelcinos y los rasos, el macizo
de Montealto, los valles de los Molinos y de los Alisos, las cuerdas de Peñas
Blancas y de la Garrapata) y todas sus tradiciones: leyendas, , agrupaciones
culturales, creencias míticas y costumbres seculares. Con un antiguo referente
moral (el filósofo Nuriócrates) que predicó la concordia, el entendimiento y el
diálogo, y liderado por Liulmerio, hombre recto, apreciado y respetado por
todos, este mundo armónico tendrá que enfrentarse a la traición y a la revuelta
de un grupo de convecinos que trata de disgregar con nuevos usos la Hermandad
de los Monteros, una de las asociaciones fundacionales de este entorno, como
primer paso para abrirlo al exterior y anular su identidad. Contada con una
notable riqueza léxica, con una singular habilidad para la invención, la trama
se enriquece, a la manera cervantina, con historias incrustadas o secundarias
(el asesinato de los tres jóvenes, la caza del jabalí, la muerte de Tristán por
un rayo…), pues a la primigenia propuesta narrativa (la creación demiúrgica de
un universo a la vez ficticio y verosímil), le acompañan otros narradores impulsados
por el puro placer de contar. Reproducimos un fragmento que incorpora una descripción
de la comarca.
“Más allá del río Negro se
extendía el denominado territorio de los Quelcinos, área selvática y montañosa
de gran extensión, con límites marcados nítidamente por sus cuatro puntos
cardinales. Aquel extenso pedazo de tierra gloriosa debía su nombre a la
especie arbórea dominante en la zona: el Quelcino (Quercus fasianus), fuente
principal de la que manaba el espíritu. Esta especie leñosa, endemismo singular
de la zona que no era conocido en ningún otro lugar del Reino de Hesperia,
medraba con suma facilidad dada su perfecta adaptación a las especiales
condiciones edáficas y climáticas del territorio. Su tronco robusto recordaba
al de una encina, su enrama-do al de un alcornoque y sus hojas perennes, de
color verde intenso por su cara superior, y de color rojizo por el envés, a las
de un quejigo. Producía una bellota con tres cabezas que era muy carnosa y
difícil de separar del cascabullo: la trillota. Los quelcinos eran árboles de
una extraordinaria belleza que se caracterizaban por tener un tronco bastante
alto que, generalmente, era rematado por un ramaje denso que crecía en sentido
horizontal, abarcando una amplia superficie de vuelo. Como resultado de ello,
el bosque de quelcinos contribuía a dibujar un Paisaje grandioso en lo estético
y en el volumen, tanto en el Plano vertical como en el horizontal.
Las fronteras de la comarca de los
Quelcinos venían perfiladas, hacia el mediodía, por el río Negro y, hacia
septentrión, por el apéndice montañoso llamado Montealto. Sobre el mapa,
Montealto presentaba una ligera orientación noreste-suroeste, de la que
brotaban, como lo hacen los dedos una mano, cinco valles y seis tentáculos
montañosos, denominados cuerdas, que separaban los valles. Las cuerdas eran
conocidas por los nombres de Peñas Blancas, Las Cabras, Estrecha, Temeraria,
del Oro y La Garrapata”. [pp. 59-60].
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