lunes, 21 de septiembre de 2009

Tragedias en Mérida




EL TEATRO DE LOS DIOSES
José Prieto Rodríguez

Mérida, Editora Regional, col. Vincapervinca, 2009, 142 págs.


La trama de El teatro de los dioses arranca cuando una joven, Elena Zacarías, pide ayuda al investigador privado Lucas Santarén para que dilucide las causas del suicidio de su padre, un prestigioso arqueólogo, conservador del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida y profesor de la Universidad de Extremadura. Nada hace suponer que un hombre con una carrera profesional tan brillante haya acabado con su vida, pero a eso apunta la nota autógrafa encontrada junto a su cadáver con una cita de Ayax, una de las tragedias de Sófocles: “Ya no veréis a este hombre, a un hombre cual Troya no ha visto ningún otro en el ejército que vino de tierra helénica; y ahora, en cambio, deshonrado, yace aquí”. Su cadáver fue encontrado en la Casa de Mitreo: como el héroe griego, Gerardo Zacarías se arrojó sobre una espada.

Una ayuda impagable encontrará Santarén en la joven Sara, profesora de griego y lectora de las tragedias de Sófocles, porque, sorprendentemente, las tramas del dramaturgo parecen relacionarse, como en la muerte citada, con otros sucesos fatídicos que tendrá que abordar. Conviene recordar, por ello, que, desobedeciendo la orden de Creonte de enterrar a Polinices, su hermana Antígona fue sepultada viva en una cueva y allí se ahorcó. Hércules recibió de su esposa Deyanira una túnica que le corrompió la piel ocasionándole un dolor insoportable: el héroe ordenó que lo quemaran en una pira. Edipo se arrancó los ojos incapaz de soportar el horror de un parricidio y un incesto. Filoctetes fue mordido por una serpiente y abandonado por Ulises en una isla, en tanto Electra adereza con parsimonia el plato frío de la venganza.

¿Será posible que los argumentos de las obras halladas de Sófocles tengan relación con los seis enigmas a los que tiene que enfrentarse el investigador? Como se sabe, cuando menos se toque la trama de una novela negra mejor para ella. Sí diremos, sin embargo, que nos hallamos ante un divertimento inteligente y culto, de agradable lectura, que sigue las reglas del género: el lector debe tener las mismas oportunidades que el detective, importancia del diálogo (en el que se vierten pistas efectivas y falsas), el culpable no debe ser un profesional del crimen, nada de trucos indignos (hermanos gemelos, episodios paranormales) ni de asuntos de amor (aunque líos de faldas los que se quieran), ni móviles altruistas...

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