miércoles, 13 de enero de 2010

Para explicar la nieve

PARA EXPLICAR LA NIEVE

Santos Domínguez Ramos
Sevilla, Angaro, 2009, 70 págs.

Hace unos meses Santos Domínguez Ramos consiguió el premio “Angaro” de 2009 (en 1995 Jesús García Calderón fue accesit de este mismo galardón con La moneda secreta), con un poemario marcado por la idea de la muerte, identificada en el primer poema con “un jueves que me mira / desde el reino incontable de los hielos”. El poeta se sabe abocado a una muerte cierta, procede de una nada y avanza hacia otra (“es memoria de nieve, preludio de cenizas”), en un mundo glacial donde, como una clepsidra “destila el hielo / la lenta transparencia de sus gotas”.
Para recordarnos esta certeza, el poeta recuerda a Vallejo y los jueves con aguacero o cómo “desbocados de espanto / relinchan esas noches los caballos” (como sucede la noche en que es asesinado el rey Duncan en Macbeth) o la muerte de Cristo, como hace en este espléndido poema (“Inclinación del rito”) que se abre con una cita de Rilke (“No tengo sino arroyos de lágrimas y leche”):


Todo era femenino: la luna en parasceve,
la luz blanca del día,
la liturgia de abril, azul tras las almenas,
la nube deslumbrante, la madre dolorosa.

Todo era femenino en el perfil del rito.
No mira los claveles ni huele la azucena.
Ya la prisa o la pena inclinan su figura
a la puñalería verde de las palmeras.




Con el significado etimológico de “preparación”, “parasceve” designa al viernes, día en que los judíos preparaban la comida para el sábbat, en tanto para el Cristianismo acabó designado el Viernes Santo, víspera de la Pascua que Jesús se disponía a celebrar con sus discípulos. Tal vez para un creyente no haya imágenes más desoladoras que las que transcurren entre que Jesús expira un viernes a las tres de la tarde (el descendimiento, el entierro... todo ha acabado) y el momento de su resurrección (que nadie espera). En ese tramo se sitúa el poema, evocando la muerte de Jesús reflejada en el dolor de la Virgen, pero todo ello convertido ya en rito; esto es, en una ceremonia repetida en la que la Dolorosa, ligeramente inclinada hacia delante (para transmitir la impresión de que camina), avanza sobre un paso procesional sumida en su dolor, ajena a su entorno de claveles y azucenas. Pero ¿por qué comparecen en el poema las almenas, la nube deslumbrante y las palmeras? Pues... porque estaban allí (y aún pueden verse en otro libro del autor: Cáceres, palabras de luz, Cáceres, Ayuntamiento, 2008).

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