DESOLACIÓN Y GUERRA
Irene Velarde Galindo
Mérida, Editora regional de Extremadura, 2015, 226 págs.
A sus dieciocho
años, Irene Velarde Galindo (Don Benito, 1996) tiene en su haber un currículo “escolar”
de reconocimientos que han premiado su temprana dedicación a la escritura: certamen
“Cuentos de Navidad”, Juegos Florales del Colegio Claret en varias ocasiones,
el premio “Felipe Trigo Infantil y Juvenil”, así como el certamen de
narraciones cortas “Luis Landero” (en 2011 y 2014). Ahora, la Editora Regionalde Extremadura publica su primera novela, Desolación
y guerra, una narración sorprendentemente madura que traza el recorrido de
una de las miles de víctimas inocentes de una guerra despiadada que se ceba en
los más débiles. Tras ser violada por un soldado y ver cómo su padre es
asesinado salvajemente, Asha, una chica somalí de dieciséis años, huye encinta con
alguno de sus familiares al campamento de Kobe, en Etiopía, donde un grupo de
médicos, con unos medios siempre precarios, pretende paliar de algún modo la
magnitud de la catástrofe. Reproducimos el momento en que un par personajes avistan
desde la distancia el campamento de refugiados.
“Fue entonces
cuando vio la espuma blanquecina aparecer en el horizonte, una masa del color
del nácar en medio del mar rojizo. Cientos, miles de tirndas instaladas en la
línea en que acaba el horizonte, el fin del mundo. Michael sabía lo que
encontraría allí, aunque aún no terminaba de acostumbrarse. Todavía le costaba
levantarse cada mañana con aquella sensación de añoranza en el pecho.
-Impone,
¿verdad? –Céline continuaba con la vista fija en el campo de refugiados, como
si de aquella manera pudiera apartar todo lo que les esperaba.
Él simplemente
asintió mientras se colgaba su mochila al hombro y sujetaba con fuerza su
maletín. La primera vez que había visto Kobe se le había acelerado el corazón
con violencia. Sentía que todo lo que le rodeaba era demasiado grande para él,
para sus compañeros. ¿Qué podría cambiar un grupo de médicos en un lugar donde
se concentraban más de veinticinco mil refugiados? Solo aquella cifra le
mareaba”. [p. 69]
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