lunes, 11 de abril de 2016

El diario Down


EL DIARIO DOWN

Francisco Rodríguez Criado
Alicante, Ediciones Tolstoievski, 2016, 123 págs.
  
   Nacido en Cáceres en 1967, Francisco Rodríguez Criado es autor de numerosos relatos incluidos en algunas de las mejores antologías recientes (Relatos relámpago, Mérida, 2006; La quinta dimensión, Mérida, 2009; Velas al viento, Granada, 2010; El cuarto género narrativo, Madrid, 2012…) y de tres compilaciones propias: Un elefante en Harrods (Mérida, De la Luna Libros, 2006), Siete minutos (Palma de Mallorca, La bolsa de pipas, 2003) y Sopa de pescado(Mérida, ERE, 2001). Además de dos ensayos y tres obras de teatro, ha publicado hasta el momento una narración coral ambientada en la ciudad de Cáceres, Historias de Ciconia (Mérida, De la Luna Libros, 2008) y Mi querido Dostoievski (Ediciones de la Discreta, 2012), una novela epistolar.
   El diario Down, que ahora publica la editorial alicantina Tolstoievski, se abre con la terrible noticia de que su primer hijo, nacido en las Navidades de 2013, padece síndrome de Down y precisa, además, una intervención quirúrgica a corazón abierto. “Al quinto día dejé de llorar, me senté al ordenador y comencé a escribir estas líneas”. Este es el arranque de un diario que a la par que va dejando constancia de los sucesivos episodios de la atención al bebé reflexiona sobre las emociones que embargan a los padres desde la consternación inicial y el dolor por haber sido sometidos, ellos y el niño, a una “condena” injusta hasta la asunción íntegra de su papel de padres de un niño que solo es diferente (“Sé que este viaje, por duro que sea -o quizá precisamente porque es duro-, nos tiene reservada la mejor de las recompensas”). Reproducimos un fragmento.

   “Francisco que no escatima en mofas (siete meses de vida atesoran ya mucha sabiduría, que en él se traduce en sentido del humor), a veces interrumpe la toma del biberón, me mira y, sin poder evitarlo, se echa a reír. Es la sonrisa más bonita que he visto jamás. Es más que eso: es una sonrisa medicinal, una sonrisa irónica que habla, que parece decir: “Tranquilo, viejo, ya va quedando menos”. (Las cursivas del vocativo son suyas).
   Y en ese instante, durante esa sonrisa, comprendo que tanto esfuerzo tiene su sentido. Que dormir es cosa de cobardes. Que visitar a los médicos es más divertido que un crucero por las Bahamas. Que el cansancio es un regalo de los dioses y que ese cromosoma extra es justo, porque lo que por un lado te quita por otro te lo da. Francisco mantiene la mirada fija sobre mí y, antes de entregarse nuevamente a su biberón, se echa a reír de nuevo.
   De repente lo hacemos los dos: reírnos. Hemos madurado mucho y ahora sabemos que para ser felices no nos hacen falta grandes planes”. [pp. 84-85]

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