CINCO MUERTAS DE
AMOR
Triunfo
Arciniegas
Medellín
(Colombia), Comfama / Metro, Col. Palabras rodantes, 2014, 93 págs.
Prólogo de Luis Fernando
Macías
Nacido en Málaga (Colombia) en 1957, Triunfo Arciniegas desarrolló numerosos trabajos de supervivencia hasta dedicarse a la
enseñanza, primero como maestro y, más tarde como profesor de universidad. En
la actualidad, Arciniegas es uno de los más reconocidos autores de literatura
infantil dentro y fuera de Colombia, desde La
silla que perdió una pata y otras historias (1998) hasta La casa de chocolate (2009), un terreno
en el que ha logrado numerosos reconocimientos y le ha permitido dedicarse por
entero a la creación literaria. Alternando géneros como el cuento, la novela,
el teatro y la poesía, el escritor ha publicado ya en el presente siglo, fuera
del territorio de la literatura infantil, obras como El jardín del unicornio y otros lugares para hombres solos (2002), Mujeres muertas de amor (2008), Noticia de la niebla (2003), Cuerpo de amor herido (2010) o Mujeres (2001). Ahora ve la luz en la
colección no venal “Palabras rodantes” Cinco
muertas amor que reúne otros tantos relatos situados en el entorno de las
relaciones amorosas, tan propicio a la dicha como a la crueldad. Reproducimos
el inicio de uno de los relatos, “Astilla”, en que dos mujeres se enfrentan a
una realidad denigrante para ambas.
“La mujer
presionó el timbre con firmeza, una sola vez, y casi de inmediato la muchacha
se asomó por la ventana del segundo piso.
-Diga.
-¿Elisa?
-Sí.
-Vengo a hablar con usted –dijo la
mujer.
-¿Qué se le ofrece?
-Sobre Humberto –dijo la mujer.
La
muchacha cerró la ventana. La mujer pensó que no la vería más aunque insistiera con el timbre durante el resto del
día. Casi enseguida la oyó descender la escalera. O le pareció. Oyó que alguien
giraba el seguro y apretó el bolso contra su cuerpo. Y entonces la vio, desde
los pies en pantuflas hasta su cara morena, sus cabellos breves y negros, sus
ojos grandes, su boca grande, su nariz fina. Una belleza a pesar de la palidez
del susto. “Usted me disculpará la molestia”, dijo la mujer. Cuando la muchacha
la invitó a seguir, la mujer apreció su cintura de avispa, su culito parado,
sus piernas brillantes. No esperaba menos: una pequeña y bien moldeada belleza.
Subieron las escaleras. Atravesaron una sala que servía de comedor y cocina, y
entraron a un pequeño cuarto de estudiante. La mujer se identificó como la
esposa de Humberto.
-Lo
adiviné al verla –reconoció la muchacha-. Pero no sabía que usted existía. Se
lo juro, señora. Siéntese, por favor” [págs. 73-74]
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