jueves, 22 de septiembre de 2016

Después y antes de Dios


   Profesor de literatura de la Universidad de Caldas y Director de la 7ª Feria del Libro de Manizales, celebrada entre el 30 de agosto y el 4 de septiembre, Octavio Escobar Giraldo (Manizales, 1962) ha ganado el Premio de Nacional de Novela convocado por el Ministerio de Cultura de Colombia con Después y antes de Dios publicada en España por la editorial Pre-Textos en 2014, ganadora del premio “Ciudad de Barbastro” de ese mismo año. Octavio Escobar es uno de los narradores colombianos más reconocidos dentro y fuera de su país, pero también en Extremadura, que ha visitado en varias ocasiones, donde la editorial cacereña Periférica ha publicado dos de sus títulos (Saide en 2008 y Destinos intermedios en 2010), en tanto Antonio María Flórez seleccionó El álbum de Mónica Pont enTransmutaciones, una antología de la literatura colombiana actual publicada por la Editora Regional de Extremadura. Autor de varios libros de relatos (con uno de ellos, De música ligera, logró, asimismo, el premio nacional de literatura del Ministerio de Cultura en 1998), consigue en palabras del jurado, con la novela premiada, “un retrato crudo de una sociedad conservadora y pudiente, enfrentada a un crimen terrible que la pone en tela de juicio”. Reproducimos el arranque de la narración.

 “–DOÑA Carmelita está llorando –dijo Bibiana con su voz de ángel herido, sosteniendo las piernas de mi madre.
   Detuve el esfuerzo de levantar el resto del cuerpo apenas un instante; luego flexioné las rodillas y me impulsé hacia la cama matrimonial. Acomodamos a mi madre en el centro y le entrelacé las manos sobre el pecho. Mis dedos se humedecieron cuando cerré sus ojos.
 –Búsquele un vestido limpio, uno blanco. El bordado –añadí temblorosa–. Voy a traer los candelabros.
   Bibiana encendió la luz del vestidor y desapareció dentro. Yo caminé hasta la sala y sin despegar los labios pedí perdón a la Inmaculada Concepción por apagar los velones ya casi consumidos. No hallé comprensión en los ojos fijos en el resplandor del Espíritu Santo, ni en las manos deformes recogidas hacia el pecho, así que fijé la atención en la parte baja del cuadro, en el detalle de los lirios blancos y las rosas que siempre me ha gustado, en esas construcciones fantasmagóricas sobre las que flotan los pies de los ángeles, pintados con tanto esmero. Cargué de vuelta con uno de los candelabros de bronce, musitando una oración. Bibiana aseaba el cuerpo de mi madre; sin ropas parecía un animalito indefenso, lleno de arrugas y de manchas.
 –¡Cúbrala, por Dios! –grité y desvié la mirada”. 

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