martes, 17 de enero de 2017

Pertenecemos a lo invisible


PERTENECEMOS A LO  INVISIBLE

Juan Manuel Barrado
Gijón, Ediciones Trea, 2016, 50 págs.
  
   Nacido en Huertas de Ánimas (Cáceres) en 1962, Juan Manuel Barrado ha publicado los libros Cuarteto (Editora Regional, 1994), Teatro azul del Café Rocco (Diputación Provincial de Badajoz, 1997), Diario de un poeta de provincias (I. C. El Brocense, 1999), Suite Celan (autoedición, 2002), La buhardilla del carpintero Zimmer (Editora Regional, 2002), ¿Y si te llamaras isla? (Diputación Provincial de Badajoz, 2003), Fragmentos de cal (El Gaviero Ediciones, 2008), y Trece de nieve (Editora Regional, 2012). Su obra poética experimental ha sido recogida en  los catálogos de la Galería Dasto (Oviedo, 2002) y del Instituto Español (Lisboa, 2008), e incluida en la antología Poesía visual española (Calambur, Madrid, 2007).
   Pertenecemos a lo invisible, que ahora publica la editorial asturiana Trea, recoge en cuatro bloques composiciones de tono confesional que se cierran con un extenso poema elaborado mediante la enumeración de un repertorio de pérdidas que en su día formaron parte de nuestra educación sentimental, una modalidad moderna de un motivo clásico, el Ubi sunt?

Qué fue de Bob Marley, los libros clandestinos,
el cine de Pier Paolo a quien mataron en una playa.
Qué fue de aquel niño, alter ego del propio Truffaut,
sufriendo los cuatrocientos golpes de la vida;
qué de Kubrick, el mago,
que filmó con delirio la comedia humana,
qué fue de Marilyn, a solas con los barbitúricos,
dulcísima flor de los orfanatos, yo te amo,
qué de Fassbinder –genio atrabiliario- que hizo suyas
las amargas lágrimas de Petra von Kant,
y qué de las películas de David Lynch con extrañas atmósferas
–habitaciones separadas por un fino cristal,
sueños que se repetían como una obsesión-
para que a una hora cualquiera de mi juventud
arrojaran a los tigres la piedra de los sueños.

Y había doncellas de neón en el centro de Tokio,
como en ese club donde Sacarlett Johansson y Bill Murray
coincidían con su soledad de disidentes,
y había anuncios de televisión en los hoteles de carretera,
aterrizaje de aviones en el aeropuerto internacional,
taxis amarillos portando a prostitutas y boxeadores hasta Mulholland Drive
bajo la luna convexa de las alucinaciones. […]

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