lunes, 29 de octubre de 2018

Una niña está perdida en el siglo XX



UNA NIÑA ESTÁ PERDIDA EN SIGLO XX

Gonçalo M. Tavares
Barcelona, Seix Barral, 2016, 237 págs.
Trad. de Rosa Martínez-Alfaro

   Como hago habitualmente, leí varias obras del primer autor invitado al Aula Literaria Guadiana, Gonçalo M. Tavares (El Señor Valéry, El Señor Brecht…), que me dejaron entre desconcertado y sorprendido (el laconismo de los pequeños relatos, la radical originalidad de los narradores -en Short movies el narrador es una cámara cinematográfica-, los tonos ensayísticos…), pero fue la lectura de Una niña está perdida en el siglo XX (el título original es Uma menina está perdida no seu século á procura do pai), la que me dejó por completo conmocionado. En el arranque de la trama, segmentada en pequeños capítulos, Marius, prófugo de una amenaza no explícita, encuentra en la ciudad a Hanna, una muchacha discapacitada (trisomía 21) que dice estar buscando a su padre, pero no puede dar más información que su edad (catorce años) o el color de sus ojos y de su cabello (a todas demás preguntas responde: “No”). Juntos viajan a Berlín, ciudad en la que, según ciertos indicios (la chica a otra pregunta responde: “Blin”), pueden estar un padre que ha perdido a su hija (o la ha abandonado). En su búsqueda irán conociendo a otros personajes tan excéntricos (tan alejados de la normalidad) como ellos: el fotógrafo de animales que parece interesado en captar la imagen de la joven, el hombre que, junto con sus  hermanos, pega carteles por la ciudad instando  a una revolución indefinida, el anticuario Vitrius, el artista que pinta imágenes tan diminutas que solo pueden contemplarse con un microscopio, el dueño del hotel, Moebius, que lleva tatuada en la espalda la palabra judío en todas las lenguas o su esposa, por la que descubre que en el hotel sin nombre, situado en una callejuela de Berlín, las habitaciones en lugar de estar numeradas llevan nombres de campos de concentración alemanes.

“-¿Las habitaciones no tienen número? – pregunté.
-Solo tienen nombre. El hotel es pequeño, es fácil llegar a ella. Está después de este largo pasillo. Encontrará la habitación rápidamente.
   Miré de nuevo la placa de madera. No había ninguna duda. Lo que había escrito en la placa de madera era AUSCHWITZ.
-¿Este es el nombre de la habitación?
-Sí -respondió ella.
-¿No tiene otra?
-Tenemos otra libre. Y con dos camas. Pero si es por el nombre de la habitación, no le servirá de mucho.
   Y se apartó para que pudiera ver detrás de ella el plano de las habitaciones. Todas tenían el nombre de un campo de concentración: TREBLINKA, DACHAU, MAUTHAUSEN, GUSEN.
   Marius pensó en varias cosas al mismo tiempo. Sintió el impulso de dar media vuelta de inmediato y sacar a Hanna de allí, pero no lo hizo.
-¿Por qué hacen eso?
-Porque podemos -respondió la señora secamente-. Somos judíos”.


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