EL SONIDO ABSOLUTO
Un análisis de Cortejo y Epinicio
de David Rosenmann-Taub
Eduardo Moga
Barcelona, RIL Editores, 2019, 148
págs.
Eduardo Moga (Barcelona, 1963) es autor de una notable y dilatada
trayectoria poética que arranca con Ángel mortal (1994)
y La luz oída («Premio Adonáis», 1996) y ha sido recogida en
una antología reciente El corazón, la nada (Antología
poética 1994-2014), con prólogo de Jordi Doce. Paralelamente,
el escritor ha cultivado géneros como el diario, el libro de viajes y la
crítica literaria que ha ejercido en revistas como Letras Libres, Cuadernos Hispanoamericanos, Revista de Occidente,
Ínsula, Turia o Quimera y ha
recogido en volúmenes como De asuntos
literarios (2004), Lecturas nómadas (2007),
La poesía de Basilio Fernández: el esplendor y la amargura (2011),
La disección de la rosa (2015), Apuntes de un español sobre poetas de
América (y algunos otros sitios) (2017) y Homo Legens (2017).
Ahora, la editorial chilena
RIL Editores en su sede barcelonesa publica El
sonido absoluto, un estudio sobre una tetralogía de David Rosenmann-Taub
(Santiago de Chile, 1927), titulada Cortejo
y epinicio compuesta por los volúmenes El
zócalo, El mensajero, La opción y La noche antes. Con una sólida formación artística, dibujante y
músico, Rosesmann-Taub cimenta su obra poética, que este lector no conocía, sobre
una sorprendente manipulación formal que rehúye las primeras soluciones expresivas
y se mueve en registros no frecuentados de la lengua: arcaísmos, composiciones
léxicas de creación personal, palabras y expresiones inglesas, francesas,
latinas, hebreas, palabras utilizadas en una categoría morfológica distinta a
la previsible (los “Cortejo y epinicio” del título son formas verbales) en unos
textos cuya dificultad se acrecienta en los poemas hiperbreves, monósticos o
dísticos, como este, sin título, con una puntuación insólita, que define su labor
poética: “Discrepancia: denuedo: / mi viñedo”. Los poemas resultan oscuros,
enigmáticos, con frecuencia ininteligibles por el alto grado de transmutación
lingüística, por su “radicalidad metafórica”, pero, por ello mismo,
intensamente atractivos (como una octava de Perito
en lunas; también Miguel Hernández, en su afán de ocultamiento, llegó a
suprimir los títulos de los poemas).
Reproducimos un fragmento
del análisis que Eduardo Moga, un lector y crítico pertrechado con un enorme caudal
de lecturas, hace de unos versos del poeta chileno en que no ha roto por
completo su anclaje con la realidad.
“En el poema III de La opción, por ejemplo, el protagonista
es el viento de otoño, que enmarca una escena campestre. Y así reza la segunda
estrofa:
Viento obtuso, me atrapas
por lo tú, por lo selva, por lo tirano y ávido
-lo fatuo
de tus naipes sin límite-.
Polvareda sin cuerpo,
vuélame el arrayán de sensatez, las jarcias
de aflicción. ¡A volar
con tu adulterio agreste, tu elixir de tañidos!”
(O, 14)
El viento
ha dejado de ser un fenómeno atmosférico y se ha convertido en muchas otras cosas,
sin dejar de ser viento: aparece al principio de la estrofa, para que no haya
duda de su figuración, pero luego se embosca en otras realidades con las que puede
asimismo identificarse: una cárcel, una jungla, un opresor, un juego, un
espectro, un infiel, un alquimista, un músico. Todo se proyecta en el yo, con
el que el viento establece una dualidad –“me atrapas por lo tú”- no siempre
equilibrada: el viento enmaraña al poeta, lo sorbe y esclaviza, se engríe con
él, lo desequilibra y, a la vez, lo consuela, lo eleva, en fin, a un ámbito de
libertad, sin fidelidades ni orden, donde su estruendo resulta balsámico. El
viento se hace otro y hace otro del poeta: todo es otro en el poema, aunque
sigamos reconociendo sus orígenes, su raíz fáctica. No siempre es así, desde
luego”. [pp. 96-97].
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