sábado, 19 de diciembre de 2020

Diógenes, el Perro


 DIÓGENES, EL PERRO

 Joaquín Rodríguez Lara

Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2020, Col. Escena Extremeña, 157 págs.

Edición bilingüe. Trad. al portugués de Liliana Gonçalvez

Premio de textos teatrales de autor extremeño – FATEX, 2017

    José Joaquín Rodríguez Lara (Barcarrota, 1956), inició su trayectoria como escritor con el poemario La tierra al fondo (1980) y el relato breve El Conchito (1981) con el que el ganó el Premio Felipe Trigo para Narraciones Cortas; ese mismo año obtuvo el Premio Internacional Cuentos Lena, en Asturias, por La casa al borde del camino. Tras muchos años entregado al periodismo, publicará su primera novela, Gayola (2005) así como un libro de prosas, La burra con GPS y otros avíos de comer (2014) en la Editora Regional de Extremadura.

   Como autor teatral se estrenó con Penélope, cautiva de sí en 2017. Diógenes, el Perro, su segunda obra dramática recibió el premio FATEX (Federación de Asociaciones de Teatro de Extremadura) de 2017 para autores extremeños. En ella, Diógenes Laercio, historiador de filosofía clásica del siglo III d. d. C. reconstruye la vida y personalidad de Diógenes de Sinope (h. 412 a. C – 323 a. C.), “también llamado Diógenes el Cínico, Diógenes el Perro y El Perro” y su insólita relación con los poderosos, con los ciudadanos de Atenas y Corinto y con toros filósofos. Los pasajes narrativos en la voz de Diógenes Laercio, un creíble y excelente narrador, se alternan con escenificaciones protagonizadas por Diógenes el Cínico (ambos papeles representados por un mismo actor con leve cambio de caracterizaciones en escena) en un desarrollo dramático que subraya la pertinencia actual de sus mensajes morales.

   Reproducimos un fragmento que escenifica el encuentro de Diógenes con Aristipo de Cirene, “filósofo discípulo de Sócrates, que cobra por filosofar en los banquetes y vive regaladamente, gordo y bien vestido, a base de adular a los ricos y poderosos. Aristipo, sorprendido al ver al Perro, se para ante Diógenes de Sinope y le pregunta.

ARISTIPO:

         ¿Qué haces con esas hierbas atravesadas en la boca, Diógenes?

 DIÓGENES DE SINOPE:

         No son hierbas, son berros; berros del arroyo. (Señala hacia el lugar en el que supuestamente está el arroyo). Los acabo de cortar y me los estoy comiendo. ¿No me ves, Aristipo? ¿Es que tus ojos ya sólo ven la comida si te la presentan cocinada en bandejas de plata?

ARISTIPO:

         Claro que te veo. Y me extraña mucho lo que estoy viendo. Veo al viejo Diógenes tirado en el suelo y con la boca tan llena de hierbas que hasta se le salen por la comisura de los labios. ¿Para qué te sirve la filosofía, Diógenes? Si aprendieses el arte del elogio, no tendrías que comer hierbas. Mírate, Diógenes. Más que un filósofo pareces un borrego hambriento.

DIÓGENES DE SINOPE:

         (Mirándole a los ojos). Si tú, Aristipo de Cirene, discípulo de Sócrates, que confundes el bien con el placer y afrentas a tu maestro mendigando favores innecesarios y exigiendo unas dracmas por filosofar en voz alta, si tú aprendieses a comer berros del arroyo, como hago yo, no tendrías que balar ante los ricos y poderosos. Mírate, Aristipo, ¿para qué te sirve la filosofía? Eres un borrego, un borrego cebado en vez de un filósofo. [pp. 35-36].

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