lunes, 5 de julio de 2021

Hambre

HAMBRE

Una etnografía de la escasez de posguerra en Extremadura

Badajoz, Departamento de Publicaciones de la Diputación de Badajoz, col. Historia, 2021, 293 págs.

Prólogo de Miguel Ángel del Arco Blanco

   David Conde Caballero (Cáceres, 1979) es doctor en Antropología, profesor de la Universidad de Extremadura, miembro del grupo de Estudios GISCSA y especialista en los aspectos culturales de la alimentación. Ha publicado numerosos artículos y participado en obras colectivas. Es coautor de la obra Cuando el pan era negro. Receta de los años del hambre en Extremadura. Ahora, el Departamento de Publicaciones de la Diputación de Badajoz publica Hambre. Una etnografía de la escasez de posguerra en Extremadura, que traza un panorama de las enormes dificultades a las que se enfrentó la población extremeña entre el término de la guerra y 1951, desde un punto de vista histórico y antropológico con una sólida base bibliográfica y constantes testimonios orales. El resultado es un documentadísimo recorrido por la vida cotidiana de la región en estos años míseros: los ingredientes culinarios de la pobreza, la mendicidad, el estraperlo y las rápidas fortunas, el contrabando con Portugal, la miseria de las cartillas racionamiento, el mercado negro… Reproducimos un fragmento en que aparecen dos de los productos apropiados para la venta clandestina.

    “El aceite también fue protagonista. Un producto cuyos precios en el mercado clandestino llegó a duplicar y hasta triplicar los oficiales de tasa (García-Delgado, 2000:172). Según Pérez Rubio (1995), quien cita la «Memoria sobre el desenvolvimiento de la industria oleica en la provincia de Cáceres» de 1945, el menudeo fue de especial importancia en el norte cacereño, donde predominaba la pequeña propiedad de olivar que favorecía la ocultación, la sub-declaración del tamaño de la cosecha, y el registro fraudulento del aceite obtenido en la almazara. Algo confirmado por informantes como Cesáreo:

   El estraperlo había mucho, yo me dediqué al estraperlo a llevar aceite a Madrid, porque es que yo soy un especulador. Lo llevamos en un camión de un pariente mío, Juan Reverte, y se lo vendía allí a uno que tenía un bar que era de aquí de Don Benito [...l Y una vez me cogieron... me intervinieron todo y entonces o sacabas tres mil pesetas o tenías que ir tres años a Melilla a la cárcel... CESÁREO.

    El contrabando de café fue del todo principal. La ya comentada cercanía con Portugal —país tradicionalmente cafetero— y la ubicación de varias fábricas de torrefacción situadas a escasos kilómetros de la frontera favorecía que su tráfico fuera una fuente donde se podían obtener buenos beneficios. Fue por ello por lo que muchas personas como Joaquín, también de Valencia de Alcántara (Cáceres), decidieran asumir los riesgos:

   Yo mismo a los doce años ya andaba con una mochila al hombro y traía de todo el café que podía. A los chavales nos dejaban traer siete u ocho kilillos, los mayores algunos hasta veinte. Por la noche íbamos y pasábamos la frontera…, ahí había caminos por todos lados. Había que pasar un río. Una vez en Marvão había allí una portuguesa que nos daba una habitación para dormir y descansar. Luego volvíamos y lo llevábamos a Valencia, a San Vicente y a Cáceres también andando. Nos tirábamos cuatro días para llegar allí, a pie… por esos campos”. [pp. 163-164].

 

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