jueves, 30 de septiembre de 2021

Cuentos olvidados

CUENTOS OLVIDADOS

Malén Álvarez

Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. La Gaveta, 2021, 125 págs. 

   Nacida en Almendralejo en 1962, Malén Álvarez se dio a conocer con El altozano (Cáceres, I. C. El Brocense, 1992), premio “Cáceres de novela corta”, a la que siguieron dos novelas: La cáscara amarga (Mérida, Editora Regional, 1999) y El ancho olvido (Badajoz, Del Oeste Ediciones, 2004). En 2005 publicó un volumen de relatos (Oswiecin, Alcántara, 2005), en tanto otros cuentos han ido apareciendo en volúmenes colectivos: “Consuelo” (Somos dos con dignidad, 2004), “Oswiecin” (Alcántara, 2005), “Espejos” (La quinta dimensión, 2009) o “Un cuento corto” (Letras para crecer II, (2015). Ahora la Editora Regional de Extremadura en su colección La Gaveta publica Cuentos olvidados, volumen que reúne once relatos de corte intimista que se mueven en distintos entornos con predominio por los escenarios naturales, rurales o urbanos, en donde no es infrecuente que los protagonistas se enfrenten a hechos inexplicables ajenos a la razón. Reproducimos un fragmento del relato titulado “Timisoara”, en el que unas monjas cuidan de las sepulturas que acogerán sus cuerpos.

    “Fueron pasando los días, fue mejorando el tiempo, y por fin una mañana estábamos todas en el cementerio, lleno de rosas tal y como me había contado Viorica. Había que dejar el camino despejado, quitar la maleza que había crecido por todas partes a causa de las lluvias, limpiar la piedra, algunas con el rastro que el verdín de los años había ido dejando entre las letras, repintar las cruces de madera y los tejaditos que las cobijaban. En todas había fotografías de las hermanas, que sonreían al mirarte, unas fotos escondidas debajo de la madera colorida y alegre que protegía aquellas sonrisas del desgaste del sol. También había en la parte más alejada de la entrada nuevas tumbas. Estaban acabadas, pero con la piedra que las sellaría sobre-puesta, cuando me acerqué para verlas vi que ya tenían el nombre de su moradora, y un escalo-frío me recorrió al ver el nombre de las hermanas, con las que estaba conviviendo, allí graba-do: Andreea, Maricica, Florina, Mihaela, Violeta. Pero en ese momento se acercó mi compañera de aquellos días y me sonrió: "Vivimos aquí, morimos aquí, para nosotros es una suerte saber dónde descansaremos", y así me fue explicando cómo cada una plantaba las flores que adorna-rían su tumba, y cómo se dedicaban a mantener aquel recinto como un pequeño jardín primoroso. No había tanta diferencia entre ambas culturas, también de donde yo venía había quien se compraban la sepultura pensando que era un modo de dejar todo resuelto.

   "Solo faltan las fotografías, pero aún no han avisado para que pasemos a recogerlas".” [pp. 108-109].

 

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